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La moral ambigua del Presidente

Un Presidente ególatra.

Por Néstor Banega

Especial para ANÁLISIS

No ofende quien quiere, sino el que puede. Muchas veces la afrenta no se puede rechazar. Eso le pasa a los débiles, a los que han sido despojados de cualquier posibilidad o carecen de herramientas para manifestarse contra aquello que les causa daño.

El presidente de la Nación, agresivo en sus modos y medidas de gobierno, abrazado a las fuerzas del cielo (deriva espiritual adaptada al momento y siempre autorreferencial), lleva adelante una cruzada donde el principal enemigo que debe enfrentar, es él mismo.

Su origen legítimo no lo exime de la crítica. Al contrario, lo expone a la luz pública. Hay que decirlo, muchas veces (y en este espacio y en la revista ANÁLISIS lo hemos señalado) deja mucho que desear.

Se observa claramente que sus mayores enojos están orientados, en su mayoría, hacia todo aquello que podría llegar a beneficiar a los sectores más desprotegidos. Motosierra para el Fondo Nacional de Incentivo Docente, para planes de salud de alcance nacional o la obra pública, que es generadora de empleo.

Alguien podría considerarlo un dañino, que hasta parece tener cierto grado de perversidad. Se desenvuelve de manera autocrática y parece no comprender el funcionamiento de una República. Se presenta internacionalmente como un topo, que es un animal ciego y que carece de oídos. No ve ni escucha. Además vive enterrado en su red de túneles.

La complejidad de su accionar impide muchas veces entender o reaccionar. Nos vamos encontrando, todos los días, con situaciones que lejos de llevar algún beneficio a la población del país, solo acarrean pesares. Una especie de redistribución de la desgracia.

El lenguaje presidencial

Tomando los términos que él gusta utilizar, podemos decir que el presidente de la Nación es un degenerado, en muchos aspectos. Tengamos en cuenta que un degenerado, nos explica la Real Academia Española es una persona de condición mental y moral anormal o depravada. El depravado sería un corrompido que se aleja con su accionar de la virtud.

Es un calificativo que el presidente gusta usar en referencia a los integrantes del Congreso que le aprueban las leyes que solicita, tal vez porque tienen temor a ser declarados enemigos.

Un gobernante, circunstancial administrador delegado por la población en un período dado, debería tener una visión amplia (superior a la del topo) al momento de tomar una decisión. También una actitud de escucha.

En un esquema republicano de gobierno hay un diseño pensado para que existan contrapesos, porque la historia enseña que Roma fue alguna vez el centro del mundo, pero tuvo a Calígula y a Nerón como gobernantes.

Calígula consideró que su caballo contaba con la idoneidad suficiente para ser nombrado Cónsul. Se puede conjeturar que seguramente prefería relinchos que él interpretaba según su gusto y necesidad. Es preferible una buena coz a cualquier planteo legislativo.

Es evidente que Milei no soporta la representación establecida en nuestro país. Pero es aquella con la que él tiene que convivir. Estos últimos días una parte del Congreso Nacional, donde el Pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes, reaccionó.

Habrá que ver cómo se sostienen las posturas. El presidente, en su fuero íntimo, sigue ignorando la representación social, tal como lo hizo al asumir la primera magistratura.

Aquella vez no dudó en ponerse de espaldas a la casa de las leyes. En estos días muchos legisladores, diputados y senadores nacionales, estarán arrepentidos de haberle dado poderes de excepción a un mandatario que no los respeta. Es más, los considera un obstáculo.

Hace unas horas anunció que utilizará la herramienta del veto frente a la sanción definitiva del proyecto de ley que brinda a los jubilados un aumento de poco más de 60.000 pesos. Degenerados fiscales les dice. Si, como se lee, recibirían menos que el bono discrecional que otorgaba, con acción populista, al mejor estilo Papa Noel.

La moral flexible de Milei

Cuando el Congreso cumplió acabadamente con sus funciones y sancionó un proyecto, no tardó en dispararse la verba incandescente del presidente argentino: “Es una estafa moral”, disparó, anticipando ferocidad administrativa. Va a usar la birome. 

La moral, dice el diccionario, se refiere a las acciones de las personas desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien y el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva.

La excesiva ingesta de tratados de economía ha limitado la percepción de algunas definiciones al mandatario nacional. Sería solo un detalle a corregir con un poco de reflexión y alguna lectura recomendada. Pero estos dichos nacen de alguien que tiene responsabilidades que lo exceden. Las consecuencias de lo que hace o deja de hacer, impacta más allá de los caniles secretos de Olivos.

Si continúa en ese camino no será sorpresa si termina proponiendo, para las elecciones de año próximo que tanto le importan, como primer candidato a Senador de la Provincia de Buenos Aires a Murray o a Milton. Repitiendo así lo que Calígula hizo con Incitatus, lo que sería un modo más para despreciar más allá del insulto (ratas, estafadores) al Congreso.

Le podrían comentar a Milei lo que Friedrich Hayek explica: los peores ególatras encuentran su camino en la cima y los problemas que generan lo sufren los que están debajo.

Hay una moral para los legisladores, otra para los argentinos de bien y otra para el presidente, de perfiles mesiánicos. Habrá una moral para los gobernadores, que ha de ser distinta a la que tiene Milei para Santiago Caputo o para Sandra Pettovello, que se ocupa bastante del capital y poco de lo humano. Tendrá una para Victoria Villarruel y otra para Bolsonaro o Meloni.

Y eso, de tener morales de adecuación, está soberanamente mal. Léase lo de soberano en relación a que la laxitud de la administración del lenguaje, pasa por el soberano.

Las acciones de gobierno, de cualquier gobierno, deben ser analizadas con severidad escribimos al principio. Y habría que agregar que ese celo debe aumentar si las medidas tienen impacto social.

Cuando un comunicado de la presidencia de la Nación, en postura refractaria al potencial beneficio de los jubilados nacionales, afirma que se mantendrá “el superávit fiscal a toda costa”, nos hace pensar que vamos camino a un naufragio.

El año próximo nuestro país debe hacer frente a compromisos externos que superan largamente los 20.000 millones de dólares, por lo que podemos inferir, en términos de la moral presidencial, que a los jubilados (entre tantos otros) o a las provincias, nada bueno los espera.

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