
Morena Verdi (20), Brenda del Castillo (20) y Lara Morena Gutiérrez (15), las chicas de La Matanza asesinadas en Florencio Varela.
Miguel Wiñazki
¿Quién dijo que todo está perdido?
Pequeño J. lo dijo.
El narcotráfico es la perdición absoluta.
Pequeño J, un peruano de 23 años, sería el autor intelectual de la matanza y de las torturas a Brenda, Morena y Lara.
No hay corazón para ofrecer.
Y esa demolición de la vida se exhibe.
Todo esto se quiso ocultar y mostrar a la vez.
Lo filmaron: un TikTok luciferino.
La tortura en vivo, en directo, y emitida.
Es la profundidad del último círculo del infierno.
Pero ni siquiera Dante Alighieri se atrevió a imaginar algo tan terrible.
El narcotráfico es la puerta de entrada. “Abandonad toda esperanza”.
El show del martirio es el mensaje.
La tortura no se ha extinguido en la Argentina. Por el contrario: a Lara Gutiérrez, de 15 años, le cortaron cinco dedos, le seccionaron una oreja y le aplastaron la cara.
¿Quién es capaz de hacer eso?
No es solo de una pregunta policial y detectivesca, aunque debe abordarse desde ese ángulo desde luego, sino esencialmente, se trata de cuestionar y de indagar qué tipo de sujetos se han configurado en el fondo de una sociedad que suele declamarse justa y que sin embargo ha incubado tantos monstruos.
¿Por qué han proliferado estos vándalos de todo vandalismo?
Estos monstruos transmitieron en un circuito cerrado el “espectáculo” de los tormentos.
Los puntazos dados en el cuello a Brenda, los mazazos que destrozaron su cráneo; tras morir, le abrieron el estómago y le sacaron sus intestinos. La misma saña se mostró contra Morena.
La difusión de estas aberraciones restringida en principio a un grupo de 45 personas, indica un síntoma de lo innombrable, de lo que carece de adjetivos posibles pero que sugiere el corazón venenoso de la serpiente.
La transmisión en vivo de una muerte prolongada, con la minuciosidad del sufrimiento deliberado, es el sufrimiento buscado para que la resonancia de los suplicios se inscriba en los ojos de los espectadores, que al final de cuentas somos todos.
Por vía directa o indirecta la admonición del presunto narco instigador “Pequeño J” queda inscrita en rojo sangre en todo lo demás: “Esto les pasa a los que me roban”.
Es el poder de los asesinos.
Son los que secuestran, roban, torturan y matan, pero se consideran a sí mismos víctimas de robo.
Se afirma en principio que esta barbaridad, que destaca entre todas las barbaridades posibles, es una venganza narco, porque una de estas jóvenes, probablemente Lara, se habría quedado con una tajada de droga que el demonio Pequeño J. consideraba suya.
Esa inversión de todos los valores fue sembrada en la Argentina.
Se ha permitido que el narcotráfico nos infiltre, que arraigue en los pozos negros dispersos aquí y allá, sobre todo en la provincia de Buenos Aires, pero no solo allí. Se ha fertilizado en la ignorancia celebrada y en la mitificación de la violencia.
El país se hundió en la violencia de los '70, pero la violencia no se fue. Se transformó.
¿Cuántos mata el narco?
¿Cuántos crímenes ocurren y permanecen desconocidos?
Las jóvenes fueron enterradas en una tumba, si puede llamarse así a un lugar preparado de antemano para encubrir lo que a la vez quiso difundirse.
Les ataron los pies y las manos después de asesinarlas, las envolvieron en frazadas, llenaron bolsas con tierra, piedras y cemento, y las hundieron a varios metros de profundidad.
Organizaron la mazmorra en la que con la saña más estudiada estamparon su crueldad sobre esas tres muchachitas inmersas a la vez en la ambición, en el desconcierto existencial total y en el peligro que las tenía tomadas por el cuello.
Subieron a una inmoral camioneta blanca con patente adulterada, presuntamente a cambio de 300 dólares cada una por una noche de fiesta.
Iban al medioevo del tormento.
Víctimas sacrificiales de lo que destruye todo: la vida, la juventud, cualquier atisbo de alegría y deseo.
Se dirigían al calvario como si jugaran.
Feministas extraviadas consideraron esta masacre un crimen contra la mujer.
Hay mujeres entre las detenidas por haber diagramado este vía crucis sin cruces ni dioses.
Los crímenes contra las mujeres por ser mujeres existen.
Pero esto es otra cosa.
La droga llega al país desde las fronteras aún abiertas al narco.
Se capilariza, alimenta armas y facas con las que mutilaron a estas jóvenes.
Hay facas en el horizonte.
Hay puñales a la vista.
Están ocultos en los agujeros negros de la sociedad.
Pero están a la vista, propagados y difundidos.
Atacan y exoneran toda serenidad.
¿Y los responsables políticos?
Se lavan las manos.
Se culpan unos a otros.
Se limpian de pecados como si se bautizaran a diario en agua bendita.
Hay sangre.
Es un documento inalterable.
Hay droga.
Hay torturas.
Y hay responsables.
Porque es la irresponsabilidad la que trae la muerte, la que mutila los derechos humanos como en las peores épocas.
Hay una cierta “cultura” de la celebración de los sicarios, de los tumberos.
Y así, Pequeño J. viene avanzando.
“Yo mando”, comunica.
Tiene poder.
Ese pequeño quiere matarnos a todos.
(*) Esta columna de Opinión de Miguel Wiñazki fue publicada originalmente en el diario Clarín.