
Es referente del periodismo entrerriano y crespense. El fundador del mítico Paralelo 32 no deja de trabajar a pesar de los 73 años que tiene. “Me percibo de 40”, dice. Hace poco presentó un libro y dice que, aún no comenzó su tiempo de escribir más libros.
Por Claudia Martínez
Siempre está dispuesto a contestar cualquier pregunta que tenga que ver con su trabajo de periodista que a, a pesar de todo, nunca deja. “Mientras el cuerpo aguante, la voluntad sobra, como decía Sandrini”, agrega a la hora de contestar hasta cuándo va a seguir desarrollando su tarea.
Luis cuenta que “nací en un hogar con un padre que tenía dos empleos, uno en los talleres del Arsenal de Crespo y por la tarde en su taller de pintura de automóviles, donde pintaba sin máscara y falleció cuando yo tenía 13 años y 14 mi hermano”, recuerda.
Su hermano - en quien la poliomielitis había hecho estrago siendo niño -falleció hace 15 años en un accidente.
“Quedamos desamparados porque en esos tiempos una pensión para la viuda tardaba un año en otorgarse, y el desamparo, la ausencia de un proveedor, despierta fuerzas nuevas que uno desconocía. A mí me obligó a salir a trabajar a los 13 años, en lo que se me ofreciera”, explica.
Luis comenzó el secundario nocturno a los 16, “cuando Crespo comenzaba a tener sus primeras calles asfaltadas”.
En ese entonces el único medio de comunicación era la red propaladora que había instalado algunas bocinas en puntos estratégicos del pueblo.
“En el Instituto Comercial Crespo tomé conciencia de la necesidad que había de un medio de comunicación en mi pueblo.Hablo de un tiempo cuando era realmente apasionante ver en letras de molde lo que uno había escrito; había cierta sacralidad en eso, pensemos que cada una de esas palabras podrían ser leídas cincuenta o cien años más tarde.Los periódicos son el borrador de la historia”, define.
“No sabría definir bien si comencé por vocación o por ganas de trascender, pecado que a los jóvenes se les perdona. Lo cierto es que escribir era lo que mejor sabía hacer y en estos pueblos el que quería hacer carrera en el periodismo tenía que emigrar o crear su propio medio”, reflexiona. Y terminó haciendo el suyo.
“Pero quiero volver a mis 13 años-prosigue con sus recuerdos-. Con mi padre recién fallecido, mi madre, ama de casa, vendió el auto y pagó las deudas del tratamiento y sepelio. Se ve que sobró algo de allí porque mi hermano Omar la convenció de comprar dos parlantes y un pequeño equipo amplificador Ucoa de 25 vatios, con el que prestaba algunos servicios de sonido. Necesitaba un locutor y ahí estaba yo, que por otra parte ya había conseguido empleo en una empresa cooperativa”, agrega.
Casi sin proponérselo se convirtió en locutor en su ciudad, “o más bien el que se le animaba al micrófono en público, siempre ad honorem obviamente, desde los actos oficiales en fechas patrias hasta desfiles de modelos”, detalla.
Con el tiempo llegó a ser en dos oportunidades maestro de ceremonias de la Fiesta Nacional de la Avicultura, Fiesta Provincial de la Cerveza y tantos otros grandes eventos.
También recuerda su paso como productor de dos programas en LT14 donde compartía el micrófono con locutores de la casa.
“Mi despedida de los micrófonos fue en 1978 cuando fui maestro de ceremonias de todos los actos del centenario de la inmigración de los Alemanes del Volga, que durante dos semanas se realizaron en ciudades de cuatro provincias, con un gran cierre en el pabellón de la Sociedad Rural de Buenos Aires. De hecho, tres o cuatro años antes había hecho un programa en LT14 hablando yo mismo aquella epopeya y presentando su música”, rememora.
(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1150, del día 16 de mayo de 2024)