La cara oculta del ISIS

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Adelanto del libro del periodista Gustavo Sierra

Por Gustavo Sierra

Esas imágenes le causaban un horror como nunca había sentido antes, pero no podía parar de verlas. Observaba cada detalle. Buscaba, particularmente, los ojos detrás de las máscaras negras, las manos que sobresalían por debajo del shawall, los movimientos. Cuando estaban por decapitar a alguno de los rehenes, cerraba los ojos. Pero de inmediato los abría para saber si el verdugo podía ser su hijo. Eso la obsesionaba. Quería saber si Damian le había cortado la cabeza a alguien.

Christianne Boudreau, una mujer sencilla de los suburbios de Calgary, en el centro de Canadá, vivió durante meses pegada a la pantalla de su computadora. Llegó a ser una experta en sitios de las redes de extremistas islámicas que reclutan jóvenes para la yihad, la «guerra santa». Sabía exactamente cómo buscar en YouTube los videos que cuelgan como parte de su propaganda de guerra. Se sentaba a última hora de la tarde, cuando regresaba cansada de trabajar ocho horas en una tienda del centro, y podía estar ahí toda la madrugada. Más de una vez se sorprendió con la alarma del reloj que le decía que se tenía que despertar para llevar a su otro hijo, Luke, de 9 años, a la escuela. Quería tener un indicio de Damian. Encontrarlo, de alguna manera, en esta nueva vida de la que ella y toda la familia eran tan ajenas. Quería conectarse desesperadamente con el hijo que había escapado a los 17 años para unirse al ISIS, la rama escindida de la red terrorista Al Qaeda que sorprendió al mundo en junio de 2014 decretando la creación del Califato del Siglo XXI en un extenso territorio entre Siria e Irak.

«No me di cuenta de nada. Eso me crea una culpa terrible. Me siento muy estúpida. Cuando me dijo que se había convertido al Islam y lo vi que estaba más maduro, más serio, me alegré. Pensé que, por fin, había encontrado su camino. Y cuando me empezó a hablar de la posibilidad de irse a estudiar a una escuela coránica en Egipto no me pareció mal. Acá no estudiaba, no quería ir a ninguna escuela. Era, para él, un avance. Y estaba contenta… Mire en qué terminó», cuenta Christianne Boudreau desde Canadá en uno de los intercambios de mensajes que tuvimos en los últimos meses.

La realidad se le vino encima el 23 de enero de 2013, un rato después de llegar de trabajar, cuando dos agentes de los servicios secretos canadienses golpearon a su puerta. Le hicieron unas cuantas preguntas sobre Damian hasta que le dijeron que el chico no estaba en Egipto. Había viajado a Siria para unirse al grupo radicalizado Jabhat al Nusra, aunque sospechaban que poco después traspasó las líneas para enrolarse en las filas del ISIS. Fue cuando se puso a ver, en forma compulsiva, los videos de los barbudos de las banderas negras.

Damian fue un chico problemático. Tuvo una infancia tranquila en la fantástica Halifax, la capital de Nueva Escocia, una ciudad más escandinava que americana. A los 7 años, en octubre de 1997, sus padres decidieron buscar mejores oportunidades en Calgary, en el centro de Canadá, mucho más cercana a la cultura del cowboy. Allí comenzaron las tribulaciones. Pocos meses más tarde, el padre ya no estaba en la casa y prácticamente desaparecería de la vida de Christianne y Damian. La escuela secundaria fue un martirio. Dejó de asistir a clase en el colegio y siguió cursando libre.

Se pasaba diez horas frente a la pantalla de su computadora buscando información en Internet. Estudiaba complejos temas científicos pero al poco tiempo se aburría y pasaba a leer todo lo que podía sobre floricultura o la cría de caballos. Entre los 14 y los 17 años, Damian sufrió una severa depresión que culminó con un intento de suicidio. Se tomó un frasco de líquido anticongelante y lo salvaron de milagro. Estuvo dos meses internado en un hospital con tratamiento psiquiátrico. Justin Thibeau, un amigo del jardín de infantes con el que se siguieron viendo, lo recuerda en esa época como «errático». «Un día se hacía el rapero —recuerda Thibeau— y vestía gorrita de béisbol y enormes pantalones que le dejaban ver el calzoncillo y seis meses más tarde me mandaba una foto con un traje como si fuera un modelo de Hugo Boss o andaba con un gran crucifijo diciendo que iba a llevar una vida como la de Cristo o se mostraba convencido de enrolarse en el ejército…» Fue cuando se encontró con un muchacho inmigrante musulmán que lo llevó a un centro cultural y mezquita llamado Downtown 8th & 8th Musallah. Se entusiasmó con aprender árabe para poder recitar y entender mejor el Corán.

Los que lo recuerdan entonces hablan de un muchacho delgado, de cara alargada y ojos tristes que permanecía retraído en el fondo del salón mientras todos rezaban o escuchaban algún sermón. A veces se lo veía leyendo muy concentrado en el restaurante halal (que mantiene la tradición gastronómica musulmana), Calgary Shawarma, ubicado a la vuelta de la mezquita. Vivía del subsidio del Estado que le habían dado después de su intento de suicidio. Tenía un grupo de estudios coránicos que incluía a los hermanos Gregory y Collin Gordon, canadienses de Calgary, y a Salman Ashrafi, un chico de origen paquistaní. Los cuatro llegaron a vivir juntos, entre 2011 y 2012, en un departamento modesto cerca del centro islámico. «Se habían convertido en un buen grupo de amigos. Eran un ejemplo para toda la comunidad», dijo el imán de la mezquita, Syed Soharwardy al diario National Post, después de asegurar que nada tenía que ver con la radicalización de los jóvenes. Menos de un año más tarde, todos se habían unido a la «guerra santa» en Siria.

Christianne recuerda que en esa época Damian se convirtió en una persona introvertida e irritable. Siempre tenía alguna teoría conspirativa sobre casi todo, particularmente alrededor de los atentados del 11/S. Y hablaba de una persecución hacia los musulmanes. «Las conversaciones podían ponerse muy pesadas», dice, apesadumbrada, la madre. Si cenaba en su casa y había vino en la mesa, se levantaba ofendido. Si lo llamaban por teléfono, para que no lo escuchara se iba al jardín a hablar aunque hiciera 20 grados bajo cero», recuerda. Hasta que un día le dijo que iría a Egipto para seguir sus estudios coránicos con la intención de convertirse en un clérigo. Christianne se alegró. Damian hablaba de estudios cuando nunca antes había querido estudiar nada. Una noche de noviembre de 2012 regresó a la casa para cenar en familia. Jugó en la PlayStation con su hermano menor de 9 años.

Estaba relajado y contento. Pero no dijo nada sobre el viaje que emprendería a la mañana siguiente.

Llamó desde el teléfono del avión a su madre para decirle que estaba rumbo a Egipto y colgó en apenas un minuto.

Damian telefoneó otras tres veces en los dos meses siguientes y siempre hablaba en forma vaga de que estaba estudiando en El Cairo. Christianne no supo que en realidad estaba en la guerra, en Siria, hasta que se presentaron en su puerta los dos agentes del CSIS (Canadian Security Intelligence Service). Damian había volado a Seattle, en Estados Unidos, para tomar una combinación a Amsterdam. De allí abordó otro avión hacia Estambul, donde permaneció dos o tres días, y se tomó un autobús hacia un pueblo en la frontera turco-siria donde lo aguardaba un contacto que lo llevaría a ver a un comandante del grupo Jabhat al Nusra (Frente de la Victoria para el Pueblo de Gran Siria), una organización terrorista asociada a Al Qaeda creada apenas un año antes para luchar contra el régimen de Bashar al Asad en la guerra civil siria. Le impusieron un nombre ficticio de Mustafá Al Gharib.

«No tenía ni idea», repetía Christianne llorando y moviendo la cabeza ante los agentes secretos que querían saber más de su hijo. Se llevaron la computadora de Damian pero nunca hallaron nada en su memoria. En la billetera, apenas si dejó una tarjeta del psiquiatra que lo atendió y sólo había un cuaderno donde practicaba la escritura árabe. Las llamadas que hizo posteriormente a la madre, así como algunos mensajes que dejó en Facebook contestando a preguntas que le hizo un reportero del National Post, de acuerdo al CSIS, tenían el rastro de un teléfono turco por lo que especularon con que se encontraba en algún lugar cerca de la frontera. Tal vez, Kobani, la ciudad kurda de Siria ocupada por el ISIS durante casi un año en 2014/15. Los agentes sabían que Damian era apenas uno de los treinta o más chicos canadienses que se habían unido a la yihad en Siria. Los otros tres amigos que convivieron con Damian en el departamento del centro de Calgary también habían viajado a Medio Oriente. Salman Ashrafi dejó Canadá en octubre de 2012 e informes de inteligencia aseguran que un año más tarde se convirtió en un kamikaze que hizo explotar su chaleco de bombas contra un retén del ejército iraquí cerca de Mosul. Los hermanos Gregory y Collin Gordon, que habían partido más o menos en la misma época, murieron en combate en diciembre de 2013 y fueron mencionados por otros yihadistas en mensajes de Twitter bajo los nombres de Abu Ibhahim al Canadi y Abu Abdullah al Canadi.

Otro canadiense, que escribe bajo el nombre de guerra de Abu Turab al Muhajir, relató en una entrada de Facebook que Damian había estado en el medio de una lucha de poder entre el Frente Al Nusra y que se había pasado a las filas del ISIS por considerarlos «más serios y mejor armados». Fue bautizado como Abu Talha al Kanadi y enviado al pueblo fronterizo de Jarabulus. Allí recibió una llamada del reportero Stewart Bell del National Post. «¿Cómo conseguiste este número de teléfono?», fue lo primero que preguntó Damian sabiendo que ya había sido detectado por los servicios secretos de su país. Cuando fue confrontado con el hecho de ser un chico de clase media canadiense que gozaba de todos los beneficios que da el Estado respondió con un muy simple: «No me importa lo que la gente piense en Canadá. Realmente no es importante». Y ante la pregunta de por qué se había enrolado en el ISIS lanzó: «No tengo nada que explicar. Es entre Dios y yo. Nadie más».

Luego, cortó la comunicación y la línea de la compañía turca Turkcell quedó muda para siempre. De acuerdo a Abu Turab, Damian fue enviado a la ciudad siria de Aleppo donde «pasaba largas horas haciendo guardia» en unos supuestos galpones de suministros. Desde allí hizo unos breves llamados a su madre en Calgary. «Admitió que estaba en Siria y me decía que por momentos estaba muy aburrido. Otra vez me dijo que lo habían mandado al frente pero no me dio ninguna especificación. Nunca admitió que tenía armas o bombas o nada de eso. Y cuando le preguntaba por lo que le pasaba a las mujeres allí o esas cosas, me decía que tenía que cortar», relata Christianne.

«Otra vez, me cortó enseguida porque decía que se oían aviones y que iban a bombardear.»

En la última conversación, cuando la madre le repitió que lo que estaba haciendo «me parte el corazón», el chico le respondió lacónicamente «es mejor que lo aceptes. Es así y nada va a cambiar. Este es el lugar al que pertenezco».

Supuestamente, Damian resultó herido durante uno de los bombardeos de la aviación siria o directamente en un enfrentamiento con combatientes del ELS (o FSA, por sus siglas en inglés), el Ejército Libre Sirio, la milicia prooccidental formada por desertores del ejército regular de Siria que se alzaron en julio de 2011 contra el régimen de Al Asad y que se enfrentan, al mismo tiempo, a los grupos yihadistas. Supuestamente, fue fusilado después de ser tomado prisionero. La noticia la dio Abu Turab en un mensaje de ciento cuarenta caracteres de Twitter el 14 de enero de 2014. El
reportero Stewart Bell del National Post llamó a Christianne para confirmar la información. Ella no sabía nada. No paró de llorar por horas. Después le envió un mensaje a Abu Turab quien le respondió casi de inmediato: «Sí, es verdad. No vi personalmente el cuerpo pero me lo confirmaron varios compañeros», le escribió. Christianne le insistió para tener más detalles. «Fue en una base de
Aleppo… Sólo quería ayudar a la gente que sufre aquí en Siria. Nunca quiso matar a nadie y le aseguro que nunca fue un peligro para Canadá», le dijo. Esas palabras fueron un bálsamo, en ese momento, en los oídos de la madre.

«En su corazón, estaba ahí por las mujeres y los chicos. Ese era mi Damian. Siempre creyó que había que ayudar a los más débiles», dice ahora Christianne mientras pasa fotos de su hijo mayor a los 7 u 8 años, en una celebración de Navidad y jugando fútbol americano en el estadio McMahon. En los primeros tres meses después de la muerte de Damian, no paró de mirar las fotos y de conectarse a Internet una y mil veces para ver el último mensaje que le había enviado por Facebook. En esas pocas líneas le decía que se sentía «más fuerte que nunca, tanto física como espiritualmente», que estaba mejorando mucho su árabe y que ya casi lo hablaba mejor que el francés y que estaba buscando una chica para casarse. «Creo que lo que esperaba era mi aprobación, me dicen los psicólogos», explica Christianne en un suspiro. Y se desinfla mirando al horizonte mientras agrega: «Era un buen chico, sí lo era. Se equivocó, como todos… Era un buen chico».

Unos meses más tarde, Christianne me responde algunas preguntas por mail después de unas cortas vacaciones en casa de su padre en el sur de Francia.
—¿Realmente no tuvo señales de que Damian se preparaba para ir a luchar con el grupo terrorista más devastador de los últimos años?
—Sí, es así. Desafortunadamente, no me di cuenta de ninguna señal que me indicara que mi hijo se preparaba para ir a la guerra. No me llegó ninguna señal. Y los que la tenían, como el CSIS, no me avisaron. Todavía, todo eso sigue siendo un gran secreto en Canadá.

—¿Cuál fue su primera reacción cuando se enteró?
—Hice lo que cualquier otro padre podría hacer, le pedí y le rogué que volviera a casa.
—¿Cómo se comunicaban?
—Al principio por teléfono o mensajes de texto. Después, cuando entró en el ISIS, sólo por mensajes de Facebook y cada tanto.
—Ahora que ya tiene una importante experiencia y asesoramiento, ¿cómo cree que se puede desradicalizar a un joven que está convencido de que está haciendo las cosas correctamente?
—Se necesita una intervención temprana. Cuanto antes se llegue en el proceso, mejor. Y hay que basarlo en una relación realista y de mucho amor, ir a las raíces de su niñez, para intentar redireccionar sus motivaciones. Es lo que ahora sé que se llama «desenganche». Y luego, sólo después de un período largo y de que se hayan reestablecidos sus motivaciones e intereses, podemos
decir que se puede lograr una «desradicalización». Es un proceso largo y muy complejo.

—El rol de la madre en ese proceso pareciera ser fundamental.
—Sí, las madres somos las que tenemos, en general, la relación más fuerte con nuestros hijos y eso nos da un acceso más fácil para llegar a sus sentimientos. Y en el caso de los chicos que se convierten al Islam, hay una relación especial con la madre. El Corán manda tener un gran respeto por la madre. Dice, directamente, que el paraíso se encuentra a los pies de la madre.
—¿Cómo podemos reconocer que un chico está en un proceso de radicalización?
—No hay una fórmula específica. Además, las técnicas de reclutamiento son muy diversas y las cambian todo el tiempo. Lo más importante es ver sus cambios de personalidad, humor y
comportamiento. Son procesos similares a los de las depresiones o cuando un joven entra en un proceso suicida. Se comportan en forma muy privada. Se separan de sus círculos de amigos. Y es
difícil seguir esos procesos sin entrar en su privacidad post-adolescente. Todo se complica si el chico llega a los 18 años. Ya es mucho más difícil actuar.
—¿Cómo es posible que un chico que goza de todas las comodidades de Occidente se vaya a jugar la vida por el Islam a Medio Oriente?
—Son procesos individuales. Hay un millón de motivaciones, desde el luchar por una causa justa hasta estar harto de los shoppings y la frivolidad de los amigos. Siempre hubo jóvenes idealistas que
iban a pelear por causas ajenas.
—¿Qué recomienda a cualquier padre que se encuentre en su situación?
—Buscar ayuda inmediatamente. No se puede hacer nada efectivo en forma individual.
Y eso es lo que hizo Christianne. Se conectó con Daniel Kohler, un especialista en desradicalización de jóvenes que trabajó durante muchos años con los neonazis en Alemania y que en los últimos tiempos se dedicó a ayudar a los chicos inmigrantes de países islámicos que viven en los suburbios de las grandes ciudades europeas. Lo primero que le sugirió fue conectarse con otras madres en la misma situación. Así conoció a Karolina Dam, una mujer rotunda, de mediana edad, nacida en Auckland, Nueva Zelanda, y emigrada a Dinamarca, donde nació su hijo Lukas en 1996.

Ella también se había pasado días enteros buscando la cara de su Lukas entre los pasamontañas negros de los yihadistas del ISIS que muestran los innumerables videos de propaganda que abarrotan Internet. El chico se había ido siete meses antes a Siria sin despedirse de ella. Como muchos otros la llamó desde Turquía y le dio una dirección del sitio Viber para comunicarse desde un teléfono
celular. Un día le llegó un mensaje de alguien que no conocía, pero que le decía que su hijo estaba herido. Lo único que atinó a hacer fue dejar un mensaje como le había indicado Lukas: «Mi querido hijo, te quiero muchísimo. Te extraño y quiero abrazarte y olerte, tomarte las manos entre las mías y mirarte sonriendo». No hubo respuesta hasta un mes más tarde. Alguien escribió: «Y qué pasa con mis manos, jejejejejeje». Karolina no sabía qué hacer. Alguien estaba escribiendo desde el celular de su hijo. Se tomó unos minutos y escribió: «Tus manos también, querido, pero sobre todo las de
Lukas». La respuesta vino en forma de pregunta: «¿Estás preparada para una noticia?». «Sí, corazón», puso Karolina temblando. Fue cuando apareció la brutal respuesta: «Tu hijo está hecho pedazos».

Lukas había sido un chico retraído desde siempre. A los 10 años fue diagnosticado con síndrome de Asperger y un trastorno de déficit de atención. En la escuela pasaba por períodos brillantes con buenas notas y gran entendimiento y por otros en los que permanecía totalmente ausente. A los 14 años comenzó a salir con un grupo de chicos más grandes conectados con una banda de motoqueros.

Fue arrestado mientras conducía una moto robada y se le inició un proceso por sustraer un anillo valioso de la madre de un amigo. Le encantaba reparar motores de autos y comenzó a frecuentar un taller mecánico donde trabajaban inmigrantes musulmanes. Pronto le ofrecieron un trabajo y se alejó de sus antiguos amigos. Karolina no lo podía creer. «Mi chico (como lo llama) parecía otra persona.

Se acostaba temprano y se levantaba al alba para ir a trabajar. Está aseado y con el pelo corto.», cuenta. Un día notó que Lukas tomaba una comida muy temprano en la mañana, antes de que amaneciera, y otra a la noche, tarde. «¿Qué? ¿estás haciendo el ayuno del Ramadán?», le preguntó incrédula y sonriente. Para su sorpresa, Lukas le dijo que sí, que estaba ayunando y que se había convertido. «En ese momento, me pareció un pequeño milagro. No tenía dimensión de lo que significaba. Para mí, era mi hijo con un objetivo por primera vez en su vida», cuenta desde su casa de
Copenhague. Pero la transformación no era tan real como la veía Karolina. Tenía episodios violentos. Hizo varios agujeros a puñetazos en las paredes de su cuarto. Pidió ayuda a una asistente social y decidieron internarlo. Lukas se escapó y se fue a vivir con sus compañeros mecánicos. Dam hizo una denuncia por desaparición y pidió ayuda a la policía, pero como Lukas la llamaba casi todos los días, técnicamente el pedido era infundado. La policía ni siquiera quiso intervenir cuando Karolina encontró un chaleco antibalas escondido en un entresuelo de la habitación de su hijo. En
mayo de 2014, apenas unos días después de cumplir los 18 años, Lukas dejó Dinamarca y voló a Turquía. Desde allí llamó a su madre diciéndole que necesitaba unas vacaciones y cortó. En subsecuentes llamadas, Lukas decía que estaba trabajando en un campo de refugiados en Turquía, que preparaba comida y transportaba agua. Y hubo varios intercambios con palabras de mucho amor entre la madre y el hijo. Él le pedía saber de su gato. Ella le grababa el ronroneo. Él le decía que la quería mucho y que era una madre única. El periodista danés Jakob Sheikh, que escribió un libro sobre los yihadistas que salieron de su país, dice que Lukas se unió al grupo Ahrar al Sham, que opera en la provincia siria de Idlib, y que después de unos combates en que su grupo fue aniquilado, se pasó a las filas del ISIS. Antes de eso, Lukas le mandó una foto a su madre en la que se lo ve relajado mientras se prepara para la primera oración de la mañana, con el pelo y la cara recién lavados.

La noche del 28 de diciembre de 2014, Karoline estaba terminando de lavar los platos de la cena cuando llamó a la puerta uno de los amigos musulmanes de Lukas del taller mecánico. Adnan Avdic, un muchacho de unos 20 o 23 años, era un manojo de nervios. No decía nada. Se restregaba las manos. No terminaba de entrar a la casa. Karolina lo agarró desesperada de un brazo y lo metió dentro de la casa. «Empecé a gritarle y lo agarré del cuello», contó Karoline. Avdic dijo que Lukas estaba herido mientras sus ojos y todo su cuerpo decían otra cosa. «Supe, en ese instante, que estaba muerto.» Avdic le dio un enlace de un chat privado de Facebook para comunicarse con los
compañeros de Lukas en Siria. Cuando lo abrió vio, desesperada, una foto de Lukas con un fusil AK47 y la bandera negra del ISIS colgada, atrás, en la pared.
Alguien bajo el nombre de Ahmed Salem había escrito: «Que Allah acepte a nuestro hermano danés convertido y que ahora es un Shaheed (mártir). Entre nosotros es llamado Abu Ismail en nuestra Shuhaddah que nos une con él».

Karolina escribió temblorosa: «Es mi hijo. ¿Está muerto? Por favor, contáctese y dígame lo que sucede». Estuvo conectada al sitio por horas. Abría y cerraba la computadora sin registrar tiempo o acción. A la otra mañana apareció un tal Abu Abdul Malik: «Karolina Dam usted es una de las personas en que primero pensaba nuestro hermano y cómo debía ser informada. La noticia es muy difícil para una madre, no importa si es o no creyente, ya que su amor es siempre especial para un hijo. Y esa es la razón por la que se retuvo la noticia. Mitlive Jannah [frase cariñosa que se traduce
como «mi vida, paraíso»] por supuesto que puedes preguntar y esa pregunta está en armonía con su hijo y contigo. Su hijo está, inshallah [ojalá], con la compasión de Allah porque logró alcanzar su
bondad. Que Allah guíe a esta madre en este momento y acepte la fe de nuestro hermano. Amén».
Otro sitio, el Syrienblog.net, que fue utilizado durante mucho tiempo por los escandinavos que se unieron a ISIS o están en proceso de hacerlo, tenía una información más precisa escrita por alguien
bajo el seudónimo de Joelicious: Lukas Dam, de 18 años, fue a Siria a luchar con el Daesh (acrónimo de ISIS en árabe). Una semana atrás, el día de Navidad, fue muerto durante un bombardeo estadounidense en la ciudad siria de Ayn al Arab, más conocida como Kobani —en la frontera con Turquía y por meses disputada contra los yihadistas y los peshmergas (milicianos) kurdos—. Abu Ismail se convirtió en un shaheed.
Karolina no se pudo quedar tranquila. En las siguientes semanas buscó contactarse con otras personas que pudieran haber conocido a Lukas. Llegó así a uno de los compañeros de su hijo en Copenhague que también había viajado a Siria y seguía vivo allí. Logró que le enviara unos archivos de audio en el que se escuchaba a Lukas hablando del «hermoso ambiente» que había en ese momento
en Raqqa, mientras se escuchaban bocinas, voces y el canto de unos pájaros. Lo copió en un CD y lo envolvió en una camiseta que el chico había dejado en casa y que aún conservaba su olor. Puso todo
dentro de lo que los daneses llaman «vasija de madres», un recipiente que se regala cuando nace un bebé. Desde entonces, está encima de la chimenea de su casa, que se convirtió en un pequeño altar,
junto a algunas fotos familiares y un dibujo infantil de Lukas. Es todo lo que tiene para recordar a su hijo.
Sabri Ben Ali inventó que tenía un casamiento de un amigo marroquí. Le dijo a su madre, Saliha Ben Ali, que necesitaba una «djellaba», la tradicional camisola gris, para asistir a la ceremonia.
Saliha lo ayudó a elegirla en el negocio de un viejo conocido de su ciudad de Vilvoorde, a las afueras de Bruselas. Sus otros tres hijos, todos belgas al igual que Sabri, de 18 años recién cumplidos, ya no
estaban en casa y este era su «benjamín». Trataba de consentirlo y cuidarlo. Era su hijo más problemático. Había dejado la escuela. No tenía trabajo. El corazón se le estrujó cuando una mañana
de agosto de 2013 entró en la habitación de Sabri y observó que el chico no había dormido allí y se había llevado todas sus cosas. La djellaba había quedado tirada detrás de la cama, como si la hubiera
querido esconder a último momento.
Unos días más tarde, Sabri le envió un mensaje por Facebook. «No te preocupes. Estoy cuidando a enfermos y chicos huérfanos de la guerra siria», le dijo. A la semana siguiente logaron coincidir
«on line». El intercambio fue más duro: Saliha: —Volvé. Somos tu familia. ¿Qué estás haciendo ahí? Los rebeldes y los yihadistas te van a matar ¡Estás en peligro!!!
Sabri: —Si querés seguir en contacto conmigo, yo tengo reglas. Nunca más me digas «volvé, volvé». No va a funcionar.
Saliha: —No te lo voy a volver a decir pero mantené bien abiertos tus oídos y tu corazón…
¿Estás comiendo bien? ¿Necesitás algo?
Sabri: —Allah me da lo que necesito.
Saliha: —Decís que me querés, pero estás haciendo lo opuesto. Me estás destruyendo.
La conversación se cortó abruptamente. Sabri cerró el diálogo. Pero fue apenas por unos días. En los próximos tres meses se intercambiaron más de 2.000 mensajes. Aunque Saliha siempre sospechó que su hijo no podía hablar libremente. Estaba convencida de que había alguien que controlaba cualquier palabra que dijera Sabri.
Durante estos meses Saliha no podía dejar de recordar cada conversación que había tenido con su hijo. Hablaron sobre el Islam y su concepción. Ella se declara musulmana moderada que no va muy
seguido a la mezquita pero es creyente y reza o invoca a Dios más frecuentemente. «Practico el Islam discretamente», dijo a una periodista belga. Sabri le contó que los encargados de la mezquita mayor de Vilvoorde no tenían tiempo para responderle algunas preguntas y que iría a otra mezquita que sus amigos decían era «más moderna». Allí, supuestamente, es donde comenzó la radicalización de Sabri.
Y es donde consiguió el contacto para viajar a Siria y unirse al ISIS. Recuerda que un momento hablaron de la situación en Siria. «Traté de que razonara y entendiera lo que es la guerra», cuenta Saliha. «Hay siete condiciones para que se considere una yihad», explica. «Le dije, para mí la guerra en Siria no es una yihad, es una guerra civil.» También hablaban mucho sobre la situación social en
Bélgica y en su ciudad, levantada a la orilla del río Zenne, que era un antiguo camino romano. El desempleo juvenil en esa zona flamenca es oficialmente del 16,7%. Uno de cada cuatro desempleados
en todo el país es inmigrante o hijo de inmigrante. Y un informe del Ministerio del Interior belga dice que las agencias de trabajos temporarios discriminan a los no nacidos en el país. «Hablábamos de
todo. Teníamos un buen diálogo. Pero de a poco comenzó a estar más centrado en sí mismo. Lo veía cada vez más preocupado por la religión. Y se encerraba muchas horas mientras navegaba por
Internet. Miraba videos de lo que ocurría en Siria», cuenta Saliha.
Un domingo de noviembre de 2013, el esposo de Saliha atendió el teléfono en su casa de Vilvoorde. Ella no estaba. ¿Es usted el padre de Abu Turab?, preguntó una voz del otro lado de la línea. «No», respondió. «Soy el padre de Sabri Ben Ali». «Felicitaciones, su hijo murió como un mártir», dijo la voz y colgó.
Nicolas Bons fue otro muchacho francés con problemas de adaptación que terminó en Siria, dando la vida por el ISIS. Y con él arrastró a su medio hermano, ocho años menor que él. Su madre,
Dominique, una mujer pequeña, de cabello corto y blanco, 60 años, con 24 años de administrativa en el Ejército francés, todavía no logra conectar toda la información como para entender cuándo y
cómo se produjo la transformación de su hijo y cómo logró convencer a su hermanastro menor, Jean Daniel, que había llegado hacía poco tiempo a Toulouse para completar sus estudios.
Dominique describe a Nicolas como un buen chico, que le encantaba jugar al fútbol y le tenía mucho cariño a su abuela (ahora de 89 años) que había ayudado mucho en su crianza. Pero su adolescencia y temprana juventud fueron un verdadero desastre. Estuvo varias veces en la comisaría de su barrio por robos menores, fue adicto a varias drogas y el alcohol y dejó la escuela decenas de veces. A los 25 años ya era lo que en Estados Unidos llaman «white trash» (basura blanca), los blancos que teniendo posibilidades de progresar terminan tirados en la calle. Vivía por temporadas con su madre y el resto del tiempo en tugurios de drogadictos. Hasta que un día regresó a su casa y le dijo a su madre que se había convertido al Islam y que había dejado las drogas para siempre. «Soy atea, pero viendo la transformación de Nicolas me puse muy contenta. Le estaban haciendo bien. Se lo veía mucho mejor», cuenta Dominique.
Pero fue sólo el primer momento. En poco tiempo, Nicolas se radicalizó. «Comencé a preocuparme. Se vestía con ropas no occidentales. Se dejó la barba. No salía. Ayunaba», dice la
madre. Dominique recuerda algunas discusiones sobre religión. «Un día me dijo que estaba buscando una chica creyente musulmana y virgen para casarse. Le dije que era una tontería lo de la virginidad,
que le costaría mucho encontrarla. Me respondió enojado: ¡Yo la voy a encontrar! Y se fue». En otra conversación, Nicolas, aseguró a su madre que él no estaba de acuerdo con lo que había hecho
Mohamed Merah, que unos meses antes había matado a tres chicos judíos, al padre de dos de los niños y a tres soldados franceses, en una serie de ataques allí en Toulouse. Pero Nicolas no estaba
diciendo la verdad. En su grupo de la mezquita se veía con simpatía a Merah y su causa.
Merah tenía 23 años. Murió acribillado a balazos por las fuerzas de elite de la policía francesa (Recherche, assistance, intervention, dissuasion- RAID) el 22 de marzo de 2012 mientras intentaba
escapar disparando su Colt 45. Los agentes que lo asediaban desde hacía 32 horas dijeron que Merah había confesado ser un muyahidin (guerrero santo) de la red terrorista Al Qaeda, y el único autor de
los tres atentados cometidos en Toulouse y Montauban los días 11, 15 y 19 de marzo que habían dejado siete muertos y dos heridos. Merah era el cuarto de los cinco hijos de la inmigrante argelina Zulikha Azizi, nacido el 10 de octubre de 1988 en el barrio de Bellefontaine en Toulouse, la tercera ciudad del país. Sus padres se habían separado al poco tiempo y, antes de cumplir 14 años, Mohamed se escapó de su casa y se fue a vivir a Les Izards, una zona bautizada como «el supermercado de la droga» de la ciudad. Merah terminó viviendo en un centro juvenil del barrio llamado Les Chamoix (los dealers). Fue al colegio hasta los 16 años. Sus profesores contaron en el diario Le Monde que tenía «talento para el dibujo». Al mismo tiempo, cometió numerosos delitos menores y fue detenido varias veces por robo de motos y celulares. Su abogado, Christian Etelin, lo recordaba en el diario Libération como «un joven de una dulzura angelical y una gran belleza. Nunca pensé que pudiera convertirse en un radical. Siempre lo consideré un chico flexible, civilizado. Vivía la misma vida de
los adolescentes de los suburbios pobres que caen en la delincuencia. Su madre no podía controlarlo y su padre estaba ausente». En Les Chamoix, los chicos del internado recuerdan que «no era
especialmente religioso» y le gustaban «los porros, los coches, las motos, las chicas, la discoteca, el fútbol». En 2007, entró en la cárcel para cumplir una condena de18 meses por robos reiterados. Es
ahí donde comenzó a leer el Corán y a radicalizarse. En enero de 2008, intentó enrolarse en el Ejército francés pero fue rechazado por sus antecedentes penales. En julio de 2010, quiso alistarse en
la Legión Extranjera aunque, según un informe oficial, se escapó del centro de reclutamiento sin avisar a nadie. El Ministerio del Interior francés dijo que Merah viajó a Afganistán en 2010 y a Pakistán en 2011. Un portavoz del Pentágono citado por The New York Times confirmó que fue detenido en Kandahar en 2010. Los funcionarios estadounidenses dijeron que su pasaporte mostraba que también había estado en Israel, Siria, Irak y Jordania. En ese momento, los agentes de las fuerzas especiales ya vieron que Merah era «una bomba de tiempo». Lo incluyeron en la lista de personas que
no podían entrar a Estados Unidos y fue deportado de regreso a Francia.
Informes posteriores dicen que el viaje a Irak había sido organizado por su hermano Abdelkader, que luego fue detenido por la policía como cómplice y miembro de una red yihadista basada en
Toulouse que organizaba la salida de islamistas europeos a Irak y Afganistán. Mohamed fue adoptado por el Movimiento Islámico de Uzbekistán, que adiestraba a «los extranjeros» que combatían a «los
infieles» en Afganistán desde la caída del régimen talibán en 2001.
Merah volvió a Francia, en noviembre de 2011, infectado con una hepatitis A. Cuando lo interrogaron, mostró una serie de fotos que lo mostraban en Pakistán «como turista» y que apenas había cruzado la frontera afgana «por curiosidad». En el informe de la fiscalía de París se dice que a su regreso «pasaba horas viendo videos yihadistas» y que sus favoritos eran «los de las decapitaciones». En los primeros días de marzo de 2012, los vecinos vieron a Merah rezando a los
gritos en una canchita de fútbol. El día 11, entró en acción. Primero, mató de dos tiros en la cabeza al paracaidista del 11º Regimiento Imad Ibn Ziaten, nacido en Francia en 1981 y de origen marroquí.
Cuatro días más tarde, otros dos paracaidistas francomagrebíes del 17º Regimiento de Montauban, a 46 kilómetros al norte de Toulouse, cayeron bajo sus balas mientras sacaban dinero de un cajero, al
lado del cuartel. Un tercer militar, de origen haitiano, fue herido gravemente. Las cámaras del banco mostraron cómo Merah, cubierto con un casco de moto, sacaba a una anciana que estaba en la cola
antes de disparar.
Merah grabó sus asesinatos con una cámara que llevaba atada al pecho, y después colgó las imágenes en Internet. En el primer ataque se lo oye decir: «Tú matas a mis hermanos, yo te mato a ti».
En el segundo, se lo ve escapando en una moto Yamaha T-Max mientras grita «Allah es grande». El tercer ataque ocurrió el lunes 19 de marzo, cuando la ciudad ya estaba tomada por fuerzas
antiterroristas. Merah llegó en la moto alrededor de las ocho de la mañana a la puerta del colegio judío Ozar Hatorah, y comenzó a disparar. Mató a un rabino de 30 años, a dos de sus hijos, de 4 y 5
años, y una niña de 7 años hija del director de la escuela.
Dos días más tarde, durante la madrugada, se recibió una llamada en la redacción del canal de televisión France24. Era un hombre que decía ser el autor de los siete crímenes. Decía que quiso
vengar las muertes de niños palestinos, protestar contra la prohibición del velo integral en Francia y la ocupación de Afganistán. La policía logró localizar la llamada y una hora más tarde lo tenían
rodeado. Ya estaban detenidos su madre, su hermano Abdelkader y una supuesta novia. Se resistió toda la noche. Habló durante horas con los negociadores de la policía. Les dijo que era miembro de
un grupo cercano a Al Qaeda, y que estaba «orgulloso de haber puesto a Francia de rodillas».
Primero dijo que se iba a entregar pero después cambió de idea. Aseguró que iba a resistir para «morir como un muyahidin, con las armas en la mano para llegar al paraíso con una sonrisa». Tras
doce horas, los agentes del RAID asaltaron el departamento y Merah murió acribillado mientras intentaba repeler el ataque con dos armas automáticas. La autopsia reveló que había recibido 20 disparos.
Para ese entonces llegó a Toulouse Jean Daniel Bons, un chico de 22 años criado por su padre en la Guyana Francesa. Fue a vivir con la madre de Gerard Bons, ex marido de Dominique y también padre de Nicolas. Enseguida, los dos muchachos se convirtieron en inseparables, como si se hubieran criado juntos. Jean Daniel admiraba a Nicolas. Y lo siguió en su conversión religiosa. En menos de un año él también se hizo musulmán y asistía a la mezquita diariamente. En marzo de 2013, le dijeron a Dominique que se iban de vacaciones a Tailandia. La madre se puso contenta. Salían del ambiente religioso opresivo de Toulouse y tenía la esperanza de que bajo el sol y en la playa los hermanos encontraran un amor que los distrajera de su obsesión.
Un mes más tarde, Dominique recibió una carta de Nicolas explicándole que le había mentido para no lastimarla y que estaba con su hermano en Siria. La madre no se convenció de la gravedad de
lo que le estaba diciendo su hijo hasta que vio un video colgado en un sitio de propaganda del ISIS.
Nicolas estaba con un fusil Kalashnikov en una mano y en la otra un Corán. Después de una larga diatriba yihadista, le exigía al presidente francés François Hollande que se convierta al islamismo. En
las imágenes, Jean Daniel lo observaba desde atrás casi sin expresión en el rostro. En los siguientes sesenta días, hubo algunas comunicaciones telefónicas que terminaron, muchas veces, en llanto y
reproches. Nicolas le decía a su madre que se encontraba muy bien junto a sus «hermanos musulmanes» y que lo trataban con mucho respeto a pesar de la barrera idiomática. Alguna vez alardeaba de las palabras que iba aprendiendo en árabe. La peor conversación la tuvieron a mediados de agosto. Fue cuando Nicolas le tuvo que decir a su madre que su medio hermano había muerto.
Cayó «en combate» el 11 de agosto de 2013 a los 22 años, apenas tres meses después de ingresar a Siria, con muy poco entrenamiento y, de acuerdo a lo dicho por sus familiares, con menos
convencimiento. A partir de entonces, Dominique desde Francia y Gerard desde Guyana, intentaron comunicarse con Nicolas todas las veces posible y mantener conversaciones donde no surgieran las enormes diferencias que los separaban. Para el Año Nuevo, Dominique recibió el mensaje que esperaba largamente pero que nunca hubiera querido que le entregaran. Nicolas había muerto «como un mártir» el 22 de diciembre. Los padres habían intentado comunicarse con él, inútilmente, el 23 de diciembre, el día en que hubiera cumplido 30 años. El mensaje que llegó al correo electrónico de la madre decía: «Su hijo Nicolas condujo un camión bomba contra el enemigo en una villa cercana a la ciudad de Homs. Que Dios lo acepte como un mártir». Dominique llora durante unas horas al día y las siguientes las dedica a intentar ayudar a las víctimas de la guerra siria. Dice que su hijo y su hijastro no eran malas personas.

«Se pudieron haber equivocado, pero no lo hicieron con un espíritu diabólico. Algunos lo comparan con la Guerra Civil Española donde fueron a pelear muchos extranjeros. Bueno, mi hijo fue manipulado para ir a pelear una guerra que no era la de él. Y eso no tiene nada que ver con el Islam. Eso es adoctrinamiento y lavado de cerebro de mentes jóvenes. Y eso tiene que terminar», explicó a un diario londinense.

Desde entonces, Dominique, trabaja en una fundación que se llama «Syrien ne bouge… Agissons», un juego de palabras que se podría traducir como «Nada se mueve en Siria, actuemos ahora».

A fines de 2014, Dominique recibió un llamado de Christianne Boudreau desde Canadá. Le contó que se había contactado con un profesor alemán que se especializaba en la «desradicalización» de jóvenes, que había comenzado con los neonazis y que ahora trabajaba con los chicos yihadistas de los suburbios europeos. También le contó que había hablado con Karolina Dam en Dinamarca y con Saliha Ben Ali en Bélgica. «Tenemos que estar unidas», dijo Christianne y Dominique pudo dar un respiro profundo después de mucho tiempo. Pactaron el encuentro para una semana más tarde en la Gard du Nord de París. Allí, en un andén, entre medio de un gentío en movimiento, las cuatro mujeres se abrazaron y lloraron por largos minutos. Estaban unidas para comenzar a luchar. Tenían la determinación de evitar que otras madres pasaran por su calvario y de enfrentar a esa enorme fuerza diabólica y terrorista que se había llevado a sus hijos.

En una conferencia de prensa, los abogados del exgobernador condenado por corrupción hablaron de "irregularidades" en el proceso judicial y cuestionaron el trabajo de investigación periodística de ANÁLISIS.

Deportes

River

River visitará a Libertad e irá por otro paso a los octavos de final de la Copa Libertadores.

Pitón

En la localidad de Pronunciamiento, Guillermo Pitón festejó en inicio del calendario del Rally Entrerriano.

Sionista

En el partido destacado del miércoles, Sionista visitará al líder del grupo, Gimnasia de Santa Fe.

Peñarol

Peñarol visitará a Malvinas, el La Paz, el domingo a partir de las 16.

Bonelli

El entrerriano Nicolás Bonelli realizó un test en el Autódromo de La Plata con vistas a la carrera en Toay.

SL

San Lorenzo perdió ante Liverpool y quedó complicado en el Grupo F de la Copa Libertadores.

Opinión

Por Néstor Banega (especial para ANÁLISIS)  

En la capital entrerriana una multitud en favor de la educación pública.

Por Edgardo Scarione (*)  

(Foto: NA)