Reflexiones incómodas

No hay cosa más sin apuro que un pueblo haciendo su historia

Edición
1165

Otro domingo en que “elegimos”, en esta democracia que tenemos (en la que seguimos eligiendo gente para que decidan por nosotros en lugar de decidir directamente en los grandes asuntos). En esta nota anoto algunas reflexiones de esas que no le interesan a nadie. Pero, como para entrar en tema, acá no ganó nadie. Perdieron los unos y los otros.

Por Américo Schvartzman

Uno. “Pero, si se va siempre a buscar el crédito en el exterior, [el país] se expone infaliblemente a enajenar su riqueza, convirtiéndose en el juguete de sus acreedores —Caveantconsules!Atiendan los gobernantes! En resumidas cuentas, lo que pedimos es un 25 de mayo económico, un 9 de julio financiero”. Así terminaba en 1885 una de sus numerosas columnas de opinión y análisis de la realidad argentina Alejo Peyret, el gran francés entrerrianizado que, según Luis Alberto Ruiz, inauguró la literatura provincial. Peyret se cansó de decir que un país que se endeuda hipoteca su futuro. Propuso como alternativa -hace más de 160 años- crear en Entre Ríos un banco “social popular”, de los productores y los trabajadores, administrado por la comunidad, por las cámaras de comercio, las comunas, las cooperativas. No por una burocracia estatal ni mucho menos por bancos privados: por el contrario, entendía que había que prohibir la banca privada, instituir el crédito como servicio público y cobrar los impuestos de abajo hacia arriba (es decir desde los municipios), y que ellos le enviaran los porcentajes correspondientes al Estado provincial y al Estado federal. Eso era el federalismo bien entendido en su opinión. Y estaba convencido de que ello dependía el destino de la república y del principio federativo. Cuántas de estas cosas estamos dispuestos a deliberar, en una provincia donde un grupo privado maneja los recursos de todos, donde los impuestos son una caja negra cuya distribución depende de burócratas y de especuladores, donde el gobierno nacional (¿y también el provincial?) están en manos de brokers y caranchos de las finanzas como Luis “Toto” Caputo y donde la coparticipación federal es un arma de domesticación.

Dos. Cosas como estas no se discuten. Otras, más coyunturales, tampoco. Por ejemplo, la necesaria revisión de las razones que llevaron a que la ciudadanía empoderara a semejante runfla. Para ilustrar lo que quiero decir: si mi pareja me abandona, y poco después la veo del brazo de una persona despreciable y delirante, maloliente, de aspecto desgreñado (más que el mio), mentirosa patológica, cruel, bruta, de pésimo gusto, que mueve a risa cuando no a burla ¿cuál sería mi actitud? Veo tres opciones: 1) Me solazo pensando: “Mirá qué idiota mi ex, con quién se metió. Bueno, que sufra, que aprenda, y que vuelva con la cola entre las patas. Ya va a entender que conmigo fueron sus mejores años”. 2) Me autojustifico: “Yo no soy peor que esa persona. Es que sus amistades (¿los medios?) le llenaron la cabeza, le hicieron creer que ese espanto era mejor que yo, mejor amante, más amable, y una persona más culta y fina en sus gustos. Y como mi ex es intrínsecamente idiota, se lo creyó y ahora no quiere dar el brazo a torcer”. 3) Me amargo, sí, pero me quedo frente al espejo y reviso de manera extenuante todo lo que le hice a mi ex pareja, en procura de las razones por las que prefiere a ese esperpento antes que a mí. Sin autoengañarme, cotejando los hechos y, a partir de ahí, modifico mis aspectos oscuros a fin de recapturar su amor.

Bueno. Ocurre que no veo al peronismo —el amante abandonado, el causante de que este esperpento llegara al poder— en la tercera de las actitudes, que sería (a mi juicio) la correcta. Al contrario: sus respuestas y actitudes oscilan todo el tiempo entre la primera y la segunda. Cualquier triunfo electoral, por módico que sea, ratifica esas opciones. Jamás se da cuenta de cuáles son los aspectos que lo hicieron indeseable para una mayoría de la sociedad que alguna vez los votó, y “otro sapo que hay que tragar”, o “el mal menor”, para buena parte de quienes los votan, de quienes los votaron incluso este domingo que pasó, tan triste. Y ahí reside la desazón, el desánimo, la tristeza que embargan a buena parte de la población, incluidos muchos que los votaron a ambos, al esperpento y al peronismo, y que no encuentran un horizonte de expectativas que les atraiga en lo más mínimo.

Tres. Sí, en el siglo XXI -y después de 42 años de democracia- todavía hay que seguir discutiendo y argumentando:


 

- que un político, candidato o no, no debe recibir aportes de narcos;

- que un gobierno no debe favorecer a los ricos más ricos mientras les corta subsidios y servicios a personas con discapacidad, a niños y niñas enfermos, sueldos y aportes a quienes los atienden en los hospitales públicos, y jubilaciones a viejos y viejas;

- que no hay argumento que justifique asesinar a civiles inocentes bajo ningún pretexto y en ninguna circustancia, y que hacerlo te convierte en genocida, y defenderlo te convierte en apologista del genocidio, seas judío, ateo, räeliano o creyente en los ovnis;

- que no hay etnias ni identidades superiores o inferiores, que la ciencia explica hace rato que la especie humana es una sola y que todos los humanos vivos descendemos de la misma y única Eva africana, mal que le pese a tantos racistas;

- que las personas son sagradas, no las opiniones, y que las opiniones de mierda se deben cuestionar porque si no conducen a tragedias.

Entre muchas otras cosas que todavía hay que seguir discutiendo. Porque lo que parece obvio nunca es obvio. Y porque cada tanto incluso lo que creemos obvio y evidente debe ser revisado, explicado y argumentado. Porque si así no fuera no habría guerras ni genocidios, ni estados ni jerarquías, ni jefes de Estado como Javier Milei, como Donald Trump, como Benjamín Netanyahu o como Vladimir Putin.


(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS, edición 1165, del día 30 de octubre de 2025)

Edición Impresa