Los sueños de Daniel Posse

Edición: 
742
Escribe pero también es editor literario

Ivo Betti

A pocos meses de la publicación de su primer libro y después de realizar presentaciones en todo el país, Daniel Posse dialogó en exclusiva con ANALISIS sobre De sueños y azar. Rememoró con anécdotas sus principios en el arte literario, su infancia, los viajes a su pueblo natal, su paso por el sur del país y la creación del Comando Paracultural del Sur, y explicó el por qué del tema de la “muerte” en su obra. Además de escritor, este joven nacido en Tucumán es presidente del grupo editor porteño Posse Aranda. En ese sentido, anticipó que este año publicarán 20 títulos y adelantó que está interesado en editar a autores entrerrianos.

-¿Por qué el título De sueños y azar?
-Quizás suene redundante, pero inicialmente fue un tanto azaroso. Creo que después de ponerle el título me di cuenta de que los sueños y el azar funcionaban como hilos conductores entre todas las historias, porque a pesar de que están agrupadas en cinco partes, en tres de estas cinco los relatos cuentan una historia individual y una macrohistoria. Son relatos que se pueden leer de manera independiente o no, y de acuerdo a la forma en que hagas la lectura, según mi parecer, va a funcionar como un abanico de identificaciones donde los lugares comunes se resignifican. Los sueños y el azar construyen desde su lugar estos sentidos. Hay un hilo conductor que también aparece constantemente y que entiendo que en realidad está de manera implícita contenida en la palabra azar, que es la muerte, porque el azar es fortuito. En lo fortuito siempre anida la muerte en sus diversas formas.

-¿Qué otros recuerdos tenés de Monte Rico y las tardes junto a tus abuelos?
-Mi recuerdo de Monte Rico es mi esencia. Mis abuelos maternos eran una extraña pareja. Él era andaluz nacido en Málaga que recitaba a Lorca, cantaba flamenco y contaba cuentos verdes. Ella era mestiza y analfabeta, pero eso no les impedía tener una docena de hijos, innumerables nietos y un bagaje verborrágico de historias que me contaban en las tardes y las noches. Las tardes eran mágicas… Recuerdo que cuando el sol se ocultaba detrás del perfil de los cerros, hacia el oeste, se generaba un clima muy particular y la voz de mi abuelo surgía de la nada y comenzaba a tomar forma. La noche con sus ruidos y su oscuridad le daba texturas a ese mundo de historias. Una de esas noches cerradas, de luna nueva, mi abuelo me pidió que lo acompañara a ver unos alambrados. Recuerdo que había una vía que dividía el campo en dos, de pronto mi abuelo se paralizó: los dos veíamos un esqueleto parado en medio de la vía. A él, el miedo lo envalentonaba, entonces siguió caminando, cuando lo teníamos a medio metro de distancia y parecía que se nos abalanzaba, descubrimos que era el trasero de una mula moviendo la cola. Lo demás lo hizo el miedo.

-La muerte aparece casi constantemente en el libro, ¿por qué?
-Inicialmente no fue premeditado. Después de escribirlo y releerlo entendí que tiene que ver con nosotros. La muerte siempre nos acompaña, siempre la negamos, la disimulamos. Hasta tuvimos de esos dictadores que le buscaron a la palabra muerte un sinónimo siniestro, es la palabra desaparecido. Quizás por eso veo que la muerte aparece, porque tengo la necesidad de anunciarla, demostrar que está, que la vida es un tránsito hacia ella y lo importante es el camino en sí. Hay algo de mística y se percibe algo cautelosamente oculto en algunos textos, como sutiles mensajes precisamente dirigidos hacia algunas personas. ¿Es verdad esto? Yo creo que la mística está dada en el aura de sacralidad que posee el arte. Y en mis relatos también tiene que ver esa mística con una búsqueda de desacralización de los mitos, de lo mitológica y de la mística que suelen anunciar los tabúes, eso de lo que no hablamos, y ahí creo que anida eso que llamas: cautelosamente ocultos, que poseen algunos textos. Nunca pensé que los mensajes eran precisamente sutiles. No creo que estén dirigidos a una o a varias personas, pero sí sé que están anunciados a un contexto social determinado, a opresiones, a la necesidad de recuperar nuestra memoria. No solamente desde la historia, sino que utilicé como disparador hechos históricos para construir desde la literatura, y desde ahí hacer ficción, donde se puedan oír las voces de los que no pueden hablar. Por ejemplo, si me preguntás de política, te respondo que de política no hablo, “tengo miedo de que me censuren”. Para eso están mis relatos.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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