Teatro

Saltimbanquis: quince años de un sueño que creció a pulmón

Edición
1166

Por G.G.d.R.

Hay salas de teatro que funcionan como salas. Y hay otras que, apenas uno cruza la puerta, percibe un pequeño mundo que se sostienen con trabajo, paciencia y una fe casi obstinada en el poder de la expresión. Eso pasa en Saltimbanquis, se siente en los pasillos, en las risas previas a una muestra, en las miradas cómplices de quienes esperan su turno para salir a escena. Cuando octubre y noviembre le imprimen a la ciudad un ritmo apurado, ahí adentro todo se mueve a otra velocidad. Una celebración íntima y sin estridencias, donde cada función resume algo más profundo, los vínculos que se construyeron durante el año y el crecimiento silencioso de quienes se animaron a dar un primer paso.

Quince años después de haber surgido casi por necesidad, aunque el reconocido actor, director teatral y docente, José Carlos Vicentín, sostiene que “los sueños nunca nacen del todo por casualidad”, Saltimbanquis se consolidó como un espacio querido, al que se vuelve porque algo de uno queda ahí. Un hogar cultural para generaciones de talleristas en Paraná.

El origen

José Carlos “Vicente” Vicentín recuerda el comienzo con mezcla de nostalgia y alivio. “El año que viene se cumplen 25 desde que empecé a dar talleres”, dice, todavía sorprendido por el paso del tiempo. Comenzó en los primeros años de los 2000, pasando por distintos espacios, hasta llegar a Metamorfosis. “Ahí tenía todo: condiciones, comodidad, lugar”, cuenta en diálogo con ANÁLISIS. Sin saberlo, también estaba viviendo el final de una etapa.

Cuando la sala cerró momentáneamente para mudarse, se quedó sin sitio donde continuar. “Los talleres eran muchos y ya no podía llevarlos a cualquier lado. Entonces apareció la necesidad de tener un espacio propio. No por ambición, sino porque no quedaba otra alternativa”.

A veces las mejores decisiones nacen de urgencias que primero parecen obstáculos. En 2010 alquiló un salón pequeño en Gualeguaychú. Entre paredes sin pintar y un techo que pedía arreglo, nació Saltimbanquis. Cuatro años después, ya más firme, se mudó a Feliciano 546, su sede actual.

Lo que siguió es conocido por quienes pasaron por allí: días de mucho trabajo y mucha paciencia, reformas entre talleres, telones cosidos mientras algún grupo ensayaba a metros. “Para sostener una sala independiente tenés que saber hacer de todo -carpintería, electricidad, pintura, trámites- y muchas veces sin presupuesto. Pero una sala no se mide como una empresa. Si fuera por rentabilidad, no existiría ninguna”, reflexiona.

Juego, confianza y curiosidad

El alma de Saltimbanquis tiene que ver con la mirada de su coordinador sobre el proceso teatral. Nada solemne: juego, confianza y curiosidad. Una combinación sencilla que, en la práctica, se vuelve movimiento. “Lo primero es que quien entra se sienta seguro. Que pueda equivocarse sin miedo. Cuando aparece eso, el trabajo se vuelve más profundo”.

En los talleres de adultos confluyen profesiones, edades y recorridos muy distintos. “Esa mezcla es hermosa. La diferencia enriquece. Cada persona trae algo, aunque no lo sepa”, señala.

Para Vicente, el teatro funciona como un lente que modifica la forma de mirar. “El teatro abre la percepción. Te deja más atento, más sensible. Después es difícil volver a ver las cosas igual”.

El año avanza entre aprendizajes, tropiezos, noches luminosas y otras donde nada termina de aparecer. Lo importante —dice— es que cada participante descubra algo que antes no veía. “A veces es un acto mínimo de valentía. Una risa que estaba guardada. Animarse a proponer una idea. Esas cosas son oro”, comenta el director.

Vicentín evita las fórmulas, pero reconoce que el teatro deja marcas profundas, la escucha, el tiempo compartido, la cooperación que aparece cuando el cuerpo realmente está presente. “Para que una escena exista, tiene que existir el otro. Hoy estamos tan acostumbrados a la pantalla que nos olvidamos del cuerpo. En el teatro no se puede evitar, estás ahí y el otro también”.

Por eso,considera que el teatro debería tener un lugar en las escuelas. “No para formar actores. Para formar personas más sensibles, más conscientes del otro. Menos apuradas”, valora.

“Un año increíble en lo humano”

La sala creció de a poco. Nuevos ciclos, grupos, funciones, proyectos que aparecieron casi sin aviso y que después se volvieron parte de la identidad del lugar. También hubo retrocesos, dudas y pausas necesarias. “Aprendimos muchísimo errando”, reconoce. “Y cada año ajustamos algo: horarios, modos de trabajo, propuestas”.

El contexto económico es complejo, pero Vicentín hace el balance sensible y optimista. “Desde lo material quizá podríamos estar en déficit. Pero en lo humano fue un año increíble”. Las funciones de cierre lo confirman: familias enteras celebrando a alguien que nunca se había subido a un escenario, nervios que se transforman en carcajadas tras el saludo final.

Para diciembre tienen una idea que entusiasma, un camping teatral, una experiencia al aire libre para volver a jugar con la naturaleza como escenario.

 

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1166, del día 27 de noviembre de 2025)

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