Reconfiguración del desierto: el río como territorio de disputas

Por Belén Giménez
(Especial para ANÁLISIS)

“En este lugar donde estamos parados es el lecho del río”. Intuitivamente las miradas se desplazan hacia los pies: calzados secos, arena seca y un desierto circundante, un horizonte vacío. Primeros vestigios materiales de conceptos que se resemantizan para que vayamos más allá. El río es la ventana de la ciudad, mientras que, al interior, es territorio de disputa. 

La palabra desierto, como espacio físico devenido simbólico, tiene, para los habitantes de este país, ese sesgo de problemáticas territoriales, poblacionales, asociado siempre a íconos como el indio, el gaucho y La Pampa. La bajante del Paraná deja al descubierto otras conquistas con la consecuente apropiación y explotación del recurso hídrico y su entorno.   

Una mesita plegable para apoyar unos pocos papeles que el viento amenaza con llevarse y una silla de cara al río es todo el mobiliario que se presenta como escenografía de lo que es el inicio de un recorrido ofrecido como paquete turístico bajo el aplastante hormigón de la costanera, esa que, dicho sea de paso, ya cuenta con 20 años. Sobre el pedraplén estabilizante, colocado para evitar la erosión del río sobre la costa, se encuentra un muelle con barandas donde, en días normales, el río casi se puede tocar. Una puerta del mismo aluminio frío permite el descenso por la pasarela hacia un muelle flotante desde donde se arriba a la lancha. Los jejenes son los anfitriones descontentos que van modelando ronchas en los brazos descubiertos por las altas temperaturas equivocadas de estación.

 “Hacemos esto hace 20 años”, dice Pantera Monti, que nos recibe risueño y conversador, haciendo gala de su profesión. No dice específicamente qué, pero se entiende que hace referencia al trabajo turístico en el río y, entre comentarios, se cuela uno sobre los cruces en verano para llevar a la gente del Club Rowing hasta la playa de la isla. Específicamente, se trata de “Servicios turísticos receptivos” para el cual la empresa Costanera 241 tiene habilitación y difusión mediante la página web paranaturismo.com.ar.

Pantera aclara que se llama Adrián, pero que “todo el mundo” lo conoce por su sobrenombre. Hace un par de preguntas y referencias a las diferencias de kilometraje que hay entre viajar por tierra o por río, lanza un par de chistes y, casi sin darnos cuenta, el motor se serena y afloja la marcha porque llegamos y es momento de bajar.

 Sobre la arena nos recibe Eduardo con un grupo de personas que habían llegado en un viaje anterior. Eduardo se presenta como un amante de la naturaleza y, entre otras actividades, como practicante de senderismo y guía del Parque Nacional Pre-Delta. Antes de comenzar la caminata, Eduardo se toma un tiempo para dar una breve charla. “En la zona de Prefectura hay una regla que marca la altura del río y en este momento se quedó sin escala. Normalmente, en esta época, tendríamos que tener tres metros de altura en el río para que sea normal. Imaginensé que ninguno de nosotros mide dos metros, desde este nivel –indica con la palma abierta hacia el piso que no se agacha para tocar porque basta con eso–, tres metros más –y sube la mano por encima de su cabeza–, lo que sería el nivel de agua, o sea que estamos ante una bajante histórica. En 1940 se vivió una bajante mayor, ahora podría pasar lo mismo. Hoy, entre todos, estamos documentando lo que está pasando”. Eduardo continúa y hace referencia a que la explicación de los hechos no se remite a un solo agente o fenómeno, sino que es el desencadenante de una serie de acciones, en su mayoría humanas: quemas, desmonte, contaminación, ausencia de lluvias… “Pero bueno, uno dice ¿y por qué faltan las lluvias? ¿Recuerdan los incendios del año pasado en el Amazonas…? Hay una serie de acciones que están pasándole al planeta, y acá estamos viendo una de ellas”.

La imagen es desoladora: estamos parados en un desierto, el agua del río queda lejos, arena seca con algún que otro charco de barro formado por la mezcla con sedimento, y suelo agrietado en otras. Cualquier intento de mitigar las acciones se cae a pedazos, es un desierto que excede las fronteras geográficas y que viene siendo formado hace tiempo por políticas de rodillas a los intereses de un sector privilegiado socioeconómicamente y gobiernos con programas económicos basados en modelos de desarrollo devastadores: quemas y desmontes para la utilización del suelo en actividades ganaderas, agropecuarias, turísticas y proyectos inmobiliarios. Si bien la problemática de las quemas de humedales en el Paraná resonó con fuerza y al pedido de “Ley de humedales ya” hace un año, en plena pandemia, tras las columnas de humo que se sucedían en las islas; el problema no es reciente ni se limita a la ciudad: a modo de ejemplo podemos recordar las quemas del 2008 en zonas del Delta desde Rosario a Campana con la sucesiva proliferación de emprendimientos. Situándonos específicamente en esta ciudad, la apropiación y el manejo de tierras es una constante con años de antigüedad: ventas de terrenos en zonas costeras a precios irracionales, proyectos inmobiliarios que permiten la privatización de playas, el conflicto en torno al predio dispuesto frente al mítico Patito Sirirí, y así, una larga lista en la que, esos usos significan la segregación social.

El lecho del río une la isla Puente con la Curupí que se formó a mediados del siglo XX, en el contexto de la anterior bajante histórica que permitió la acumulación de sedimentos. Pero el río (y recuerdo las palabras de Beto Martínez, baqueano del río y habitante de Puerto Sánchez) va creando nuevas y desapareciendo otras, es propio de su movimiento. “Fijensé que, al estar bajo y húmedo, van creciendo plantas. Cuando venga la creciente, va reteniendo la arena y cambia la geografía de la isla. La corriente puede pegarle a otra isla hasta cortarla, abrirla y hacerla desaparecer. El río va haciendo y deshaciendo. Estas islas siempre estuvieron separadas por el agua y lo que vamos a hacer ahora es unirlas caminando, prácticamente sin mojarnos, salvo que haya un charco de agua”.

El recorrido, pese a ser impartido por una empresa turística con fines lucrativos, se presenta como una actividad que intenta visibilizar la problemática: “Vamos a tratar de que esta caminata sea del menor impacto posible a la naturaleza: no tirando basura, no arrancando ni pateando las plantas, las aves pueden decidir anidar y es importante no tocarlas ni acercarse, no tomando los objetos que puedan aparecer”. Desde el Museo Provincial de Ciencias Naturales y Antropológicas “Profesor Antonio Serrano”, dieron recomendaciones respecto a las caminatas que son reiteradas por el guía al inicio.

La presencia de personas en el lugar también se da por medios independientes junto con la basura cotidiana, aquella que forma parte del paisaje urbano de Paraná por estar naturalizada, aunque no se ve sobre la arena porque es arrastrada por la corriente de la misma manera que llega desde la ciudad, pero sí se pueden ver restos enganchados entre las ramas o árboles. “Somos una especie más pero somos los únicos que destruimos, somos unos generadores de basura”, comenta Eduardo a modo de autocrítica. Sin embargo, es indispensable establecer una marcada diferencia en los grados de responsabilidad en torno a las acciones que afectan al río.

Avanzando en la caminata que se extiende por alrededor de dos kilómetros, aparecen, vistiendo el paisaje, raigones, “muertos” o espineles de pesca artesanal, propios de la idiosincrasia del lugar. El recorrido concluye en la playa de la isla Curupí, de cara al Puerto Nuevo. Pantera vuelve con la lancha a buscarnos, señala un barco viejo que duerme herrumbrado y pintado con otras manchas del tiempo a la vera del Puerto y cuenta que antes ese barco se encargaba de llevar vehículos a Santa Fe y que después quedó para transporte de materiales explosivos (tanques de combustible, garrafas). A pesar de la corta distancia del viaje, aprovecha para contar algo y finaliza con la sentencia “la pandemia nos ha matado”, en alusión a los impedimentos de desarrollar su trabajo; mientras dejamos atrás un nuevo desierto que se presenta como una actividad redituable económicamente con varios beneficiarios; desierto que no es más que la materia subyacente de un territorio siempre en disputa por intereses económicos y políticas nocivas, un acontecimiento que denuncia y nos interpela: ¿quién está matando?

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