¿Partido político o cultura política?

Por Ramiro Pereira (*)

Un planteo de sentido común que creo pertinente, ante el desquicio social dejado por el gobierno saliente tras haber afrontado la mejor coyuntura económica desde antes de la crisis capitalista de 1930 y la caída del modelo agroexportador. Esta línea que esbocé entiendo ha sido la justificación fundamental de la integración radical a la alianza hoy en el gobierno.

¿Y cómo sigue ahora la UCR, en una circunstancia que es inédita en nuestra historia institucional? En un trabajo en el cual analiza la transición de la UCR de la categoría de partido de masas a la de partido electoral, desideologizado y personalista, el historiador Cesar Tcach comienza afirmando que “a principios del siglo XXI, el radicalismo argentino no es sino un esperpento de lo que pretendió ser: una simbiosis de religión cívica y máquina.” [1]

Esa maquinaria forjada desde 1890 concitaba adhesiones que no eran a tal o cual liderazgo sino a la propia estructura, la cual tenía sus propios recorridos de poder internos. No alcanzaba la figuración social y económica para ocupar por tal hecho un lugar importante en la estructura, sino que la organización partidaria era un lugar específicamente político en el cual la relevancia social influían, ciertamente, pero de ningún modo determinaban las decisiones. Así, José Luis De Imaz en su libro sobre “Los que mandan”, anotó al caracterizar la naturaleza del “prestigio” de los dirigentes del partido radical, que éste era endógeno, es decir, dado por la actuación partidaria y que no había entre los dirigentes radicales prestigio exógeno al partido, como sería la actuación social, la labor intelectual o el éxito en el campo económico. [2] Aseveración que por cierto puede ser matizada. [3]

Como rasgo positivo de esta maquinaria partidaria con alto grado de organización y autonomía respecto de “lo social”, debe destacarse que el partido constituía un instrumento de mediación entre el Estado y la sociedad civil no determinado por los poderes económicos y socio-culturales. Aún en la década del ’80, en el Radicalismo era impensable el ascenso político de un dirigente solamente por que este fuera bien visto socialmente. Importaba también la pertenencia a la estructura orgánica, es decir, la afinidad política, que por cierto se relaciona con la comunidad de ideas en el plano doctrinario.

Para no convertir este texto en una nostálgica exaltación del partido radical pasado, entendido como organización densamente estructurada, debemos decir que un rasgo negativo evidente de la maquinaria política es el convertirse en un fin en sí mismo. En términos coloquialmente utilizados, alguien podría decir que lo que importa, en realidad, es la gente, no los partidos.

Previo al proceso electoral de 2015 el periodista Carlos Pagni expresó la idea que el hecho político central del período kirchnerista no era el kirchnerismo, sino la desaparición de la UCR como actor central de la vida política nacional, que a comienzos del siglo XXI era un dato nuevo tras más de un siglo de alta relevancia.

De todas maneras, entiendo que los procesos sociales y políticos no son inexorables, si no que la historia va haciéndose. Entonces, el curso de la UCR en el período k no estaba puramente determinado. La discusión partidaria de 2015 que concluyó con la integración de una alianza electoral con la UCR como “socio minoritario” no estaba escrita de antemano.

Pero ello ocurrió, y se llegó a celebrar la importancia que adquirió la Convención Nacional radical, donde se discutió y decidió formalmente la decisión orgánica de la institución partidaria que a la postre resultó determinante para la llegada del ingeniero Mauricio Macri a la presidencia de la Nación.

Invitado a escribir sobre “la actualidad del radicalismo”, lo dicho sirve para contextualizar la siguiente afirmación: a los radicales nos ha ido bien –en general- con la alianza “Cambiemos”, aunque ello no sea tan así respecto de la Unión Cívica Radical como organización política partidaria. Esto es manifiesto en la Provincia de Entre Ríos, poblada hoy de intendentes radicales, y donde vemos un claro equilibrio de poder en contraste con la hegemonía de 2007-2015, simbolizada en la uniformidad del senado provincial.

Como he dicho al comienzo, el notorio desorden administrativo del gobierno saliente y su apartamiento de causes políticos y económicos previsibles y razonables brindan una línea básica de acción al gobierno nacional y al frente político que lo sustenta.
Por cierto que como radical tengo presente aquello que sostenía Raúl Alfonsín a comienzo de los ’90, de que “la única pauta de razonamiento justo no puede ser el razonamiento de los satisfechos. Esto no es utopismo, sino simplemente sentido común, y a lo sumo alguna percepción sobre lo que es la justicia” . [4]

Pero es tal es desquicio en cuestiones muy básicas dejados por el gobierno que se fue, que cierta razonabilidad o normalidad en las decisiones políticas no solo no son aspiraciones propias de conservadores, sino que más bien parecen la voluntad de innovadores.

El radicalismo pues, podrá seguir transformándose cada vez más en una cultura política, y cada vez menos en un partido, curso que entiendo es el actual. Pero esto no está escrito.

El colectivo radical puede también, y este es el desafío, aprender e innovar. Desde ya que este segundo camino no va a implicar ninguna restauración de la maquinaria política referida por Tcach y que los radicales que promediamos los ’40 alcanzamos a vivir.

Al contrario, un valor político que caracterizó al radicalismo de otras épocas y sobre el cual lo escuché enfatizar una y otra vez al recordado Luis Brasesco, debiera ser el que oriente nuestros pasos: la representatividad derivada del compromiso con la vida social. Junto a ello, el cumplimiento eficaz de las funciones de gobierno a cargo de hombres y mujeres del radicalismo.

* Abogado. Miembro de Comité Capital de la UCR de Paraná y del Instituto Moisés Lebensohn.

Notas

1.Tcach, Cesar; “Radicalismo y ‘catch all party’: del partido de masas al partido electoral. Una mirada desde los tiempos de Illia.” En Política y Gestión volumen 4, pág. 87, Homo Sapiens Ediciones. 2003

2. De Imaz, José Luis; “Los que mandan”; pág. 200, Eudeba, 1968; La investigación del autor se extiende desde la década del ’30 a principios del ’60, del pasado siglo.

3. En efecto, baste recordar a Nerio Rojas, al penalista José Peco, al historiador Emilio Ravignani, al escritor Ricardo Rojas, a Eduardo Tibiletti (prenda de unidad en la reunificación del radicalismo entrerriano en 1935 entre impersonalistas e yirigoyenistas y gobernador de Entre Ríos). Y más recientemente Aldo Neri, o Rodolfo Terragno, al menos en un primer momento.

4. Alfonsín, Raúl Ricardo; “Contra la corriente”, artículo editorial de “Propuesta y Control” Nº 19, Noviembre/Diciembre 1991.

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