Carlos Merenson
La historia del cambio climático no empieza con la diplomacia, sino con la ciencia. Mucho antes de las COP, antes incluso de la idea moderna de política ambiental, ya existían advertencias claras sobre la sensibilidad climática del planeta.
- En 1824, Joseph Fourier introduce el concepto de efecto invernadero para explicar por qué la Tierra es habitable.
- En 1859, John Tyndall demuestra que ciertos gases —entre ellos el CO₂— absorben calor y que alterar su concentración puede cambiar el clima.
- En 1896, Svante Arrhenius calcula que la quema de combustibles fósiles calentará la superficie del planeta: su estimación es sorprendentemente parecida a la que manejamos hoy.
A mediados del siglo XX, la evidencia se vuelve incontrastable. En 1938, Guy Callendar muestra que la temperatura global ya aumentaba. Y desde 1958, la curva de Charles David Keeling registra año tras año el ascenso continuo del CO₂ en la atmósfera, entonces apenas 315 ppm, el umbral que marca el inicio de la era moderna del desborde atmosférico.
Los años 60 consolidan lo que ya era obvio:
- Budyko (1962) advierte que la industrialización conducirá a un calentamiento global durante el siglo XXI;
- Lorenz (1965) demuestra que el clima es un sistema caótico, capaz de cambios abruptos;
- Emiliani (1966) prueba que modificaciones relativamente pequeñas son suficientes para alterar el sistema climático a gran escala.
En 1971, la Academia Nacional de Ciencias de EE.UU. publica la primera advertencia internacional coordinada: la humanidad puede provocar un rápido cambio global y se necesita una respuesta urgente.
Ese llamado desemboca en la Primera Conferencia Mundial del Clima en 1979, donde ya se afirma que el calentamiento inducido por gases de efecto invernadero es real y peligroso.
En 1988, se crea el IPCC para sintetizar de manera periódica un consenso científico abrumador: el clima se está calentando y la causa principal es el uso de combustibles fósiles.
Es decir: cuando las negociaciones climáticas comenzaron formalmente, la ciencia ya llevaba 160 años de advertencias claras.
46 años de negociaciones para demostrar que el productivismo sigue mandando
Entre 1979 y 2025 transcurrieron 46 años de negociaciones climáticas. Y durante esas casi cinco décadas, las emisiones globales siguieron un único recorrido: siempre hacia arriba. Cada COP, cada protocolo, cada promesa, cada “momento histórico” terminó absorbido por la misma maquinaria que pretendía regular: un sistema económico fundado en la expansión material continua.
No son errores aislados: es la estructura.
Las COP se convirtieron en un ritual que administra la impotencia internacional frente al poder fósil. Un espacio donde:
- las metas no obligan,
- los mercados de carbono ofician de indulgencias,
- las “transiciones energéticas” no modifican la matriz real,
- la tecnología se invoca como salvación mágica, y
- jamás se discute lo innombrable: la necesidad de reducir el metabolismo industrial y material del sistema global.
Durante 46 años, la atmósfera —que no negocia, no vota y no firma acuerdos— registró con precisión el verdadero resultado: más CO₂, más metano, más óxidos de nitrógeno, más calor acumulado, más riesgo sistémico.
La COP30: el momento en que el petróleo deja de disimular
La COP30 exhibió algo que estaba presente desde el inicio, pero que ahora ya no se oculta: la captura fósil de la política climática es casi total.
- Se habló de transición, pero se defendieron nuevos proyectos de petróleo y gas.
- Se habló de justicia climática, pero se blindaron los intereses de las corporaciones fósiles.
- Se habló de urgencia, pero se evitó toda reducción real y vinculante de la extracción.
La contradicción ya no es retórica: es obscena.
La COP30 se hunde en petróleo no porque haya fracasado “a pesar” de los esfuerzos, sino porque es el engranaje correcto de una maquinaria cuyo fin nunca fue frenar el calentamiento, sino administrar su aceptabilidad política mientras se prolonga la vida útil del modelo extractivo.
Dos siglos de advertencias, un sistema que no quiere escuchar
Desde Fourier hasta el IPCC, desde Keeling hasta la evidencia de 2025, la ciencia dijo siempre lo mismo: si seguimos quemando fósiles, el planeta se calentará peligrosamente.
Y desde 1979 hasta la COP30, la política internacional hizo también lo mismo: evitar el único cambio que podría resolver el problema.
El resultado está a la vista:
- superamos hace tiempo la línea de seguridad de 350 ppm,
- los impactos ecosociales ya no son potenciales sino presentes,
- el calentamiento se acelera, y
- la ventana para evitar escenarios desestabilizadores se reduce drásticamente.
No es la ciencia la que falló: es el orden productivista que la política se negó a interpelar.
Después de la COP30: el tiempo de la ecopolítica
Después de dos siglos de advertencias científicas y 46 años de negociaciones fallidas, solo queda decirlo con claridad: no habrá solución climática dentro de una civilización que necesita expandirse para existir.
- El productivismo no es un obstáculo incidental: es la raíz del problema.
- El petróleo no es un sector económico: es la columna vertebral del sistema actual.
- La COP30 no es un accidente: es la consecuencia.
Por eso, cuando decimos que “la COP30 se hunde en petróleo”, estamos diciendo que la política climática global llegó al límite de su modelo. Y que la salida no está en mejorar las cumbres, sino en cambiar las reglas materiales de la economía, es decir, en construir una ecopolítica que parta de los límites biofísicos del planeta y no de las expectativas del mercado.
Al final, lo que falta no es una nueva sigla, ni otra arquitectura de promesas vacías, sino una ecopolítica capaz de mirar de frente la realidad material del mundo. Dos siglos de ciencia han descrito con precisión quirúrgica un problema que la política y la tecnoburocracia internacional han preferido mirar de reojo, como si la gravedad de los hechos pudiera disiparse en comunicados o balances neutros. Afrontar el colapso climático exige abandonar el espejismo de que todo puede seguir igual: requiere recuperar la responsabilidad pública sobre los bienes comunes, repensar el sentido del desarrollo y asumir que no habrá transición posible mientras sigan mandando las mismas lógicas que nos trajeron hasta acá. Una ecopolítica madura empieza por eso: dejar de vivir de espaldas a la Tierra.
Fuente: La (Re) Verde


