Daniel Tirso Fiorotto
Especial para ANÁLISIS
La sociedad transita una era de fragmentación y ‘sálvese quien pueda’, donde “el otro” es culpable hasta que se demuestre lo contrario. El periodismo está dentro de la sociedad, ergo…
Padres de niñas de 12 años que compiten en un deporte en Paraná e insultan a las adversarias y a sus propias hijas. Gente de la cultura que se enemista en una discusión sobre el sexo de los ángeles… La sociedad disociada está chapita, y los periodistas tomamos el micrófono a veces para amenizar (sin éxito) con noticias.
Quizá en esta vorágine la naturaleza, sabia milenaria que hemos desoído lo suficiente ya, pueda darnos algún consejo. Y bien: el Paraná auténtico es turbio, no arrastra arcillas: es de arcilla; no arrastra camalotes: es camalotal. El Paraná resulta una buena farmacia para que los periodistas tratemos nuestra tendencia patológica a convertirnos en agua de pileta, harta de cloros y alguicidas. Agua “limpia”, agua aislada.
El río es agua turbia, acompañada. Se ve que el sauce, el aliso, el sarandí, el armado, el surubí, el islero, el pescador, el biguá se sienten como en casa, y es que somos la cuenca, tanto como el agua.
¿De qué se alimentarían los sábalos si el río fuera cristalino, cuando viven de detritos? ¿De qué los dorados sin los sábalos?
Los ecologistas decimos “mirada de cuenca” para romper fronteras y compartimentos. Al verticalismo: mirada de cuenca. A la división: mirada de cuenca. A la especialización obsesiva: mirada de cuenca.
La cuenca involucra agua, suelo, árbol, pez, barranca, mariposa, aguara popé, ser humano con sus danzas y canciones y oficios y cuitas, pájaro con sus trinos, renoval de aromos, mbicuré en el tronco del paraíso exótico, gurises en el arenal; nada queda afuera de la cuenca. La sociedad disociada podría aprender de la cuenca, de esa interacción, y el relato podría adoptar la mirada de cuenca.
El periodismo suele mostrarse medio artificial, con apariencia de limpio. ¿Qué es la limpieza? ¿Es sucio un río de camalotes? El camalote, el marrón arcilla, ¿son impurezas acaso, o son la condición misma, esencial, del Paraná?
Ahora, ¿cómo ha sucedido esta distorsión del periodismo, este oficio lavado? Habrá varias causas contribuyentes, pero sin dudas una de ellas es su dependencia de la agenda que impone el poder, sea estatal, económico, corporativo. Y otra causa, nuestra formación dependiente del sistema colonial, por tanto: colonizada.
Si el periodismo está lavado, qué decir del aula. Allí el mbicuré (que nos precede en cientos de miles de años) es víctima de la atopía, el no lugar, la incomodidad, y lo mismo el mate que genera el ámbito ancestral para el conocimiento auténtico pero molesta en las butacas de las altas casas de “estudio” (Prohibido tomar mate quiere decir prohibido usar el mate). Padecemos una especie de empecinamiento contra el entorno, y en el periodismo se hace muy evidente pero no es el único ámbito: con decir que Paraná, en medio de la provincia fitogeográfica del Espinal, prohibió en las calles los árboles con espinas…
Si el periodismo es agua, el poder hace las veces de cloro y alguicida. Decide lo que es maleza y lo que no, distribuye méritos y estatus, abre y cierra grifos. Así es como los periodistas que quieren ser fieles a la palabra, traicionan expectativas. Los hay, no son poquitos, se los encuentra más fácil en las grietas.
Demostrar la dependencia no sería difícil: bastaría con un año en que todos los medios masivos fueran bancados por los barrios humildes, las familias marginadas, los campesinos sin tierra, los desocupados, los artesanos y artistas, bancados por la biodiversidad; y tras la experiencia, comparar. ¿Qué temas tocaríamos, entones? ¿A quiénes entrevistaríamos? ¿Qué diríamos de ese funcionario abonado hoy al micrófono? ¿Qué sabríamos de ese empresario que hoy paga por el silencio? ¿Qué del sistema mismo?
Al lavarnos de historia, de barrio, de monte, de río, llamamos maleza a lo que el sistema llama maleza; llamamos pobres a quienes el sistema manda llamar pobres.
Así es como los periodistas a veces formamos fila y hacemos la venia en la cosmovisión occidental colonial que denuncia Boaventura de Sousa Santos: el pensamiento abismal. Nuestra profesión (y salvando excepciones), permite cien temas de los mil, abre el micrófono a ciertos pretendidos representantes que no representan ni a la madre, a ciertas disciplinas recalcitrantes, y poco más. El resto queda en un abismo y da, con suerte, para simpáticas notitas de color.
Romper compartimentos estancos, que sirven al poder, superar casilleros del conocimiento (construidos para invisibilizar nuestra realidad), es uno de los desafíos para revertir el proceso.
Veamos este ejemplo: ¿por qué entrevistamos a un ministro de salud, y saludamos el acierto de la vacuna contra equis virus, y por otro lado entrevistamos al ecologista y reconocemos con él los riesgos para la salud que implica la fumigación del suelo con insecticidas y herbicidas a quince metros de las familias en sus casas o en la escuela? Si la economía promovida por el estado (maquillado de público) pone en riesgo la salud de la biodiversidad y, en ella, de las personas, entonces el ministerio de salud ¿no nos entretiene nomás con declamaciones y grita lejos del nido, como el tero? Si al mismo tiempo hablamos con familiares de víctimas de accidentes en las rutas (principal motivo de muerte de la juventud), ¿qué diremos sobre la atención de la salud, cuando todas las rutas dependen del mismo estado y su ministerio de salud, y son una verdadera guillotina para los inocentes, con cintas en mal estado, pésimo cuidado de las personas, mezcla peligrosísima de camiones y autos, etc?
Para los ministerios de salud, la salud en las rutas es materia de Vialidad, la salud en los alimentos es materia de Producción, la salud en el hacinamiento de los barrios es materia del Instituto de la Vivienda… Partir la realidad les viene bien para distorsionar, ¿y nosotros por qué copiamos esa partición artificial en el conocimiento, en vez de optar por la mirada de cuenca?
En nuestro territorio, desde hace décadas se prohibió a muchas personas nacer en su pueblo (como se hacía antes), de modo que las mamás que tienen prescripto reposo tienen que viajar 50 kilómetros entre baches si sienten contracciones, y volver otros 50 km entre baches si es falsa alarma, hasta que el niño nace con menos tranquilidad que en el siglo XV y no sabemos si cuenta el cuento. Ah, pero qué bien funciona el ministerio de salud si pintó la fachada del hospital…
Los casilleros de la enseñanza y de los medios sirven al sistema. Invisibilizan lo que el sistema quiere esconder. Negocio redondo. Pero fraccionar saberes y responsabilidades está en las antípodas de una mirada de cuenca.
Que distinto, cuando los periodistas nos embarramos un cachito, escuchamos a las mamás obligadas a parir lejos de casa, escuchamos la voz del río. Qué distinto, cuando nos quedamos una semanita en el barrio amontonado, y la semanita siguiente en el campo desolado, sin un alma, propiedad de un holandés, un italiano, un porteño, de esos que al mburucuyá no pueden pronunciarlo siquiera, que no distinguen el zorzal del lagarto overo, que piensan que López Jordán es una calle, el charrúa un estorbo superado.
Es tal la colonialidad del sistema que a los periodistas nos ocurre a veces algo similar a aquellos alumnos que reciben bulling por decir palabras distintas de las que usa su tribu. Y es tal la colonialidad que naturalizamos el encasillamiento de cada elemento, donde nada impregna el conjunto. Artigas para la clase de historia, chaná para etnología, chamamé para el programa de folklore, tierra para la facultad de agronomía, jopói para la clase de idioma guaraní, zorzal para las obsesiones del vecino ornitólogo… Tan lejos de la cuenca, donde las partes sólo se entienden en diálogo con el todo.
“Los ríos, esos seres que siempre habitaron los mundos en diferentes formas, son quienes me sugieren que, si hay un futuro a pensar, ese futuro es ancestral, porque ya estaba aquí”. Palabras de Ailton Krenak.
Surgen, de tanto en tanto, las verdades de un Ailton, la música de los tordos en bandada, desde el abismo, para advertirnos que algunas de nuestras noticias son ya aburridas por repetidas, y que, como pasa con la Luna, hay otra cara entera, cara oculta, para visitar.