Palacio Estevez, sede del Ejecutivo uruguayo.
Por J.C.E. (*)
Siempre tuve una especial debilidad por Uruguay, y no es por pasar los veranos en Punta del Este ni por ser propietario de una mansión en José Ignacio. La debilidad que tengo por el Uruguay tiene que ver con sus intelectuales, escritores, poetas, músicos, las murgas de creatividad singular, y sus políticos, no importa de qué lado de la vida se ubiquen, pero su formación, su don de gente, su paso por la función pública sin levantar sospechas que los lleven a ser investigados, y por la calidez de sus habitantes.
El actual presidente, Luis Lacalle Pou, hijo del expresidente Luis Alberto Lacalle, tiene 47 años, está casado con Lorena Ponce de León con quien tiene tres hijos y milita, como es tradición en la familia, en el derechista Partido Nacional.
Días pasados se conoció la noticia que en el plan de austeridad impulsado por el presidente, la Cámara de Representantes tendrá un ahorro anual de 3,4 millones de dólares en lo que puede tomarse como la cara opuesta a los gastos de las Cámaras de Diputados y Senadores de la República Argentina.
Sin anuncios rimbombantes más propios de campañas que de gestión, los representantes uruguayos decidieron un recorte de gastos innecesarios que, como decía, aportará a las arcas del país de la Banda Oriental 143 millones de pesos uruguayos que equivalen a 3,4 millones de dólares. La medida incluye tanto la eliminación de las partidas de prensa y fotocopias para los legisladores, como la reducción del 51% de las vacantes que se generen y la decisión de que no se financien más las botellas de agua mineral para los gobernantes. Sin lugar a dudas los uruguayos están dando señales al mundo de como prescindiendo de erogaciones que podrían justificarse en un país de economía sostenida y en alza, pero no en una república atravesada por problemas económicos-financieros.
Otra decisión del Presidente Luis Lacalle Pou fue la que él definió como “una jugada muy fuerte” que consistió en recortar un 20% del salario al presidente de la república, a sus ministros, senadores, diputados y a todos los funcionarios públicos que ganaran más de 1.900 dólares.
Naturalmente, en la Argentina, el país de los grandes anuncios por la cadena nacional o por los decretos de necesidad y urgencia, los famosos DNU, medidas como las uruguayas incendiarían el país. “Lo único que no se negocia es el sobre”, solía decir un exdiputado nacional del peronismo entrerriano.
Evidentemente, más que un río es un abismo lo que nos separa y diferencia del Uruguay.
En términos de convivencia política, vale como ejemplo la decisión del Presidente dada a conocer días atrás en oportunidad de inaugurar el Plan de Salud Bucal al que previo acuerdo con Tabaré Vázquez, de quien solicitó la autorización, denominó María Auxiliadora Delgado en homenaje a la fallecida esposa del expresidente.
“Nosotros no estamos en la actividad política para hacer anécdotas, no estamos en la actividad de gobierno para andar a los codazos, estamos para hacer lo que dijimos” aseveró el mandatario.
En definitiva, un país que se toma en serio, más allá de las banderas políticas que definan el pensamiento de sus gobernantes y gobernados, aporta expectativas de las que los argentinos estamos cada vez más lejos y los uruguayos, sin desconocer los problemas internos que los aquejan y a los que se enfrentan a diario, no cambian el rumbo y con pequeños o grandes gestos van tejiendo la urdimbre republicana que soñó José Gervasio de Artigas.
Mientras tanto, del otro lado del río, los argentinos perdemos espacios que nos alejan día tras día de resolver problemas que hacen al bienestar de la población, los legisladores se asignan dietas escandalosas y los sueños de José de San Martín y Manuel Belgrano quedan cada vez más para el anecdotario de los manuales de historia.
(*) Especial para ANÁLISIS.