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Todo mal hecho

Jaime Durán Barba

Hay analogías posibles en el derrotero del PRO y los últimos actos de campaña de LLA: lo que nace como la expresión saludable de una sociedad dispuesta a un cambio empieza a ideologizarse y adquirir vicios de lo que se vino a reemplazar. La caravana de Lomas de Zamora, elegida en un lugar y horario sumamente inoportunos, se suma a un cierre en Moreno en el que no faltaron las descalificaciones a los vecinos del lugar, gente encapuchada y barras bravas de fútbol. Son errores que trascienden a la estrategia electoral y que permiten augurar malos resultados.

La sociedad tiene su propia vida, sus propias pulsiones, y un grupo que sabe interpretarla puede tener éxito. Cuando el Hubrys hace que sus dirigentes quieran hacer lo que les viene en gana, fracasan.

En 2005 el PRO adoptó una estrategia que mantuvo sin variaciones hasta 2018. Sus dirigentes querían ganar la presidencia de la República armando una alternativa republicana al peronismo. En un escenario en el que el peronismo tenía el control de la mitad del electorado, estaba claro que era necesario armar un frente amplio, sobre todo de ciudadanos, con distintas formas de ver la vida, que quisieran construir una sociedad pluralista, diversa, con instituciones, y una economía liberal.

Las investigaciones decían que la mayoría de la gente estaba en contra del pasado, que demandaba un cambio. Se estaba desarrollando ya la actual crisis de la democracia representativa. Los candidatos importantes fueron siempre personas capaces, inteligentes, pero que no habían hecho carrera política y menos de partido en partido. Se formaron cuadros de primera calidad en todas las áreas.

El líder del PRO era “oligarca”, se necesitaba evitar la ostentación de riqueza. Se cuidó de los detalles, viéndolos desde los ojos de los electores. En 15 años Macri casi nunca usó terno y corbata, porque se asocian en la mente de la gente con “político”, “viejo”, “distante”. Se trataba de proyectar un Macri amigable, cercano, que confraternizaba con la gente común.

Cuando en 2019 el PRO abandonó esa estrategia, quiso transformarse en un partido ideológico, con un líder que juega naipes por el mundo y ve partidos de fútbol mientras dice que hay que ajustar a los pobres, se desmoronó. El fin llegó cuando fue entregado a Karina Milei, a cambio de una candidatura irrelevante en la Ciudad de Buenos Aires.

Lo mismo ocurrió con La Libertad Avanza. Es un fenómeno que surgió en una sociedad en la que el rechazo al pasado se agudizó por la pandemia y en todo el mundo hay espacio para alternativas distintas de la política tradicional. Cuando el PRO entregó las banderas del cambio, quedó ese espacio que fue llenado por un candidato espectacular, con una estrategia inteligente, rodeado de distintos.

Milei fue el vocero de quienes estaban cansados con el estereotipo que está en la mente de la gente: mentirosos que hacen negocios con el Estado, que manipulan a los pobres: la casta

Milei fue el vocero de quienes estaban cansados con el estereotipo de los políticos que están en la mente de la gente: mentirosos, que hacen negocios con el Estado, que manipulan a los pobres. Dijo que ellos eran la casta que debía pagar el severo ajuste que se necesitaba hacer en el país.

Se repitió el fenómeno de hace veinte años: Macri atrajo a gente valiosa, poco conocida, que se entusiasmó con esas ideas, militó y entregó su tiempo y sus esfuerzos para luchar por el cambio.

Ahora, otro grupo de jóvenes nuevos propuso lanzar una cruzada en contra del pasado, más radical que la del PRO. Era el cambio elevado al cuadrado.

Milei expresaba muy bien, con sus actitudes y su lenguaje corporal, que era posible una transformación positiva, que la libertad avanzaba. El mensaje se reforzó con la aparición de rostros nuevos que rugían a coro con el león, para demandar un cambio radical. Ganaron porque eran distintos.

Según quisieron armar un partido tradicional, fueron devorados por lo peor de la vieja política. Entregaron la dirección de su proyecto a personas que representaban todo lo que habían venido a combatir: políticos anticuados, que se ajustaban a la definición de “casta”, pero eran de segundo nivel.

La fase final de la campaña bonaerense ha sido la peor expresión de eso. Han hecho todo lo necesario para perder. Listas llenas de personajes del pasado. Actitudes prepotentes y violentas. Falta de estrategia y sentido común.

La caravana en Lomas de Zamora, en un momento en el que la imagen del Gobierno tiene cuestionamientos mal manejados por el tema de los discapacitados, fue un disparate. Asomar en un bastión peronista en una camioneta sin ninguna seguridad, salir corriendo cuando les lanzan una piedra, hacer el ridículo en la huida produciendo fotos que circularon por todo el mundo, inventar que hay un complot para asesinar a Milei, fueron algunas de las tonterías que debilitaron la campaña.

Cuando se organiza el cierre, se estudian alternativas para saber en dónde puede salir mejor, para comunicar optimismo a los militantes. Descontrolados como están por tantos problemas, los armadores de la campaña escogieron el sitio en donde les podía ir peor. No se necesita ser demasiado inteligente para saber que si alguien hace esto, le puede ir mal.

Menos de dos mil personas acarreadas se concentraron en un potrero anegado, rodeadas de barrabravas encapuchados, rodeados de lugareños enojados, a los que llamaron “monos sin dientes” y “negros”. Forma original de atraer votos.

Milei hizo piruetas para entusiasmar a los pocos presentes, recordando una escena de Cristina Fernández, cuando ingresó a un acto lanzando saludos emocionados a una calle vacía.

Si se hace todo mal, si se traiciona lo que fue el corazón de la propuesta, solo se puede conseguir un mal resultado.

(*) Esta columna de Opinión de Jaime Durán Barba se publicó originalmente en el portal de Perfil.

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