
En Concordia ocurrió algo que, de a poco y con esfuerzo, empezará a repetirse cada año: la primera Feria Provincial del Libro de Entre Ríos. Tres días de stands, charlas, autores, editoriales y un público curioso que fue a mirar, a hojear, a comprar, pero sobre todo a estar. La primera edición fue organizada por el Gobierno de Entre Ríos y la Municipalidad local.
Entre las voces que pasaron por el escenario estuvo La Cope (Lia Copello), artista, comunicadora y referente de una generación que se mueve entre redes sociales, música, textos y militancia cultural. Se la escuchó hablar de un tema que, de tan evidente, suele pasarse por alto: seguir siendo humanos. "Podemos tener acceso a un montón de cosas, pero seguimos siendo seres humanos", dijo, y esa frase, tan simple, quedó flotando como un recordatorio de que incluso en esta época de pantallas y filtros todavía necesitamos volver a lo básico: sentir, equivocarnos, cambiar de opinión, reconocernos en la rareza.
La Cope fue más allá. Habló de creatividad como un acto de riesgo, de atreverse a no buscar la validación instantánea que imponen los algoritmos. Esa trampa del "me gusta" inmediato que convierte la experiencia artística en un examen perpetuo frente a los ojos anónimos de miles. "Hay algo de que todo se vea lindo igual", resumió, y es difícil no darle la razón: entre selfies con filtros y dibujos que circulan esperando aprobación, la rareza pierde espacio, la imperfección se esconde. Pero lo que nos hace distintos no es la corrección, sino lo torcido, lo que no encaja, eso que cuando uno es chico puede ser un motivo de vergüenza y, con los años, se convierte en marca de identidad.
En la feria se la vio conversar con adolescentes que se acercaban tímidos o entusiastas, buscando quizás en ella una respuesta a preguntas que ni siquiera se animan a formular. Y ella, en apenas unos segundos de charla que tuvo con Análisis, dijo: "Lo de la 'generación de cristal' me parece una chicana". Según dijo, los jóvenes de hoy no son más frágiles, sino que son distintos, ahora enfrentan desafíos que quienes ya pasaron los treinta tal vez no logren dimensionar, y ahí radica la dificultad. No se trata de debilidad, sino de un presente complejo en el que la autoestima se construye y se derrumba en un scroll.
Entre libros apilados, charlas cruzadas y el murmullo de un público que todavía aprende cómo moverse en una feria que empieza, La Cope insistió en algo que parece mínimo, pero no lo es, y ese hecho es el de bancarse en defecto, como diría Charly. Aceptar lo que uno es, aunque no encaje en la norma, aunque no genere diez mil corazones digitales. Y ahí apareció otra línea: el feminismo, la militancia que habilitó libertades, pero que también enfrenta el riesgo de construir nuevas hegemonías dentro de lo diverso. Un recordatorio de que no hay respuestas fáciles, que correrse de la norma nunca es cómodo, pero que quizás sea la única forma de inventar algo nuevo.
Los organizadores sueñan con que crezca, con que se convierta en hábito, en tradición. Y mientras tanto, en esta primera vez, lo que queda es la sensación de que algo se empezó a mover sin pedir permiso.