Este martes 19 de enero se apagó la risa de Claudino Mela, a los 76 años, después de haberse demorado fraternalmente en los pechos amigos; en las mañanas de los abrazos sinceros que prolongan la gracia.
Por Roberto Alonso Romani (*)
Allí está, con su bandoneón, juntando las voluntades serenas y alumbrando la platea de fiesta.
Allí está, su propio corazón, desbordado por las tradiciones del pago, invitando a los zorzalitos del alba a integrar el conjunto de las emociones largas.
Este martes 19 de enero se apagó la risa de Claudino Mela, a los 76 años, después de haberse demorado fraternalmente en los pechos amigos; en las mañanas de los abrazos sinceros que prolongan la gracia.
Lo conocí cuando ya su nombre andaba entre la gente sencilla, como una referencia del chamamé y los altos valores de la entrerrianía.
Después, muchas veces tuve la dicha de presentar su música y la aureola de su bonhomía en el festival de Ferro, a orillas del Gualeguay, en Gualeguaychú o en la fiesta de Federal.
También disfruté la magia de los instantes inolvidables, cuando sus manos generosas acariciaban la botonera con vuelo en la casa de Beto Ponzoni o en el patio con limonero de mi padre, que tanto lo admiraba.
Una noche, poblada de duendes fiesteros, en el Teatro 3 de Febrero, de Paraná, le entregamos el Cimarrón Entrerriano, como premio a su limpia y bella trayectoria; y todos coincidimos en que se hacía justicia.
Ahora, que un triste silencio se apodera de nuestra piel sensible, nos juntaremos con Gustavo Surt y otros musiqueros azules e invitaremos a su alma noble a perfumar de serenatas los barrios de la ciudad de amigos.
Para que por los siglos de los siglos se demore entre los afectos crecidos su bandoneón enamorado; es decir su propio corazón, latiendo con las melodías que no mueren.
(*) Licenciado en Ciencias de la Comunicación, escritor, gestor cultural.