La meritocracia no existe por la diferencia de oportunidades y contextos.
Por Diego Rubinzal (*)
“Y no hables de meritocracia, me da gracia, no me jodas, que sin oportunidades esa mierda no funciona”, Wos. La desigualdad económica-social global es una bomba de tiempo. Según datos de la prestigiosa ONG Oxfam Intermón, 2.153 multimillonarios poseen mayores riquezas que 4.600 millones de personas. Por otro lado, apenas el uno por ciento de la población mundial detenta el doble de riqueza que 6.900 millones de personas. La “película” es aún más preocupante que la “foto”: el número de milmillonarios se ha duplicado en la última década.
La idea que esa infima minoría de ultraricos “merece” tamaña acumulación de dinero desafía toda lógica. La apología del “mérito”, que en sí mismo resulta un valor destacable, enmascara la defensa de un orden social injusto.
Las reglas de funcionamiento de la economía mundial están muy lejos de apoyarse en valores meritocráticos. El magnate Bill Gates reconoce que “mi fortuna de 109 mil millones de dólares demuestra que la economía no es justa. Fui recompensado desproporcionadamente por el trabajo que realicé, mientras que muchos otros que trabajan igual de duro luchan por sobrevivir”.
En su famoso libro El Capital en el siglo XXI, Thomas Piketty demuestra cómo la sociedad avanza hacia un “capitalismo patrimonial”, tal como acontecía en el siglo XIX. Los datos duros revelan el creciente predominio de una élite hereditaria. En resumen, las grandes fortunas no se construyen trabajando. El economista Paul Krugman sostiene que el trabajo de Piketty desmiente “el más preciado de los mitos conservadores: que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas”.
Esta cuestión es también analizada por Joseph Stiglitz en su libro “El Precio de la Desigualdad”. El Premio Nobel de Economía concluye que “el noventa por ciento de los que nacen pobres mueren pobres por más esfuerzo que hagan, el noventa por ciento de los que nacen ricos mueren ricos independientemente de que hagan o no mérito para ello”.
El escenario actual no sólo es reprochable por motivos éticos. La extrema desigualdad también conspira contra un funcionamiento sostenible de la economía. El período de posguerra (1945-1975) fue conocido como los treinta años gloriosos del capitalismo. Los altos niveles de crecimiento económico coexistieron con una distribución del ingreso más igualitaria. La revolución conservadora neoliberal imprimió un rumbo distinto a la humanidad.
La desigualdad es multidimensional e incluye, en muchos países, cuestiones raciales. Estados Unidos es un ejemplo en esa materia. Las prácticas racistas en escuelas y cárceles son un tópico de denuncia permanente del Comité de Derechos Humanos de la ONU. Las diferencias también son inmensas en el terreno económico. Los ingresos promedios de las familias blancas son un setenta por ciento superiores al de las afroamericanas.
El 25 de mayo de este año, la policía de Minnesota asesinó al afroamericano George Floyd. Ese acontecimiento potenció el movimiento Black Lives Matter (“Las vidas de los negros son importantes”) que comenzó en 2013. Los jugadores de la NBA dieron mucha visibilidad a la protesta. El basquetbolista LeBron James dijo que “no es un movimiento, es una forma de vida. Cuando te levantas y eres negro, sabiendo que por cada paso que cualquiera dé tú tienes que dar cinco más”.
El 9 de julio, la liga femenina de basquet estadounidense (WNBA) informó que la temporada estaría dedicada a la lucha del movimiento Black Lives Matter. Lo que parecía una decisión indiscutible fue cuestionada por la dueña del 49 por ciento de las acciones del equipo Atlanta Dream.
Kelly Loeffler (que también es senadora republicana por Georgia) sostuvo que “me opongo rotundamente al movimiento político Black Lives Matter, que ha abogado por la desfinanciación de la policía, ha pedido la expulsión de Jesús de las iglesias, promueve la interrupción de la estructura familiar, produce opiniones antisemitas y genera la destrucción del país”. Las jugadoras reclamaron la expulsión de la dirigente. Sin embargo, la WNBA descartó ese pedido.
El partido contra la desigualdad multidimensional (económica, social, racial, de género, etc) continúa en disputa.
(*) publicado en Rosario12