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Volvió el viejo Milei y se va Cristina

Joaquín Morales Solá

No era cierto. El Presidente dispuesto a abrir su gobierno a los aliados y a valorar los beneficios del diálogo y el consenso fue solo una ilusión vacía, una hueca fantasía. Suele suceder. En 2011, luego de ganar claramente su reelección presidencial Cristina Kirchner se encerró con sus ahijados de La Cámpora en lugar de elegir una estrategia de apertura política. De la misma manera, Javier Milei se acaba de recluir en su triángulo de hierro, con su hermana Karina y con su asesor todoterreno Santiago Caputo, aunque para conformar a ellos debió sacrificar al funcionario más valorado de su gobierno, el exjefe de Gabinete Guillermo Francos. No hubo coherencia ni lógica porque Francos representaba al sector más dialoguista de la administración; fue un profeta de la conversación política y de los acuerdos desde el primer día del gobierno de Milei. El Presidente deslizó que la apertura sería su política, pero dejó ir a quien la promovía con mayor convicción. ¿Por qué? Solo para respetar el equilibrio de fuerzas entre su hermana y el joven Caputo, que conforman la intimidad política del jefe del Estado; ella se llevó la jefatura de Gabinete y el asesor será un ministro con amplias facultades. Todos contentos. ¿También la administración del país? Eso es más discutible. Manuel Adorni fue un eficaz vocero del Presidente, pero hay un trecho oceánico entre la función de un vocero y la de un jefe de Gabinete. En la noche del viernes ingrato ni siquiera tuvo en cuenta que Francos los conoce a todos los gobernadores y que se tutea con ellos desde hace dos años. Son los gobernadores que podrían permitirle a Milei la aprobación parlamentaria de las reformas que necesita. ¿Podrá cumplir Adorni esa función? No tiene experiencia ni conocimiento sobre tales menesteres. Milei destrató ese mismo día, de manera implícita, a un aliado clave como lo es Mauricio Macri, quien consideraba a Francos “el mejor funcionario del gobierno”. Macri se enteró del relevo de Francos mientras comía una milanesa amarga con Milei. “Se fue profundamente decepcionado de esa reunión”, cuentan quienes hablaron con el expresidente. Cuentan, inclusive, que cuando Milei le informó del relevo de Francos, Macri le respondió, azorado: “¡Decime que es una broma!”. No era una broma. Tampoco lo es para los gobernadores, que se notificaron de que el Presidente los puede tratar igual o peor que a su exjefe de Gabinete. “¿Por qué a nosotros nos trataría mejor que a un amigo de muchos años?”, concluyó uno de los mandatarios. “Fuimos confiados en que empezaba una etapa nueva. La confianza se terminó”, dramatizó otro. Algunos hasta destacaron que el Presidente no pudo ser ajeno a la decisión de siete diputados de Pro que se fueron con Patricia Bullrich a La Libertad Avanza pocas horas antes del encuentro presidencial con Macri. “Lo volvió a ningunear”, deslizó un gobernador. El transfuguismo político se convirtió en un despreciable deporte argentino. Milei es el único que parece sereno y conforme. ¿Las razones? Su hermana está contenta, porque podrá controlar la jefatura de Gabinete a través de su incondicional Adorni, y Santiago Caputo se prueba el traje de súper poderoso ministro. El micro mundo mileista encontró su paraíso. El Milei conocido regresó; el nuevo ya no está. ¿Estuvo alguna vez?

La moradora de Constitución chocó con el final de su destino político después de 38 años de vida pública

No es lo único que sucedió después del estupor del domingo. Un triunfo contundente del oficialismo suele esconder también lo que sucede en los extramuros del poder. Solo en San José 1111 perciben que algo definitivo ocurrió el domingo último: la moradora de Constitución chocó con el final de su destino político después de 38 años de vida pública. Entre las decisiones de los jueces, que solo le presagian un futuro de encierro por haber cometido hechos de corrupción, y la reacción masiva de la sociedad, Cristina Kirchner acaba de concluir un ciclo político que duró 22 años en el poder explícito o implícito del país, desde que su marido accedió al Gobierno en 2003. El kirchnerismo se terminó como alternativa política y no es, como ella sostiene, solo por obra del anti peronismo que se asustó con las elecciones bonaerenses del 7 de septiembre, en la que el kirchnerismo batió de mala manera al gobierno de Milei. La propia señora de Kirchner ganó elecciones presidenciales con mayorías aplastantes, y seguramente muchos de aquellos viejos votantes suyos fueron el domingo último a sufragar para que ella no regrese más. La expresidenta le reprocha muchas cosas al gobernador Axel Kicillof, pero no dice lo que más le recrimina en la intimidad de sus divagaciones: haberla puesto frente al espejo que la exhibió rechazada masivamente por millones de argentinos. Los ciudadanos mayores fueron los más activos; fue conmovedor el domingo observar cómo muchas personas de edad avanzada, en algunos casos ayudadas por bastones o sillas de ruedas, se movilizaban hacia los centros de votación solo para impedirle una victoria a Cristina Kirchner. También concluyó otra excentricidad argentina, como era la de una política nacional pendiente de una presa, con tobillera de presidiaria incluida, que hacía su propio show desde el balcón de su casa. El show seguirá, pero ella se convirtió en algo parecido a una nostalgia política. El final de su destino político fue, en efecto, consecuencia de una espontánea decisión colectiva de la mayoría de los argentinos y de la presencia, por fin, de la boleta única, que eliminó el porcentaje de fraude que existía no solo en la provincia de Buenos Aires. Nadie puede precisar de cuánto era ese porcentaje, pero existía. De hecho, los intendentes peronistas no se movilizaron porque detestan perder el tiempo. “La movilización sirve con la boleta en el bolsillo. ¿Qué podíamos hacer con la boleta única? Nada”, se sinceró, cínico, uno de ellos.

Los intendentes que se alejaron del kirchnerismo están apurando a Kicillof para que le saque al camporismo (es decir, al kirchnerismo) las enormes cajas con recursos estatales provinciales que todavía controlan. Cristina Kirchner es muy crítica del gobernador bonaerense, pero no se le ocurrió ordenarles a sus seguidores que abandonen los lugares con dinero del Estado provincial. El kirchnerismo controla el IOMA, la enorme obra social bonaerense que maneja un presupuesto anual de billones de pesos, y la lotería provincial, cuyos recursos no han sido calculados nunca con precisión, pero que hicieron ricos a muchos gobernadores que pasaron por La Plata. El kirchnerismo tiene también la presidencia de la Cámara de Diputados, que maneja muchos millones de pesos en fondos reservados desde los tiempos en que Eduardo Duhalde era gobernador de la provincia. Fondos que se distribuyen generosamente entre muchos de los bloques. “Vivir y dejar vivir”, repite un legislador como un mantra. Esos recursos están en manos del kirchnerismo. Los intendentes aseguran que son las únicas cajas política del Estado que quedan en poder de los herederos de Cristina Kirchner.

Los alcaldes que abandonaron a la lideresa le están reclamando algo más a Kicillof: que promueva cuanto antes la destitución de Máximo Kirchner como presidente del Partido Justicialista bonaerense. Después de la vorágine, existe más claridad para observar la arbitrariedad y el atropello: ¿qué hizo Máximo Kirchner, además de ser el hijísimo de su madre, para conducir el peronismo en el distrito más vasto y peronista del país? Nada. Máximo Kirchner descubrió la política después de la muerte de su padre, en 2010, quizás por presión de su madre que anhelaba un heredero para esa dinastía política. Era hasta el domingo último -qué duda cabe- el príncipe heredero de su madre; por algo, ella tiene el cargo formal de presidenta del Partido Justicialista nacional y su hijo el de presidente del partido bonaerense, el más importante del país.

¿Significa que el peronismo también ha muerto? La primera respuesta es que no. Sucedió, sí, que Cristina Kirchner se convirtió en la jefa de una minoría insignificante del peronismo, aunque seguirá controlando una parte de los bloques parlamentarios. Ella escribió los nombres de muchos candidatos que ingresaron a la Cámara de Diputados o al Senado el domingo pasado. Pudo hacerlo porque varios gobernadores creían que estaban ante una lideresa decisiva dentro del peronismo. No era así. Ni siquiera tuvieron en cuenta que la decadencia tuvo sus escalas. Dos de ellas fueron las elecciones como candidatos presidenciales de Alberto Fernández y de Sergio Massa. Cristina Kirchner nunca odió tanto a nadie como esos dos dirigentes, a quienes acusaba de “traición”, sobre todo a Alberto Fernández. “Durmió en la cama de mi hijo y después me traicionó”, les contó a varios interlocutores, incluidos algunos que ni siquiera son peronistas. Pero eso ocurrió mucho antes de las elecciones de 2019, cuando instaló la candidatura “moderada” de Alberto Fernández porque sabía que ella, que estaba en condiciones de ser candidata, no ganaría nunca. También en 2023 podía aspirar a la presidencia, pero se convenció de que no la ganaría y se inclinó por Massa, que fungió de opositor a ella durante gran parte de su paseo por el desierto, entre 2015 y 2019.

Analistas de opinión pública aseguran que el peronismo tendrá siempre alrededor del 30 por ciento de los votos como piso electoral. “Si pone un espantapájaros de candidato presidencial, cosechará entre el 28 y el 32 por ciento de los votos”, afirman echando mano al absurdo. Tienen razón: el domingo último sacó, a pesar de todo, el 33,63 por ciento de los votos nacionales. En las elecciones legislativas alcanzó siempre desde 2013 entre el 32 y el 34 por ciento de los votos. Solo sacó menos de ese porcentaje, el 28,69 % de los votos, en 2009 con el peronismo dividido. “Kicillof tiene que actuar ya contra el poder que retiene en la provincia el kirchnerismo si quiere ser la opción presidencial a Milei en 2027”, aconsejan no pocos intendentes peronistas. “¿No les gusta Kicillof? Es lo que hay”, responden, desafiantes. Kicillof es igual que Cristina Kirchner, o algo peor: es más dogmático, ideologizado e intransigente que su antigua jefa y madrina. Si Kicillof es la alternativa a Cristina Kirchner, como lo es por ahora, el futuro se le complica al peronismo. Por eso, se escuchó como una buena noticia que Mauricio Macri haya anunciado que Pro tendrá candidato propio en las elecciones de 2027. No debería ser solo de Pro, sino de una coalición de partidos sensatos y razonables como una opción moderada al mileísmo. Esa alternativa se ratificó aún más después del sorpresivo viernes en que se fue Francos. Aunque resulta difícil imaginar a Kicillof ganando una elección presidencial, el destino de la política es siempre impredecible. Cuidado.

Por ahora, Milei no tiene opción presidencial si se miran las elecciones de 2027. Pero eso es relativo. Como lo demostró el propio Milei en 2023, las alternativas políticas pueden construirse en seis meses. El Presidente tampoco debería cerrar los ojos y dormir tranquilo porque todos los gobernadores peronistas que invitó aceptaron una cita para hablar de las reformas que necesita el país. Nadie le podía decir que no a un presidente que logró una arrolladora victoria electoral cuatro días antes. Con todo, también debería tener en cuenta que el domingo votó el “noperismo”, un neologismo del analista Juan Germano. ¿Qué significa? Esto: “No me gusta todo lo que hay, pero lo anterior es mucho peor”. El jefe del Estado debería detenerse en ejemplos significativos que conviven con su tiempo político. Uno de ellos es el del propio y ahora desencantado Macri; el expresidente de la coalición Juntos por el Cambio ganó ampliamente las elecciones legislativas de octubre de 2017, pero en diciembre de ese mismo año la oposición peronista y la izquierda desestabilizaron su gobierno. Nunca más le permitieron que afianzara su administración. La propia Cristina Kirchner tuvo el poder suficiente como para echar a varios ministros del gobierno de Alberto Fernández con un simple tuit (y lo hizo varias veces) o de modificar la dirección política del peronismo con un documento de un par de carillas. Ahora, lo que pueda hacer o decir no tiene ningún valor para nadie. Un final trágico que ella misma maquinó con obsesión y persistencia.

(*) Esta columna de Opinión de Joaquín Morales Solá se publicó originalmente en el diario La Nación.

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