Alejandro Carlos Osuna camina el "Barrio Profundo", en Concepción del Uruguay 

Alejandro carlos Osuna

Imágenes del fotógrafo entrerriano Alejandro Carlos Osuna; texto de Marcelo Sgalia.

El fotógrafo entrerriano Omar Carlos Osuna recorre la ciudad de Concepción del Uruguay y ancla su mirada en una serie de imágenes que a modo de ensayo fotográfico titula, “Barrio Profundo”. A su vez el periodista Marcelo Sgalia dedica un texto que titula “El Gol”, a una de sus fotos.

En palabras de Sgalia

“El Gol  está inspirado sobre una de estas fotos, especialmente, y hace mención a varias más. Si se me permite: va para Dylan y sus amigos. En el nombre de ellos a los gurises de esos barrios, que siguen sosteniendo los trapos en estos tiempos de tanta crueldad innecesaria. En la esquina de la calle que une los barrios 25 de Mayo y 30 de Octubre los goles no duermen la siesta".

Se juntan en el cordón de la vereda y esperan a los gurises, que llegarán con la redonda bajo el brazo, mientras los autos los tapan de polvo. Dylan Benjamín, el nieto de Chichita, aparece como si asomara por la boca del túnel al mismo tiempo que el Cholito.

Una remera de Boca y un pantalón de Independiente es todo lo que lleva puesto. Facundo y Sebastián se sumarán enseguida y con cuatro, en el barrio, ya sirve para armar un partidito y que los goles sean gritados.

Dylan saluda a sus amigos, al costado de un Renault 4 verde estacionado en la vereda que servirá de marcador lateral en un rato, y les confiesa que anoche soñó con ellos. Dylan les cuenta que jugaban juntos, con esta pelota, en esta calle, con toda la gente del barrio en la puerta de sus casas, que era un partido de esos que definen cosas importantes y que tuvo que ser un domingo por la tarde.

El Cholito amagó a interrumpirlo pero se dio cuenta a tiempo que esta vez era mejor escuchar a su amigo. Sí, los cuatro juntos, pateando para allá, sigue Dylan relatando eufórico mientras Fernando aparece con su loro Pepo en su hombro izquierdo. Serán dos testigos más del sueño de Dylan.

Ganamos con un gol sobre la hora y casi de mitad de cancha, prosigue su relato Dylan mientras sus amigos lo miran sin que vuele una mosca. Había un relator que lo gritaba en el techo de aquella casa y en mi carrera del festejo casi me choco con una vieja máquina de fotos, de esas a rollo que me apuntaba y disparaba.

Al Cholo le faltaban dos cosas fundamentales y tuvo que interrumpir el relato esta vez ante la mirada amenazante del resto. Tan importante va a ser che, si ni cuando jugamos por las cocas y el asado contra los del otro barrio había tanta gente mirando. Y aparte si jugamos los cuatro en el mismo equipo, a quién le ganamos Dylan, contra quien jugamos.

El Cholito casi recibió la condena de destructor de sueños. Dylan dudó de su verborrágico relato por primera vez. Pero tras una pisadita y una pausa, esas que aprendió en la belleza de estas calles, salió jugando como un campeón: “Estaba en juego la alegría, eso era lo que nos jugábamos Cholo. Vinieron a sacarnos eso, entendés. Y había que ganarles como sea”, enfatizó dramáticamente Dylan.

El Cholo no se animó a preguntar más sobre ese sueño. Pero Facu insistió en aquella duda anterior del Cholo. ¿Y contra quien se puede jugar por la alegría?, tiró. Dylan volvería a salir airoso del interrogatorio de sus amigos y ensayó con firmeza una respuesta: “Contra un rival invisible que se tornaba inalcanzable para todos nosotros, que tenía un invicto de casi cuatro años y que venía goleando con su ausencia en todos los barrios del país como el nuestro. Se hacían llamar los insensibles, gente poderosa de traje y corbata que se autoproclamaban ser los nuevos dueños de la alegría”.

Semejante respuesta calló hasta el loro y al Cholo se le iluminaron los ojos esta vez. “Los diarios lo vendían como el mejor equipo de los últimos 50 años. Y nos desafiaron que si nos ganaban la alegría terminaría encerrada en globitos de colores; que bajarían al barrio para llevarse eso, nuestros goles y los abrazos para siempre”, sostuvo Dylan para terminar de convencerlos que la victoria era el único final posible. A esta altura ninguno de los cuatro dudaba en hacer correr la bola hasta en el rincón más profundo del barrio. Contaron la historia, la llevaron de casa en casa. Y todos se juntaron el domingo siguiente por la tarde, igual que en el sueño, a esperar ese gol.

El gol de Dylan liberó la alegría en esas calles de tierra, pegándole con alma y vida a esa pelota de trapo que viajó desde la mitad de la cuadra, se metió al lado de ese cascote que hacía de palo izquierdo y viajó hacia el corazón del barrio tras superar esa red invisible. Lo gritó Tatón a media cuadra de la cancha con su esposa y su cuñado Keké tomando una birra; lo festejó Pechuga, sosteniendo el vaso del último sobreviviente de aquella esquina que ya se cargó a varios; lo gritó Maicon que paga un homicidio que dicen no cometió; lo abrazó a Matías, bostero, con su gallina riverplatense, antes de salir a cartonear; lo vivieron Marta y su hijo Guillermo, sentados descalzos en la vereda.

El gol de Dylan emocionó a Ramona, esa mujer que crió a todos los Pérez; los llenó de felicidad a Fernando y el loro Pepo y Margarita, tras colgar la ropa, decidió con esa alegría que se quedaba definitivamente en las calles y el aire de todo el barrio, cerrar la grieta en la pared de su casa, pintando sobre ella una flor. Porque esas son grietas y esas son formas de cerrarlas. La Leica del año 34 los abrazó a todos en el Gol de Dylan. Y el barrio les gritó “Vayánse rufianes insensibles. Se podrán llevar todo pero la alegría jamás, porque está en ese gol de Dylan, que no es más que uno de esos goles que ustedes eligen no ver”.

El gol de Dylan Benjamín nos observará para siempre. Será un registro inédito de la vida, de esos picados en el barrio. Es un grito de gol a los gritos, gritando “acá estamos, alguna vez salgan jugando para éstos lados”. Es un grito de gol en el rincón de los mismos olvidados para olvidarse que hace un rato, igual que ayer o como también mañana, no habrá para rascarla más nada al final de la olla o es un gol que sirve para abrazarse y hacer menos crudo al invierno que en la pobreza cala hasta los mismos huesos.

El gol de Dylan es la alegría en estado puro, de todos los colores, un gol libre, que no se deja encerrar. Un gol que ahora nos observa desde una foto, se convierte en muestra, respira, habla, sale de un cuadro, se hace música y gambetea en esta sala y vuelve a todas las paredes del barrio, a colgarse en cada una de las casas para permanecer inmóvil y mágico, talentoso y existente.

El gol de Dylan capturó el tiempo y lo detuvo para siempre, en ese gol que tantas tardes gambeteó la asesina muerte de algún auto en una esquina y tantas noches esquivó las balas que nuestros gurises y gurisas no merecen.

El gol que Dylan soñó se hace pileta en la calle para todas las gurisas, viaja en los más lindos barriletes de los gurises y se hace esperanza mientras remonta hacia el cielo para iluminarlo de más goles, de más sueños, de más abrazos a toda la monada. Los goles juntos de todos los Dylan tienen piola para llegar hasta el sol si los miramos. Bastará tan sólo que eleven su vuelo sobre aires bastante más sensibles.

Más fotos de Barrio Profundo

La muestra completa en: https://www.revistafotoargenta.com/revista_online.php?id=41#64

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