
El director del hospital San Martín de Paraná analizó la situación de la pandemia en la ciudad y en la provincia, y sugirió “adelantarse a la jugada del virus” con medidas contundentes. Asimismo, en diálogo con Cuestión de Fondo (Canal 9 Litoral) instó a que las personas con responsabilidad deben hacer cumplir las medidas de protección para evitar la propagación de los contagios. Bantar habló de las batallas diarias contra la pandemia y dijo que le llama la atención el escaso cuidado de la gente en las calles de Paraná.
—¿Es el momento más duro desde marzo del año pasado?
—Es un momento que, más allá de los números, nos ha pasado en toda esta pandemia, nos encuentra siempre con una característica particular y distinta, que nos lleva a la incertidumbre. En este caso, a diferencia de la escalada en enero, nos encuentra en una plena apertura del sistema de salud hacia otras patologías, obviamente una flexibilización casi a pleno de la circulación, y sobre todo en el advenimiento de las variantes que todavía nos cuesta entender en cuanto a su dinámica de contagios que parece más claro en el aumento de la velocidad de contagios, no tan claro pero sí con una alta sospecha de que algunas de esas cepas tengan una mayor letalidad. Al haber una tasa de ataque aumentada, ese porcentaje de pacientes que inexplicablemente evolucionan mal por no tener factores de riesgo o una edad que no los pone en riesgo, esa tasa nos hace ver fenómenos que antes o veíamos. Es decir, pacientes jóvenes, en Estados Unidos hay series de casos de pacientes jóvenes, y habíamos tenido pacientes jóvenes que aunque no han llegado a la muerte, han tenido un transitar muy penoso de la enfermedad, incluso han manifestado lo que hoy llamamos longovid, es decir una evolución prolongada post covid, por esa infección que los tiene en un estado de capacidad disminuida por mucho tiempo.
—¿Cuántos años hace que se recibió de médico?
—Me recibí primero de bioquímico en el 85 y después de médico, con mi residencia en Buenos Aires, estuve un año en el exterior haciendo investigación, pero debo tener más de 30 años de profesional.
—¿Alguna vez se le cruzó por la cabeza que podía encontrarse con este escenario?
—No, y mire que yo transité fuerte la pandemia de la gripe A, donde el fenómeno era, a la inversa de este, veíamos pacientes que la gripe nunca había matado. Acá empezamos a ver la muerte de pacientes más vulnerables, en su extremo de la expectativa de vida, y en la gripe A lo que nos llamaba la atención es que el 85% de los pacientes que internábamos graves, nunca habían pisado un hospital en su vida. Eso nos llamó la atención. Y la verdad que tuvimos un impacto muy grande. Pero la transmisibilidad y la “inteligencia” de este virus para persistir atravesando las distintas estaciones climáticas, las distintas estrategias sanitarias de países liberales, socialistas, con medidas atravesadas por la política por supuesto en cuanto a la adopción de estrategias, el virus realmente ha atravesado e interpelado todos los sectores de la sociedad.
—Desde el 25 de marzo del año pasado hasta hoy ¿Cuántas veces se quebró por la situación, por determinados hechos que lo tienen que haber conmovido?
—La verdad es que esta situación nos inyectó tanta adrenalina en la dinámica, tan de golpe, tan característica de este virus, como el 100% de aumento en un día, ese mismo aumento lo vemos en la cola de la posta respiratoria, en dos horas a la mañana en la ocupación de camas de terapia intensiva, que uno tiene poco tiempo de valorar el impacto que tiene. A mí personalmente lo que más me asombró en mi situación es la cantidad de contradicciones a las que me ha llevado, yo soy alguien habitualmente reflexivo, con mucha autocrítica, y sin embargo pocas veces he tenido tantas contradicciones en mi vida de ir pensando diametralmente opuesto, de tener cambios conceptuales, hay que cerrar todo, hay que abrir todo, hay que abrir la mitad, hay que abrir camas, cerrar camas, todo el tiempo. Y lo que sí nos conmovía mucho, inicialmente, hasta las lágrimas, era cuando dábamos de alta, recuerdo una pareja que filmamos que fueron nuestros primeros pacientes de alta de más de 85 años, internados juntos en la misma habitación, cuando se iban de alta y tomaban el ascensor del hospital. Ese es el momento que más recuerdo, de quebrarme, por una batalla mínima entre tanta muerte, entre tanta miseria, entre tanta incertidumbre.
—¿Cuántas horas duerme?
—Cuatro o cinco horas. Yo hago actividad física todos los días, la verdad que me siento cotidianamente bien.
—¿Qué le ha pasado cuando se enteraba de un personal de salud afectado o fallecido?
—A mí me es difícil aislarme de la facilidad que me cabe, hay 1.600 empleados en el hospital y uno se siente responsable por la seguridad de su gente. Y en los momentos iniciales, donde no había barbijos, donde no se conseguían elementos de autoprotección, donde teníamos que hacer licitaciones y ver la calidad de las máscaras de protección, entonces inicialmente teníamos mucha incertidumbre acerca de qué tan expuestos estábamos a los enfermos. Hasta que empezamos a conocer eso atravesamos momentos muy difíciles, momentos culposos, y momentos de mucha inseguridad inicial. Pero la verdad es que con el correr del tiempo nos hemos ido naturalizando a esa situación, y después empezaron a aparecer las primeras evidencias que los contagios del personal de salud acompañaban a los contagios comunitarios.
—¿Se da tiempo para observar de vez en cuando lo que pasa en Paraná en cuanto a los cuidados de la gente?
—Sí, todo el tiempo. Me llama mucho la atención que no haya tanto cuidado. Me llama mucho la atención la naturalización de la falta de cuidado, de la situación. En la ciudad de Buenos Aires, no le exagero, no vi a nadie andar en la calle caminando sin barbijo, a nadie. Y mire que no creo que realmente una persona que va sola caminando sin barbijo contagie o se contagia, pero obviamente que las personas entran a los negocios, a los bares, a las casas, y el no tener el barbijo puesto lleva a manipularlo muchas veces. Allá todo el mundo camina con barbijo y se cumplen los protocolos ve en los bares. Lo que sí vi, en la vida nocturna de una franja etaria, obviamente la violación de las medidas, pero es lo que yo llamo la utopía de los protocolos, si hay ocho sentados en una mesa ¿qué tamaño tiene que tener la mesa para que estén a dos metros, para que no se rían, para que no tosan?
—¿Cómo observa la realidad y las restricciones en Paraná? ¿Hay que ir a más restricciones?
—Si yo le hablo como funcionario tengo que decirle que nosotros damos las recomendaciones, pero no cerramos ni abrimos cosas, pero sí le puedo hablar como ciudadano por lo que observo o como médico especialista en microbiología. De eso sí que le aseguro que he leído y observado mucho. En esa situación uno sabe que aún los países más liberales han tenido que acudir siempre, pero no una vez, recurrentemente para bajar la circulación de las personas y del virus, han tomado medidas extremas. Miami, Alemania, Francia, Madrid, en toque de queda, quien conoce Madrid hay 20 o 30 bares por cuadra. Y sin embargo, toque de queda.
—Si usted dice que no hay más lugares en terapia o quedan pocas camas ¿tenemos que ir a medidas más duras?
—Yo lo que sí le puedo asegurar es que uno ha reflexionado acerca de retomar hoy medidas inteligentes que tiendan a adelantarse a la jugada del virus. El virus siempre nos corrió por delante y uno tiene que ver venir la situación, lo que impacta son acciones rotundas, profundas, de shock, de tiempo corto para no afectar todo lo colateral que se ha afectado durante la pandemia y la cuarentena dura, que sea inteligente, que pegue en el lugar donde está la mayor circulación del virus, la mayor circulación de la gente que transmite el virus y que afecte lo menos posible al funcionamiento de toda la comunidad y de la sociedad. Lamentablemente y paradójicamente, algo que parece tan sencillo es tan difícil, porque apunta al hábito cotidiano. Parece ser que a la gente le cuesta defenderse, porque más allá de las reuniones clandestinas es difícil hacerle entender a un grupo de amigos que debe dejar de juntarse por un tiempo, o que si se juntan se junten cuatro en una mesa grande, y que se cuiden. El virus ataca al distraído, cuando nosotros interrogamos le puedo asegurar que casi nadie puede determinar el momento en el que se contagió. Porque se distrajo. Son tan fáciles las medidas en teoría, pero tan difíciles de implementar. Vencer la vergüenza de decirle a alguien que está frente suyo que por favor se ponga un tapabocas para hablarle, decirle que se aleje, abrir las ventanas de manera cruzada, y uno tiene que estar recomendándolo todo el tiempo.
—En una quinta hubo siete fiestas clandestinas ¿Qué mensaje le daría a esos chicos que siguen concurriendo a esos lugares u organizando esas fiestas, pese a lo que pasa?
—La verdad que yo no sé si hablarle demasiado a los chicos en esta coyuntura. Creo que hoy hay una actitud absolutamente contestataria en una franja de personas, no sólo de distracción sino contestataria y rebelde a tomar determinadas acciones de cuidado. Y cuando uno ve cómo atraviesa la enfermedad es franja etaria se da cuenta que realmente es casi indolente para la mayoría de ellos. Por lo tanto, desde esa proyección trato de no ser anacrónico y acordarme cuando yo tenía esa edad y a veces en la balanza es casi natural tener esa sensación y esa avidez de libertad y transgredir los límites. Pero uno no tiene que pedirle a las persona que cumplan determinadas cosas, las tienen que hacer cumplir a través de la gente que tiene la responsabilidad de cumplirla y de hacerla cumplir, a ellos sí yo les pediría, o los invitaría a reflexionar que el sistema de salud solo no va a poder, ya no pudo con esto.