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Don Jorge Campos en color bronce

Cualquier homenaje que se haga en torno a la señera persona que fue el doctor Jorge Campos, se va a volver recurrente porque inobjetablemente todos en esa misión vamos a coincidir y en consecuencia a decir lo mismo: lo mejor.

El doctor, Don Jorge para nosotros en la redacción de El Diario y después en la vida misma, no es uno de aquellos que se hace bueno cuando muere, por el contrario lo fue siempre para quienes lo conocimos, morir sirvió para acopiar tristeza y darle mayor visibilidad a su grandeza.

Tengo como primer recuerdo aquel martes 18 de Abril de 1.983, cuando debutaba como cronista volante de El Diario. Objetivo: cubrir un partido de básquet de primera B, en Recreativo, su casa... y el que lamentablemente terminó en un tremenda trifulca. Mientras recorría de regreso las pocas cuadras que separan Recreativo de El diario me pregunté como buen novato y ahora que hago con esto, yo iba por una humilde crónica deportiva de prueba y volvía con una policial. Llegue, me senté y empecé a oler la sensación criminal de mis compañeritas de cierre que por entonces esperaban el final de la actividad deportiva para cerrar la edición lo más pronto posible y rajar: siempre de madrugada claro.

Don Jorge bajo y me dijo “me enteré que hubo un serio problema en la cancha”, si, contesté. Olfateó que mi “debut periodístico” estaba en problemas, ya que era escribir sobre un quilombo y en esa cancha y lo más sustantivo aún sin saber como se manejaban las “paredes” de esa redacción. Solo me dijo, “escribí tranquilo y sin condicionarte por nada, que del resto me encargo yo”, en pocas palabras me solucionó los dos problemas que asolaban mi existencia del momento. Entonces, liberado ya de mis prejuicios, las manos hicieron el resto, entregué la papeleta -los viejos entenderán- y me fui, pero antes me preguntó “estás seguro de todo esto, releíste”, y asentí con la cabeza con alguna duda claro.

Mi noche fue larga, pero la mañana me trajo otra noticia, la crónica había sido respetada, el hombre había confiado en mi. Y eso era bueno. O no, y se jugó a poner el cuero “por su gente” y eso también era bueno.

Y asi me dije, yo con este “tipo” con el que había tenido solo un charla previa, voy a cualquier guerra. Como despreciar el mundo de valores que ofrece claro.

El 30 de octubre de 1.983 en esa gloriosa jornada electoral a través del cual nuestro país, retornaba a las urnas me tocó acompañarlo, (en realidad aprender), eramos pocos, en esa cobertura extraordinaria y sedienta de expectativas para una Argentina entusiasmada. Todo hizo que se transformara en una jornada memorable en muchos sentidos. Pero curiosamente yo me quedé con aquello que quizás no fuera lo central, pero ver que pese a que su corazón político estaba con el radicalismo a la postre triunfador, y que condujo periodísticamente una cobertura tremendamente profesional y con magistral ecuanimidad, me pareció que ya merecía algún bronce.

Don Jorge, era la síntesis de todo lo que queríamos ser.

Finalmente digo, tuve el la distinción que me prologara el libro que publiqué en 2.015 y cuando releeo me obligo a rescatar esa parte donde él dice: ...”con quien compartíamos noches de redacción en épocas en que el romanticismo y la vocación eran prevalentes a la tecnología”…Y eso se extraña Don Jorge y a usted desde ahora. Hombre de honor y de valor.

Al fin y al cabo: “Hasta un reloj parado marca una hora futura”.

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