Por Erika Berenguer*

He estado trabajando en la Amazonia durante 12 años y durante 10 años he estado investigando los impactos del fuego en la selva tropical más grande del mundo. Mi doctorado y mi postdoctorado fueron sobre eso, y he visto la selva quemándose bajo mis pies con más frecuencia de lo que me gustaría recordar. Así que me siento obligado a aportar algunas aclaraciones como científica y como brasileña, ya que para la mayoría de las personas la realidad amazónica es muy distante:

Primero, y lo que es más importante, los incendios en la selva amazónica no ocurren naturalmente: necesitan una fuente de ignición antropogénica o, en otras palabras, que alguien prenda el fuego. A diferencia de otros ecosistemas, como el Cerrado, el Amazonas NO ha evolucionado con fuego y esto NO es parte de su dinámica. Esto significa que cuando el Amazonas se incendia, una gran parte de sus árboles mueren porque no tienen protección contra incendios. Cuando mueren, estos árboles se descomponen, liberando a la atmósfera todo el carbono que almacenaron, contribuyendo así al cambio climático. El problema con esto es que el Amazonas almacena una gran cantidad de carbono en sus árboles, todo la selva almacena el equivalente a 100 años de emisiones de CO2 en los EE. UU., Por lo tanto, quemar la selva significa devolver mucho CO2 a la atmósfera.

Los incendios, que son necesariamente causados por el hombre, son de dos tipos: el que se usa para limpiar los campos y el que se usa para deforestar un área; lo que estamos viendo es del segundo tipo. Para deforestar, primero se corta, generalmente con lo que se llama un correntão: dos tractores unidos por una enorme cadena, por lo que con los tractores andando, la cadena entre ellos se lleva la vegetación al suelo. La vegetación queda durante un tiempo secándose, generalmente meses después de la estación seca, porque solo entonces pierde suficiente humedad para poder prenderle fuego, haciendo que toda esa vegetación desaparezca, y luego es posible plantar hierba. Los grandes incendios que estamos viendo ahora que oscurecieron el cielo de São Paulo representan este último paso en la dinámica de la deforestación: convertir la selva caída en cenizas.

Además de la pérdida de carbono y biodiversidad causada por la deforestación misma, también hay una pérdida más invisible: la que ocurre en la selva quemada. El fuego de la deforestación puede escapar a áreas no deforestadas y, si está lo suficientemente seco, también puede quemar la selva en pie. Un bosque que luego almacena un 40% menos de carbono que el previamente almacenado, y nuevamente carbono que se ha perdido en la atmósfera. Los bosques quemados ya no son de un verde exuberante y la cacofonía de los sonidos de varios animales se silencia: el bosque adquiere tonos de marrones y grises, y los únicos sonidos son los de los árboles que caen.

La estación seca en el Amazonas siempre ha provocado quemaduras y durante años he estado tratando de llamar la atención sobre incendios forestales como los de 2015, cuando la selva estaba excepcionalmente seco debido a El Niño. Lo que es diferente este año es la escala del problema. Es el aumento de la deforestación, junto con los numerosos brotes de quema y el aumento de las emisiones de monóxido de carbono (que muestra que la selva está ardiendo), que culminó con la lluvia negra en São Paulo y el desvío de vuelos de Rondônia a Manaus, ciudades a varios miles de kilómetros de distancia. Y lo más alarmante de toda esta historia es que estamos al comienzo de la estación seca. Recién es en octubre el pico de la estación seca en Pará, asi que desafortunadamente la tendencia es que la situación empeore.

En 2004, Brasil alcanzó los 25000 km2 de selva deforestada por año. Desde entonces, hemos reducido esta tasa en un 70%. Es posible frenar y combatir la deforestación, pero depende tanto de la presión social como de la voluntad política. Depende del gobierno asumir la responsabilidad de las tasas actuales de deforestación y detener los discursos que promueven la impunidad en el campo. Debe entenderse que sin la Amazonia no hay lluvia en el resto del país, comprometiendo seriamente nuestra producción agrícola y nuestra generación de energía. Debe entenderse que el Amazonas no es un grupo de árboles juntos, sino nuestro mayor activo.

Es un dolor indescriptible ver arder la selva tropical más grande del mundo, mi objeto de estudio y mi propio país. El olor a quemado y el silencio profundo de la selva quemada son imágenes que nunca más saldrán de mi cabeza. Fue un trauma. Pero en la escala actual, no necesitará ser un investigador o residente de la región para sentir el dolor de perder el Amazonas. Las cenizas de nuestro país ahora nos buscan incluso en la gran metrópoli.

*Científica brasileña que trabajó 12 años en el Amazonas