Autodidacta para casi todo, aprendió los avatares de la construcción de su padre albañil, y con espíritu inquieto y rebelde corrió detrás de su naturaleza desbocada que le mostró a los 44su verdadera vocación. Pero, qué es el tiempo para un hombre que vive el día a día, que camina mirando sus pies, y que decidió formar su empresa y 20 años después la cerró con 70 empleados para dedicarse al lienzo y los murales. Diseñador por impulso, hoy pinta casas, escaleras, ventanas para todo el mundo que reconoce su obra y que le permite facturar hasta 3 millones de pesos al mes. Lleva más de 1.400 murales en escuelas y edificios y una obra innumerable. La vertiginosa e inasible vida de un hombre que vive en un hotel, diseña el packaging de muchas empresas, no escucha la crítica, tiene una hija a punto de recibirse en Bologna y que, a pesar de seguir atado a los recuerdos de libélulas y cigarras en los montecitos entrerrianos, maneja la tecnología como un milenial y convierte su arte en una mercancía deseada. Un entrerriano fuera de serie al que aún se le debe su merecida ponderación.
Por Gustavo Sánchez Romero
Especial para ANÁLISIS
La escena aún está en composición el lunes pasado al mediodía cuando el cronista llega a GAP 18, la galería de arte propiedad de un grupo de artistas locales ubicada en calle Alameda de la Federación, en la ciudad de Paraná.
Cristina Trápaga y una mujer conversan amenamente en una de las dependencias del salón y Sergio Fabri, el iluminador, subido a una escalera, reniega con una dicroica cenital que se resiste a encender. Un hombre vestido de jeans y cruzado de brazos lo mira de abajo, en silencio. Con la mano derecha jugando sobre una barba tan blanca como desprolija y despareja. Con un ademán de suficiencia ejecuta en silencio un aporte improbable a la tarea del técnico. Al abrirse la puerta, el ruido lo obliga a girar sobre su eje, sin desprenderse del ademán, y saluda amablemente. No hay duda que es él. Sonríe y ambos imaginamos que somos la persona que esperábamos encontrar. Fue un gesto de amabilidad mutuo, de respeto y de apertura. No es casual. Durante los 35 minutos que técnicamente duró la entrevista, antepondrá ante todo ese respeto por el otro, esa empatía que lo hace distinto, esa gestualidad de un hombre sencillo, de origen humilde que reconozco como propio.
El iluminador extiende la mano hacia abajo para saludar. Las mujeres dejan sus avatares y me presentan a la más joven como su esposa. Es la que hace más de tres décadas que está junto a él, cuando comenzó su travesía y decidió subirse al jointventure que le propuso ese muchacho que desafío al destino y que se rebeló a las barreras que le puso la vida.
Ella, contadora pública nacional, lo fue conteniendo, en todas las acepciones que el concepto conlleva. Porque si algo queda claro después de hablar con Mario Lange –de él se trata- es que no es fácil estar con alguien que decidió dejar un pie en su pasado para no perder sus raíces e identidad y con el otro formó una elíptica en el tiempo y el espacio que le permitió dejar de ser el albañil que fue, junto a su padre, casi, casi desde que nació. Y convertirse en un empresario que fundó su propia empresa constructora, desplegar el impulso de construir casas, erigirse en diseñador, y cuando cumplió los 46 años tirar todo por la borda y dedicarse a lo que más amaba: la pintura.
Persuadido que en su boca las experiencias quedan más vívidas y genuinas, es interesante permitirse el ejercicio de imaginar a este muchacho de piel oscura, manos grandes y gastadas, y que con voz arremolinada obtura el silencio de tanto que tiene para contar y decir.
De ayudar a su padre con el balde, la cuchara y la plomada a ser un artista que lidera la vanguardia artística nacional -por el que factura entre dos y tres millones de pesos al mes- hay un segmento de 53 años en el que puso en juego sus sueños, su vocación, su enjundia por crecer y, especialmente, su pasión.
(La nota completa en la edición 1137 de la revista ANALISIS del jueves 22 de diciembre de 2022)