Piérola pidió por la aparición de los cuerpos de los presos asesinados en la masacre de Margarita Belén

Ayer, el Tribunal Oral Federal, compuesto por Glady Yunes, Carlos Benforte y Ramón Luis González, tuvo mucho trabajo para encausar la audiencia, pero lo hizo con firmeza. Los imputados Athos Rennes, Horacio Losito, Aldo Martínez Segón, Jorge Carnero Sabol, Ricardo Reyes, Germán Riquelme, Ernesto Simoni y Luis Patetta, más el policía Alfredo Chas, mantuvieron el rito de cambiar posiciones y fueron beneficiados por el tribunal que los ubicó en un lugar que les permitió mirar a la cara a los testigos. Por este motivo, la querella anticipó que apelará esta nueva disposición de lugares en la sala.

Según publicó El Diario de La Región los ex militares permanecieron incrédulos ante los testimonios. Un muy activo Patetta habló constantemente con los abogados defensores –sobre todo durante la testimonial de Piérola-, y en algunos momentos Carnero Sabol también estuvo inquieto. El resto, en tanto, miró con atención a los testigos.

Los testimonios

La audiencia comenzó con la testimonial de Gustavo Piérola, quien entre lo que declaró y las preguntas que respondió, estuvo casi dos horas frente al tribunal. Contó de la existencia del soldado Alfredo Maidana, un ex comando que se salvó de morir durante el fusilamiento, como parte del enmascaramiento del intento de fuga de presos políticos que eran traslados hacia Formosa, previamente, habían sido torturados en la alcaidía policial de Resistencia.

Gustavo contó la historia de vida de su hermano, sobre todo dejó bien en claro cómo fue su acercamiento a la militancia, su casamiento con María Julia Morresi, su primera detención y su pase a la clandestinidad, hasta su detención en Posadas en La casita de los mártires, un centro clandestino de Misiones; su traslado al ex Regimiento de Infantería 9 de Corrientes y a la Brigada de Investigaciones de Chaco.

Incluso relató cómo torturaron a su hermano: “Lo tenían colgado de los pies… Usaban su cuerpo para apagar cigarrillos…”, y la búsqueda de toda una familia, con Amanda Mayor de Piérola a la cabeza.

Luego detalló la historia de su búsqueda y narró el caso del soldado Pegoraro, que transportó los cuerpos, así como de los testigos que los vieron llegar al cementerio. “No queremos profanar un lugar como el cementerio, pedimos ayuda para encontrar los restos, no nos queda otra”, dijo.

Al borde de las lágrimas o consumido por ellas, en varias ocasiones, Piérola retomó su relato anticipando datos clave. Contó del fotógrafo Salinas, que trabajaba para la Policía en las pericias: “El 12 de diciembre (de 1976) ya le dicen que prepare su cámara, sus rollos y el flash porque al otro día tenía que sacar fotografías en un operativo del Ejército. Ya sabían lo que iba a ocurrir”.

Cerca de Margarita Belén “fotografió los cuerpos: ‘una imagen que nunca me voy a poder sacar de la cabeza’ me contó. Después, también sacó fotos de los cuerpos en una fosa común en el cementerio” San Francisco Solano. Según la historia oficial, se enterraron diez cuerpos a cajón cerrado en sus respectivas tumbas, a lo que se agrega este nuevo dato.

También habló de la familia Pegoraro, que tienen campos cerca de donde ocurrió la masacre. Dos hermanos escucharon los tiros y pudieron ver los cuerpos cuando iban a buscar animales a otro campo contiguo al de la tragedia.

Con un semitono, pero firme, le cuestionó al defensor Carlos Pujol por haber pedido que la familia Piérola sea quitada como querellante en la causa y lo increpó por “reírse mientras buscábamos los huesos en el cementerio. Pedimos respeto”.

Para el cierre, habló sobre el honor que “define la alta moral. Es una virtud que marca la dignidad”, también mencionó el “honor militar” y en nombre de él que “se paren ante el Tribunal y, aunque no se arrepientan ni pidan perdón, digan dónde están los cuerpos de nuestros muertos, para poder hacer parte de nuestro duelo”.

“No hay odios –aclaró, dirigiéndose a los imputados- ni deseos de venganza, en todo caso siento pena y hasta lástima porque nuestro Ejército está tan lejos de lo que pensaron San Martín y Belgrano”.

Finalmente contestó con solvencia a las preguntas, sobre todo de los defensores, mientras la jueza Yunes lidió con Pujol: “Haga preguntas lógicas”, le llegó a pedir de manera enérgica para encausar la audiencia.

Luego declaró Dafne Zamudio, hija de Carlos Zamudio –otra de las víctimas de la masacre- acompañada por dos de sus hermanos y por su pareja. Con mucha fortaleza, a pesar de su enjuta talla, contó su historia y también pasó airosa las preguntas.

Narró la historia de Carlos, hijo de Ernesto Zamudio, un prócer del periodismo chaqueño, propietario y director del diario El Territorio, que llegó a publicar en la tapa una proclama contra el golpe a Hipólito Yrigoyen. Habló de su la militancia y el pase a la clandestinidad: “En el 75 lo fuimos a ver a Corrientes”, recordó. Para el 76, ya estaba en Misiones, donde consiguió trabajo, pero al poco tiempo cayó preso. También estuvo en La casita de los mártires, un relato que compuso recién el 13 de diciembre del año pasado, cuando un misionero visitó la Casa por la Memoria –ex centro clandestino de detención donde funcionó la Brigada de Investigaciones- y reconoció la foto de Carlos Zamudio.

Ya en la Brigada policial de Resistencia, junto con sus hermanos y su madre, lo pudo visitar: “Se sentó en un banco, después supe que caminaba arrastrando los pies y agarrándose el costado. Yo no lo podía ver porque era muy chiquita. Entonces, mi mamá me alzó en sus brazos y lo pude mirar. Me acuerdo que pensaba: por qué no le podía ni dar un beso”.

Poco antes de la matanza de diciembre de 1976, a Carlos lo llevan a la alcaidía policial, donde su familia ya nunca lo pudo volver a ver. Buscando su paradero, la abuela de Dafne se cruzó con Patetta quien le dijo que Zamudio fue una de las víctimas de la masacre. Sin embargo, después, el Ejército le aclaró que murió en un enfrentamiento en Campo Grande (Misiones). En Misiones, le entregaron el cuerpo a cajón cerrado. En Resistencia, no le permitieron realizar el velatorio y lo llevaron directamente a un nicho en el cementerio. Treinta y cuatro años después, durante una exhumación, se comprobó que tenía una de las piernas rota: “Difícilmente hubiese podido escapar”, finalizó.

En las preguntas, otra vez hubo cruces entre defensores, fiscales y querellantes. El Tribunal intervino, nuevamente, con un llamado de atención a Pujol: “No tenga mala fe”, le advirtió.

Por último, llegó el testigo de las torturas en la alcaidía policial de Resistencia, previas al traslado a Formosa. José Luis Valenzuela contó que vio a Carlos Zamudio, Néstor Carlos Salas, Luis Alberto Díaz y Fernando Piérola.

Por la ubicación de su celda, Valenzuela pudo ver cómo la guardia dura de la alcaidía llevaba arrastrando y a los golpes a estos presos políticos para torturarlos desde el comedor, donde “se escuchaban gritos, ruidos de golpes, corridas. Era desesperante”.

Tras la tortura, los guardias dejaron a Zamudio “muy destruido, tirado cerca de una pileta (frente a su celda). Por muy poco tiempo pudimos hablar. Me pidió que le entregase a su familia fotos y una chomba, sólo pude rescatar la chomba de las requisas militares”.

La ubicación de la celda de Valenzuela también le permitía escuchar las conversaciones en la guardia: “Decían que había sido una matanza preparada, ya sabían en qué auto iban a colocar a cada uno”. Hasta el final, con las preguntas incluidas, describió cómo era estar preso en la alcaidía, y el ambiente que reinaba durante el traslado.

Al final, el defensor Federico Carniel pidió marcar una contradicción entre lo que declaró Valenzuela ayer y una testimonial dada ante la Justicia Militar, pero la jueza Yunes no hizo lugar.

El tribunal suspendió las jornadas previstas para mañana y el 24 de junio. Entre tanto, la Dirección de Cine del Instituto de Cultura prepara sus cámaras para realizar la primera testimonial en video conferencia. Desde Francia, declarará la periodista Marie Monique Robin.

Foto: Diario De La Región.

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