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La plataforma Mubi estrena "Mussolini: hijo del siglo"

Luca Marinelli, irreconocible como Mussolini en la miniserie de Wright.

Luca Marinelli, irreconocible como Mussolini en la miniserie de Wright.

"Mussolini: hijo del siglo" se estrena este miércoles 10, en la plataforma Mubi. Adaptación de la novela de Antonio Scurati, fue dirigida por el británico Joe Wright pero se filmó en Italia, con guion de Stefano Bises ("Gomorra", "Esterno notte") y banda de sonido de un Chemical Brother, completando una obra que señala hacia el pasado pero, muy conscientemente, también refleja el presente. 

“Sus principios férreos, su ética inflexible. Un hijo de los ricos que eligió estar con los pobres, con los explotados, con los débiles. Todo lo contrario a mí. Yo, hijo de la pobreza, amo el poder y detesto la miseria. Y a los débiles los desprecio”. Quien habla, mirando a cámara con intensidad, es Benito Mussolini, interpretado por un irreconocible Luca Marinelli. En ese breve monólogo, que forma parte del penúltimo capítulo de Mussolini: hijo del siglo –la miniserie dirigida en Italia por el británico Joe Wright–, el dictador recién ungido, la cara más visible y vistosa del fascismo, refiere primero al político socialista Giacomo Matteotti, asesinado en 1924 por un grupo de camisas negras. Luego se describe a sí mismo en un momento clave de su carrera política, poco antes de hacerse con el control absoluto del gobierno hasta su muerte, ocurrida en 1945. Más tarde, en conversación íntima con una de sus múltiples amantes, frente a un busto de su propio rostro –efigie de tamaño monumental, monstruoso–, el protagonista definirá una posición y la del partido que representa: “El fascismo es violencia. Es el gobierno de la fuerza. Es la voluntad de unos pocos la que se impone a la voluntad de muchos. Es abrumador, es arbitrario. Es la ley del más fuerte. Es odio, es excitación masiva. Es ira, es desprecio de la debilidad y la duda. Es la ley del bastón contra el caos de la mente”.

Las palabras están tomadas casi literalmente de M, el hijo del siglo, la novela de Antonio Scurati publicada originalmente en 2018, que describe y analiza el ascenso al poder de Benito Mussolini. Es apenas la primera de una serie de cinco novelas que el escritor fue publicando a un ritmo frenético, casi una por año, aunque a la fecha solo la original ha sido traducida al español (y acaba de ser reeditada por Alfaguara). Reconocido por idiosincráticas adaptaciones de obras literarias como Orgullo y prejuicio, Expiación, deseo y pecado y Anna Karenina, pero también por el acercamiento a la historia con mayúscula de títulos como Las horas más oscuras, el londinense Joe Wright viajó a Italia, a los legendarios estudios Cinecittà –irónicamente fundados por Mussolini– para filmar los ocho capítulos de esta miniserie expansiva, intensa, exaltada, por momentos operística. A partir de un guion escrito por Stefano Bises, el mismo de The Young Pope, la serie Gomorra y la extraordinaria Esterno notte, de Marco Bellocchio, Mussolini: hijo del siglo recorre los seis años que prologan el ascenso al poder de las Fasci italiani di combattimento y posterior conformación del Partido Nacional Fascista como amo y señor de la vida italiana. Un viaje que va desde 1919 hasta 1925, entre los tejes y manejes de la política en las sombras a la implacable violencia de los camicie nere, de las bambalinas del poder a la intimidad de los lechos, el único ámbito donde las dudas y los miedos se permiten aflorar. Con una banda de sonido electrónica y anacrónica compuesta por Tom Rowland, uno de los miembros de The Chemical Brothers, la miniserie, que estará disponible en la plataforma Mubi desde el miércoles 10, señala hacia el pasado pero también, muy conscientemente, refleja el presente.

 

Make Italy great again

La expresión, derivada de la célebre frase trumpista, es pronunciada por el Mussolini de Luca Marinelli en complicidad con el espectador. La rotura de la cuarta pared es constante, y a las confesiones a cámara del líder fascista se les suma la ya mencionada pista sonora, el uso de retroproyecciones antirealistas y otros recursos que permiten el distanciamiento del espectador: a diferencia de las narraciones audiovisuales que pretenden emular la realidad histórica, Mussolini: hijo del siglo se presenta orgullosamente como construcción ficcional y artificiosa. Para Wright, se trató de adaptar la obra original de manera que imitara su estructura de collage de estilos diversos. “El libro contiene muchas formas diferentes: incluye cartas, artículos periodísticos, telegramas y, desde luego, momentos ficcionales”, explica el director. “No tenía ningún sentido pretender que la serie, lo que el espectador ve y escucha, fuese algo real. Soy un gran fan de Brecht y la idea de crear un contraste, un conflicto entre los elementos constitutivos de la narración. Una distancia crítica que, al mismo tiempo, permita cierta empatía. Ambas cosas eran importantes. La intención es que el público sea seducido hasta cierto punto por el personaje, por Mussolini, y que luego pueda cuestionar esa seducción. Cuestionar su propia respuesta a lo que acaba de ver”.

La conversación de Wright y Marinelli con un puñado de periodistas se produce pocos días antes del estreno latinoamericano de la serie, y el actor, que debió aumentar ostensiblemente de peso y rapar su cabellera además de soportar las prótesis que imitan los rasgos del dictador, afirma enfáticamente que “es extremadamente importante acercarse a una figura como la de Mussolini, ya que tenemos una tendencia a olvidar las cosas. Podemos ver hoy en día cómo los partidos de extrema derecha vuelven a resurgir. Como italiano, para mí fue muy importante participar de este proyecto, que sin duda tiene un mensaje antifascista”. El protagonista de Martin Eden y Las ocho montañas recuerda que, luego de la proyección de algunos capítulos frente a una audiencia joven en Roma, “fue muy conmovedor ver cómo estos chicos nos confrontaban a nosotros y a nuestro trabajo, pero sobre todo cómo respondían a la historia y al mensaje que queríamos dar”. Wright recuerda una anécdota, que refiere directamente al presente y a la manera en la cual circula el material audiovisual. “En cierto momento tuvimos conversaciones con una plataforma de streaming, de las más grandes y conocidas del mundo, para discutir la distribución de la miniserie en los Estados Unidos. En esa reunión nos dijeron que les encantaba la serie, pero que era demasiado controvertida para ellos. Realmente, el hecho de que hoy en día el antifascismo sea algo controvertido me resulta shockeante”.

El primer capítulo de la serie presenta a sus personajes principales, luego de un clip en el cual se mezclan imágenes de archivo –algunas de ellas brutales y cercanas a otro período del fascismo, su caída en desgracia– con las primeras escenas rodadas por Wright. El año es 1919, la Gran Guerra apenas ha quedado atrás, e Italia está convulsionada y tironeada por conflictos sociales, económicos y políticos. El rey Víctor Manuel III reina pero no gobierna y Benito Mussolini vive en una casa del tipo conventillo con su esposa e hijos, alternando la convivencia familiar con los encuentros con Margherita Sarfatti, la escritora que supo ser su amante, protectora, confidente, mecenas y biógrafa. Y correligionaria en la lides del futurismo, primero, y el fascismo después. En casa el idioma italiano se entrelaza con el romagnolo y en el periódico dirigido por Mussolini los titulares hablan del caos social y la perniciosa incidencia de los comunistas y socialistas. En las calles, en tanto, los camisas negras andan repartiendo bastonazos, cuando no algún certero disparo o cuchillada. Son los escuadristas o, como los llamará más tarde el líder, cuando el descontrol de la violencia concupiscente se le escape de las manos, los “perros”. Al tiempo que Mussolini intenta ganar protagonismo en el recinto deliberativo, en esa incipiente democracia parlamentaria que apenas balbucea, el gran Gabriele D'Annunzio –poeta, héroe nacional y otro fundador indirecto del fascismo– toma el poder de una pequeña región italiana y funda el Estado Libre de Fiume. El humor forma parte de El hijo del siglo y allí está la bronca sin murallas de contención de Mussolini ante el protagonismo de su colega, el tamaño de su miembro viril, su cazzo, incluido.

 

Siglo Veinte Cambalache 

“El siglo de la democracia murió en 1919-1920. La orgía de la indisciplina ha cesado y el entusiasmo por los mitos sociales y democráticos han terminado. La vida vuelve al individuo”. La idea es expresada por Mussolini en off, mientras se lo ve practicando esgrima en una escenografía despojada, minimalista. El corte de montaje lo muestra disfrutando de una carrera de caballos, sentado al lado de la rica e influyente Sarfatti. Ella lo mira y le dice: “Caerán todos los cadáveres que esta democracia moribunda intenta resucitar. Harás que todos caigan. Hasta que llegue tu momento, Benito”. Los gestos de autosuficiencia del futuro líder son imitados milimétricamente por Marinelli, esa mezcla de soberbia con simpatía típicamente italiana que las cámaras de cine ya registraban, sin sonido, en los convulsionados años 20. Los mismos gestos que Chaplin ridiculizó en El gran dictador, cuando su sosías Benzino Napaloni visita a Adenoid Hynkel. Según Luca Marinelli, la creación de esta versión de Mussolini fue un trabajo en conjunto con Wright. “Lo que llegó a mis manos fue un guion extraordinario; realmente toda la información estaba allí. Luego leí el libro de Scuratti, concentrado en ese período puntual de un lustro, los cinco años del ascenso al poder de Mussolini. Fue muy importante, y esto lo hablamos mucho con Joe, la idea de quitarse de encima todos los adjetivos inútiles que suelen utilizarse para describirlo: loco, monstruo, tonto, diabólico. Porque, por desgracia, fue un hombre que surgió de nuestra sociedad, un ser humano que eligió convertirse en un criminal”.

La violencia existe y es representada en pantalla. A veces de manera realista –el impacto de las balas, el cuchillo que penetra en alguna parte del cuerpo, la sangre que brota–, otras tantas de forma casi abstracta: la carne es mutilada, destrozada, estallada, y el resultado en pantalla es visceral. “La directora de la segunda unidad, Sophie Muller, con quien vengo trabajando desde hace mucho tiempo, es la persona menos violenta que pueda imaginarse”, detalla Wright durante la entrevista. “Sin embargo, fue ella quien creó muchas de las secuencias más fuertes que pueden verse a lo largo de los ocho capítulos. ¡Y vaya que se puso violenta! Hay algo de la especificidad de la violencia que queríamos poner de relieve. Creo que si uno la trabaja de forma general no tiene ningún impacto, mientras que el hecho de ser específico hace que cobre vida”. Respecto de la utilización de composiciones que claramente no pertenecen al período histórico retratado, el realizador explica que “desde muy temprano en el desarrollo del proyecto, antes incluso de que tuviera alguna imagen en la cabeza, decidí pedirle a Tom Rowland, de The Chemical Brothers, que hiciera la música. Fue una de las primeras decisiones que tomé, porque me parecía que su música transmitía la energía y el impulso que estaba presente en Italia y en el mundo en aquellos tiempos. Así comenzó a tomar forma el mundo sonoro de la serie. Podría decirse que los sonidos aparecieron antes que las imágenes, y entonces fue cuestión de hallar las imágenes que funcionaran bien con esa decisión musical”.

 

La toma del poder según Benito

Hacerse del poder absoluto implica esfuerzos, conversaciones privadas, alianzas, traiciones y reconversiones. El “panquequeo” está a la orden del día cuando Mussolini comienza a accionar en el ámbito de la política de alto nivel, aunque un enemigo inevitable surge en el camino: la iglesia católica. “El voto de un italiano de cada cuatro es demasiado poco para conseguir la mayoría absoluta y tomarlo todo. De vez en cuando hay alguien que lo olvida, por conveniencia o por miedo, pero entre nuestros valores también está la libertad. Si está usted tan seguro de que el pueblo pide ser gobernado por usted, ¿por qué necesita hacer trampa con las cartas?”. Las palabras del sacerdote al político resuenan en el amplio espacio de la iglesia, pero el ambicioso Mussolini no se inmuta. Alzando los ojos y mirando de frente al Cristo crucificado le dice: “Si tu gente está involucrada en la política, acepta los riesgos de la política. No te entremetas”. Más tarde, a punto de controlar la mayoría parlamentaria, la palabra “libertad” transmutará de sentido, polisemia con múltiples y potentes ecos ahora, en pleno siglo XXI. Antes de eso, las inesperadas visitas de su primera esposa, Ida Dalser, terminan en una decisión radical que permite erradicar el problema de raíz. La internación forzada en un hospital psiquiátrico es musicalizada con la melodía de “Can't Help Falling in Love”, en la versión original de Elvis Prestley. La suerte está echada y ya no hay vuelta atrás: todo, cualquier cosa, puede y debe hacerse con tal de que el ascenso a la cima sea posible.

Marinelli, con sus ojos azules oscurecidos digitalmente, clava la mirada en los honorables miembros del parlamento. Mussolini da su famoso discurso del 3 de enero de 1925, en el cual se hace cargo de la violencia ejercida por los camisas negras y desafía a sus colegas en el recinto a acusarlo, a quitarlo del medio. La respuesta es el silencio más absoluto y su corolario directo el nacimiento del fascismo como el sistema dictatorial que dominaría la vida del país por las siguientes dos décadas. “Cada país tiene su tradición en términos actorales”, afirma Wright. En el Reino Unido, por ejemplo, está muy ligada a la palabra escrita y a la figura de Shakespeare, mientras que en los Estados Unidos se relaciona con el psicoanálisis y el método de Lee Strasberg. En Italia, mientras tanto, el vínculo con la commedia dell'arte es muy fuerte, un estilo de actuación muy físico”.

El realizador recuerda que, durante el rodaje, era frecuente que sonara la música de The Chemical Brothers. “Era una manera de transmitirles a los actores lo que debían hacer, mucho mejor que con palabras. El movimiento no se puede explicar con palabras, sería como bailar una pieza de arquitectura. Y Mussolini era un personaje muy dramático, teatral. Al mismo tiempo, siento una gran responsabilidad. Soy consciente de los alcances de esta historia. sobre todo porque se trata de personajes que no se han analizado demasiado. Cuando estás haciendo una película sobre Churchill o basada en una novela de Jane Austen uno es consciente de que hay muchas otras películas sobre Churchill y Jane Austen. El fascismo no es un tema exclusivo de Italia, está en todas partes y eso es realmente aterrador”.

 

Fuente: Página 12, Diego Brodersen. 

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