El día en que Carlo compró el agua

-Ustedes no tienen casa? Preguntó socarronamente.
-Vayan…Vayan que alguien los tiene que estar esperando, además mañana es viernes y comienza otro fin de semana en continuado para mi…¡Rajen….!
No es el método más marketinero para deshacerse de los clientes ebrios remanentes pero unido a sus ciento treinta y pico de kilos y el metro ochenta que ostentaba, era ciertamente efectivo.

Pero siempre queda uno o dos ofendidos. Cuando estaba cerrando las puertas del club un certero piedrazo encontró blanco en su espalda. En vano quiso identificar al agresor, solo se escuchaban las corridas y carcajadas a lo lejos…

Pasaron las horas, era viernes ya y Pino otra vez estaba sentado en el tapialito de la explanada del club, recordando el incidente con la piedra que le habían arrojado dándola vueltas en su manaza, le había dolido, era una hermosa piedra, como vidriada, con colores difumados en su interior, linda, color turquesa adentro, medio celeste, como esas viejas “cebollas” con las que jugábamos a la bolilla cuando éramos gurises, y también tenía algunos tonos marrones con formas de continentes.

Entró al club y dejó la piedra guardada para ir luego a la policía a hacer la exposición y poder así dar un escarmiento al “felino” que lo había agredido. Cuando salía nuevamente a la vereda los vio: dos autos de la gran siete, en seguida miro las patentes para jugarles a la quiniela y reconoció que no eran de aquí, dos naves imponentes.

Al estar el club a la entrada de nuestro pueblo del norte entrerriano, era parada casi obligada de cuantos forasteros requerían ayuda o ubicación, y este era uno de esos casos.

Primero se bajaron cuatro candidatos grandotes y de saco…con la pinta justo en el límite en que no se sabe si son delincuentes o políticos, si hubiera diferencia alguna. Anteojos negros y pinta de pesados.

Del segundo auto bajó el hombre: alto, sesenta y pico de años, canoso, con anteojos tornasolados, delgado y apuesto, ropa muy fina, pantalones oscuros y camisa a rayas azules, los zapatos eran un capítulo aparte, se los tenía que referenciar con los autos, eran unos camambuses impresionantes. También bajó un chofer.

-A la mierda…-pensó Pino.-Y estos candidatos quienes son?
Cuando vio que el más importante subió a la vereda del club, el cantinero prácticamente lo atropelló con la mano extendida.
-Como le va maestro…Bienvenidos, veo que andan medios perdidos.

El forastero aceptó rápidamente la mano del anfitrión y se presento sin rodeos:
-Hola, mi nombre es Carlo Benetton, estamos por primera vez aquí y queremos ubicar la escribanía de…-dijo en cocoliche mientras sacaba una libreta con anotaciones y pronunciaba mal el nombre del escribano…

-Me han dicho que tiene buenos campos para vender por aquí…-agregó el nacido en Treviso.
-Si si, respondió Pino sin perderse ningún detalle de los integrantes de aquel sexteto tan particular.
-El escribano tiene la oficina aquí no mas, ya le indico bien, maestro.
-Pero amigo, dijo el tano, por que no nos trae una gaseosa y un agua asi bebemos un traguito antes de seguir?
Cuando el cantinero trajo los pedidos, los foráneos estaban sentados alrededor de una blanca mesa redonda en la vereda.
-Usted es de aquí amigo? Pregunto Carlo
Pino ya lo había calado al salto al candidato, ecuación exacta: Benetton = mucha plata…
-Siiiiiiii, contestó Pino.
-Nacido y criado aquí mismo, como todos mis antepasados- dijo levantando el brazo izquierdo como señalando para atrás, para dar mas enjundia a la atroz mentira.

Y comenzó un relato fantástico donde un antepasado remoto suyo fue cacique de no se que tribu originaria de estos pagos mesopotámicos y una sarta de mentiras que se le iban viniendo a la cabeza ante las miradas crédulas del magno auditorio.

Mientras tanto la cabeza de Pino buscaba algún dato para hilvanar y sacar algún provechito…Hasta que se acordó que el tano estaba enredado con un problema en los campos de su propiedad en la Patagonia por unos ríos o una reserva acuífera.

-Entonces mis amigos…-expuso el cantinero devenido en descendiente de guaraníes- así es la cuestión, soy uno de los últimos integrantes de esa estirpe de indígenas originarios de estos pagos. Y su mano giró extendida ciento ochenta grados como mostrando los montes y lagos que ya no estaban en el paisaje.
-Ya no quedan montes casi, y el agua va a ser un problema. Profetizo tomando sus predicciones de un programa del NAT GEO.
-Bien decía el finado mi abuelo que”… el que tiene el agua, tiene el mundo”. “Ya nos han quitado la tierra, luego irán por el agua”.
-Y ya mismo les voy a mostrar una reliquia, prometió, y se mandó para la cantina casi al trotecito.

Y de allí salió con algo envuelto en un pañuelo.
-Mire paisano, dijo circunspecto, esto lo heredé de mi abuelo, guaraní de pura sangre como yo, y en su catre, al fin de su vida, me bendijo y me regaló esta piedra “…es la piedra del agua mijo” me balbuceó a minutos de su muerte el abuelo y me repitió la frase siempre dicha “…el que tiene el agua, tiene el mundo”.

Y sin ningún empacho ofreció a la vista de los azorados visitantes la piedra que horas antes había impactado contra su espalda.

-Pero nosotros ya no somos como ellos, dijo lastimeramente Pino, no somos dignos soldados de esa lucha, ya no tenemos los principios de los antepasados y además somos muy pocos.

-Míreme…yo soy el último de una familia que alguna vez fueron miles...! Y hoy no tengo ni a quien dejar “La piedra del agua”. Y quedó mirando el horizonte. Que lastima no saber llorar pensó…una lagrimita en este momento seria una cosa impactante.

Algunas horas más tarde, después de comprar unas miles de hectáreas dedicadas al cultivo de soja, Carlo pensó en su otra valiosa y reciente compra, y mientras bebía un agua mineral dentro de su auto acariciaba con su mano derecha “La piedra del agua”.

En la cantina del club, Pino pensaba a quien mierda cambiarle ese puñado de Euros, y que al loquito que le había apedreado la espalda, le debía por lo menos una cerveza.

Julián Victorio Tomé
Bovril, Entre Ríos
tolotome@hotmail.com

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