Segmento “Lo escuché en el cole” - sección cultura ANALISIS DIGITAL
No podía escribir nada porque el ritmo diario me estaba llevando puesto; como a casi todas las personas que nos levantamos y trabajamos doce horas seguidas para mantener la familia, darnos un gustito el fin de semana y tratar de que la economía no nos expulse del sistema hacia la galaxia de la indigencia.
El primer día que lo vi el prejuicio me hizo pensar que un tipo de peluca y bigote falso era no más que un payaso disfrazado de gaucho con una guitarra que decía cosas sin sentido.
A veces los padres nos tallan hendiduras tan profundas y mezquinas, que aprendemos sin querer a catalogar personas porque resulta el chiste bueno entre los amigotes de la escuela, para burlarse de los demás a diestra y siniestra. Siempre tuve esa facilidad en la punta de la lengua.
Después de algunos años, cuando abandoné –no sin dificultad- toda práctica vinculada con el prejuicio, me di cuenta que las cosas tienen los colores y las formas que cada uno, una, une se anime a compartir con el resto de la gente.
Y así sencillo un día cualquiera y ya de grande, tipo veinticinco habré tenido… me llegaron rumores de que a sus letras las cantaban los grupos de moda, que era tío de Walas de Massacre, que además pintaba y escribía y había inventado un ritmo musical nuevo, el Gualambao. Y después vi que con Marcos López la historia termina de poner en lo más alto al mito de Ramón.
Para quienes lo desconocen, o nunca se han acercado a sus embrujos de tierra colorada, Ayala es retratado por López como una especie de prócer popular empapado de cultura latinoamericana con una potencia creativa pocas veces vista.
Después de su muerte que fue rápida y un jueves día de semana, recién me pude sentar a dedicarle unas palabritas en el celu para archivar en el cuaderno de notas; porque es algo escrito para mí, no para que lo lea todo el mundo.
Nada más decirle gracias; decirte gracias Ramón. Y perdón por no entender nada.
(anónimo)