Sección

La música satánica que llevó a un adolescente a quemar una capilla de Pehuén Có en Halloween

La música satánica llevó a un adolescente a quemar una capilla de Pehuén Có en Halloween.

Sergio Rubin

El autor fue un joven de 15 años adicto al Black Metal, un subgénero del Heavy Metal con letras anti judeocristianas que promueven actitudes violentas.

La miniserie “Adolescencia” que Netflix estrenó a comienzos de este año con gran suceso de audiencia puso sobre el tapete de una manera descarnada los riesgos que corren los menores al estar tanto tiempo conectados a las redes sociales sin la supervisión de los mayores, particularmente en los casos en que los chicos tienen algún problema psicológico o están atravesando un conflicto.

Aunque no se trató del asesinato de una persona como el caso de ficción que escenifica la miniserie -un chico de 13 años que mata a una compañera-, el incendio de una capilla en la localidad bonaerense de Pehuén Có en la madrugada posterior a Halloween, hace dos semanas, también estuvo vinculado con la utilización de internet por parte de un menor sin el debido acompañamiento.

Es que la policía no sólo determinó que el autor fue un adolescente de 15 años de la zona y pudo detenerlo inmediatamente, sino que el allanamiento a su domicilio y, en particular, la revisación de su habitación, permitió establecer que era adicto al Black Metal, un subgénero del Heavy Metal con letras anti judeocristianas y referencias satánicas que promueven actitudes violentas.

El Black Metal surgió en la década de los 80 en Noruega. De acordes disonantes, voces desgarradas y ritmos repetitivos, sus intérpretes usan ropa negra, cruces invertidas y púas, siendo icónico del género el maquillaje blanco y negro para parecer cadáveres y la creación de atmósferas sombrías con el fin de expresar una actitud nihilista y de desprecio por la humanidad.

Entre los antecedentes violentos de intérpretes y seguidores del Black Metal sobresale la quema de más de medio centenar de iglesias en Noruega entre 1992 y 1996 con el propósito de “vengar la cristianización” del país. Pero también se cuenta el asesinado por parte de uno de los fundadores de una de sus bandas más emblemáticas del guitarrista de otra, en 1993 en Oslo.

Los simpatizantes del Black Metal se fueron expandiendo por el mundo. América Latina incluida. Y con ello las actitudes de violencia anticlerical. En 2004, se produjo un caso extremo en Santiago de Chile: un seguidor de 25 años con alteraciones mentales asesinó a un sacerdote cortándole el cuello con un cuchillo luego de que el cura celebrara la misa.

En cuanto a lo ocurrido en Pehuén Có, pudo haber sido peor porque la capilla estaba situada en medio de un bosque de pinos donde hay cabañas de madera. “No fue una catástrofe por la eficaz acción de los bomberos”, dijo el padre Adán Caraballo, párroco de una iglesia de la ciudad de la vecina ciudad de Punta Alta con jurisdicción sobre la capilla.

El menor no se limitó a incendiar la capilla. Esa madrugada estampó inscripciones satánicas en diversos puntos de Pehuén Có como cruces invertidas que se toman como rebeldía anticristiana, estrellas de cinco puntas que utilizan grupos que practican el ocultismo y el 666, símbolo del mal que aparece en el libro del Apocalipsis.

Hasta vandalizó un supermercado de nombre San Benito como una forma de que no quedaran dudas del carácter antirreligioso de las agresiones que estaba cometiendo en una localidad de apenas un millar de habitantes que no salía de su consternación primero por la quema de la capilla y luego por la enajenación del joven depredador.

El menor fue encontrado en la calle bajo los efectos de una sustancia y con la intención de suicidarse, disponiéndose su internación, primero en Punta Alta y luego en Bahía Blanca. “Al parecer es un chico muy retraído que se juntaba con otros y que alguien los manipulaba según dicen algunos vecinos”, señaló el sacerdote.

Como la miniserie “Adolescencia”, Caraballo cree que también este hecho en su medida interpela a los adultos sobre su actitud ante la relación de los menores con el mundo digital porque “es obvio -afirma- que lo que pasó fue fomentado por el fácil acceso a mensajes peligrosos en las redes sin supervisión de los mayores”.

Más aún: su marco familiar presentaría deficiencias. “Creo que no vivía con el papá y no sé si con la mamá, pero me dicen que vivió un tiempo con los abuelos”, dice el sacerdote. Además, señala que “en los medios apareció un familiar diciendo que el chico padece esquizofrenia y bipolaridad, aunque eso no me consta”.

“Lo que sí puedo decir -agrega- es que es muy peligroso que una persona con trastornos psíquicos que no está siendo tratado y consuma determinado material que puede inducirlo a conductas violentas; esto con el agravante de que los algoritmos, como detectan las preferencias, le envía más de esos contenidos”.

“Creo que hay una gran deuda de la psicología, de la psiquiatría en el abordaje de la virtualidad, pero también de toda la sociedad, en el marco de un abismo entre lo que vive el adolescente encerrado en su habitación y los padres, que están inmersos en su trabajo y las preocupaciones cotidianas”, subraya.

Caraballo considera milagroso que, pese a que la destrucción de la capilla fue total, las hostias consagradas (para los católicos son el cuerpo y la sangre de Cristo) y los óleos sagrados para los oficios que estaban en el sagrario no fueron afectados por el tremendo calor y permanecieron intactos.

“Ni bien me entero del incendio le pedí a un ministro religioso de Pehuén Có que si era posible, con la autorización de los bomberos, sacara las hostias, pero me dijo que las llamas impedían siquiera acercarse, hasta que a la mañana pudo acceder y conmoverse con el hallazgo”, cuenta.

La semana pasada, el arzobispo Bahía Blanca, Carlos Azpiroz Costa, celebró en el lugar una misa, mientras que paralelamente comenzó una movida en la comunidad para reconstruir la capilla, levantada en 1957 con piedras del barco La Soberana, encallado cerca del balneario local, en 1879.

“De todos lados prometieron ayuda”, dice Caraballo y señala que se abrió una cuenta bancaria para recaudar fondos en el Banco Provincia. “Será un trabajo arduo levantar el templo de entre las cenizas, pero lo haremos entre todos”, afirma.

Por lo demás, el sacerdote espera que llegue el momento oportuno para acercarse a los familiares del menor sin una mirada condenatoria y tratar de confortarlos. “Están sufriendo mucho”, dice. Y agrega que también quisiera contribuir a la sanción del adolescente.

De todas maneras, como el propio Caraballo lo da a entender, lo ocurrido en Pehuén Có debería ser una alerta más sobre los riesgos de la virtualidad entre los menores no supervisada por los mayores. 

 

(*): publicada hoy en TN. 

Edición Impresa