Antonio Tardelli
En consonancia con lo sucedido en el plano nacional, donde la oposición pudo instalar en la agenda pública asuntos incómodos para el oficialismo, el clima político de Entre Ríos en los últimos días se fue nutriendo de circunstancias, acciones y revelaciones adversas al oficialismo. Se trata de una novedad: no ha sido la regla del tiempo reciente.
El frente sindical, que la gestión de Sergio Urribarri supo domesticar incluso en algunas de sus alas tradicionalmente combativas, empezó a entregarle malas noticias con la derrota sufrida por la conducción en la renovación de autoridades de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE). Resultó perdidoso un sector a grandes rasgos identificado con la propuesta kirchnerista.
La victoria de una corriente menos contemporizadora con el gobierno, que capitalizó el deterioro que en los ingresos de los trabajadores generan la inflación y el parate económico, constituye un alerta en un ámbito que hasta el momento no le había ocasionado grandes disgustos a la administración provincial.
Al mismo tiempo, la protesta docente, motorizada por las vertientes más dinámicas de la Asociación Gremial del Magisterio de Entre Ríos (AGMER), pone en cuestión la estrategia moderada de la conducción provincial del sindicato, cuyas declaradas conquistas en el más bien formal ámbito paritario, o en otros aspectos de la gestión educativa, lucen insuficientes para calmar el malhumor de las bases. No hay en este caso tanta novedad. Se trata apenas del afianzamiento del agrupamiento más enérgico en sus demandas a la patronal gubernamental.
De igual manera, la protesta ruralista representa otro signo de una disconformidad creciente. El desenlace de la marcha de la semana pasada, con los conocidos incidentes que desviaron el aspecto central del asunto, le ofreció al gobierno un alivio relativo. Como en las artes marciales, la energía del adversario, desnaturalizada en agresiones inconducentes, fue empleada por el gobierno para contraatacar, probablemente con éxito entre los sectores medios a los cuales espantan los gases, las cubiertas quemadas y la sangre de los policías.
Pero la sucesión de problemas constituye, en sí misma, la noticia. Lo que no sucedió en mucho tiempo le ocurrió al gobierno en una semana. El mandato de Urribarri ha navegado en aguas tranquilas, en medio de aprobaciones previsibles, una cierta apatía general y nada de oposición.
La política, alicaída en Entre Ríos, pareció revitalizarse en pocas horas.
(Más información en la edición gráfica número 1028 de la revista ANALISIS del 10 de septiembre de 2015)