Soledad Comisso
—¿Cómo fue su infancia?
—Nací en el barrio San Agustín y somos nueve hermanos. Mi padre era un verdulero que recorría las calles con un carrito, a mano, así que nosotros desde muy chiquitos lo acompañábamos por la necesidad que tenía mi familia. Por lo tanto, desde muy pequeños empezamos a trabajar.
—¿Y además de ayudar a su padre, cuándo fue su primer empleo formal?
—En la secundaria conocí a la hija del dueño del Gran Hotel Paraná, porque éramos compañeros de curso. Entonces, a los 14 años tuve el atrevimiento de pedirle que hablara con su papá y que le dijera que yo quería trabajar, así que allí comenzó mi historia con la gastronomía. Recuerdo que comencé a trabajar media jornada en el Hotel Paraná y luego en el Hotel Supremo. Desde ese momento, nunca más dejé el camino de la gastronomía.
—¿Cuándo comenzó su historia con el gremialismo?
—A los 18 años fui delegado de los trabajadores del Hotel Supremo y a los 21 fui secretario administrativo de mi gremio; eso fue en el año 1974. Tuvimos altibajos propios, por la dictadura, pero luego de eso, en 1985, los compañeros me eligieron para ser secretario Adjunto y en el año 1989 secretario General. Desde ese momento estoy al frente del sindicato, ininterrumpidamente.
—Habiendo comenzado a trabajar desde muy joven, ¿pudo ir a la universidad o cursar algún otro estudio?
—No pude ir y tampoco terminé la secundaria. Llegué hasta cuarto año en la escuela nocturna y abandoné. Esa es una materia pendiente que tengo, pero mi trabajo me reclamaba otras cosas y cuando uno es joven a veces piensa que el estudio no es tan necesario, pero después se da cuenta de que no era así y se arrepiente. Pero puedo decir que el trabajo y la calle me enseñaron muchas cosas.
—¿Qué es lo mejor de su actividad?
—Creo que lo mejor son los trabajadores, porque ellos nos unen, nos llenan, nos guían y también nos reclaman, pero a la vez nos agradecen. Yo soy un trabajador y no me olvido de los orígenes. Eso es lo que siempre le pido a los dirigentes jóvenes, nunca olvidarse de dónde venimos. Además, la única forma de entender a los trabajadores es estar junto a ellos todos los días. Pero entenderlos es también escucharlos, porque todos tenemos la necesidad de ser escuchados, sobre todo los que tienen problemas en sus trabajos, con sus familias o en su barrio. En muchos casos hay problemas gremiales y otros son sociales.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS del 30 de julio de 2015)