La ciudad de luces que flota en el Mar Argentino y está depredando las aguas

La ciudad de luces que flota en el Mar Argentino y está depredando las aguas

Imagen desde la cabina del Boing 787 de Enrique Piñeyro, comandado por él mismo (de espaldas en la foto). Lo que se ve a través del vidrio es la ciudad de pesqueros extranjeros. (Fotos: Franco Fafasuli)

Por Joaquín Sánchez Mariño, publicado en Infobae

Desde el cielo y en medio de la noche se los puede ver. Parecen una flota enemiga esperando el momento indicado para atacar. De algún modo, lo son. Sabíamos que existe, pero verlo es otra cosa. En medio de la nada, después de kilómetros y kilómetros de puro mar, aparece en el firmamento una muralla de luces. Por la dirección en la que volamos podría ser Bahía Blanca, pero es imposible: estamos a 200 millas de la costa argentina, sobrevolando el límite que separa las aguas internacionales de las nacionales.

La imagen se confunde con la que se tiene al llegar en avión a una ciudad en medio de la noche. Pero no estamos llegando a una ciudad sino atravesando el Océano Atlántico. ¿Qué hace esta ciudad súbita flotando ahí? Es lo que vinimos a descubrir.

El avión es un Boing 787 gigantesco que hasta el año pasado pertenecía a Aeroméxico y ahora es de Enrique Piñeyro, el piloto, cineasta, empresario gastronómico, médico, filántropo, actor y también, de alguna manera, activista socioambiental. Lo adquirió justamente para poder hacer vuelos que generen algún tipo de impacto positivo en el planeta, y lo que estamos haciendo ahora mismo es volar durante cinco horas en medio de la noche para ver con nuestros propios ojos eso que él ve desde hace décadas en estas aguas.

“Desde la primera vez que hice algún vuelo de Ezeiza a Ushuaia -hace más de 20 años- que ya vi esto. Además fue sin buscarlo, a más de 40 mil pies de altura. Pero con el tiempo fue creciendo la actividad y hoy parece la costa de Nueva York”, dice.

Los motivos que lo llevaron a generar este vuelo fueron muchos, pero sobre todo la indignación, esa fuerza poderosa. “Es un tema que no está resuelto. No se patrulla, no se puede vigilar a los barcos, no hay forma de interceptar, de disuadir. Falta logística y hay que darle el peso político que esto tiene. Esto es serio, es una depredación monstruosa”, agrega después, durante una breve entrevista con Infobae en pleno vuelo.

Su campaña por visibilizar la situación podría decirse que empezó hace dos meses, cuando volvió a sobrevolar la zona después de mucho tiempo y al ver la imagen la compartió en Twitter. Publicó: “Enero 31 2021. Vuelo nocturno sobre el mar procedente de Ushuaia con destino a Ezeiza. Lo que parece la luna es la luna, y lo que parece la costa de Nueva York es la flota pesquera extranjera que depreda nuestros mares y que luego nos vende como producto importado”. Acompañó su tuit con un video que acumula más de 200 mil reproducciones. La imagen es impactante, y sería difícil creerla si no fuera porque de pronto la aeronave baja a 5000 pies de altura (aproximadamente 1700 metros) y aparece lo mismo frente a nosotros.

Alguna vez el escritor italiano Alessandro Baricco se preguntó, mirando el mar, cuáles eran los ojos del océano. Los barcos, se dijo, párpados abiertos en medio de la inmensidad del agua. Pero el romanticismo, ese romanticismo, nada tenía que ver con estos barcos, con estas luces que vemos desde el aire. Más que ojos, bocas; más que bocas, dientes. Y afilados.

Es que la depredación del mar -no solo el argentino, sino de los océanos en general- está completamente descontrolada. Greenpeace viene hace años denunciando estas prácticas de pesca insostenible y pidiendo por un tratado global para proteger los océanos. Es que en aguas internacionales no hay ley que diga lo que se puede o no se puede hacer. Así las cosas, llegan barcos pesqueros principalmente de China, Corea, Japón, España y arrasan con todo. No solo porque pescan sin pausa (sin permitir que la flora y la fauna marítima se regenere), sino porque en muchos casos usan técnicas (como el arrastre) que aniquila los suelos y la vida bajo el agua. ¿El lugar preferido? El agujero azul, donde por las condiciones de profundidad y luz suele haber más vida que en otros puntos. Pero la paradoja brilla tanto como las luces: donde más vida, más explotación. Más muerte, diría la frase si buscara impacto.

El mar argentino termina a 200 millas marinas de la costa. Hasta ahí es nuestra Zona Económica Exclusiva (ZEE), luego comienzan las aguas internacionales. Si algún pesquero extranjero entra en nuestras aguas, está rompiendo la ley, pero por la enorme extensión de nuestro país es muy difícil para las fuerzas de seguridad nacionales patrullar la zona eficazmente. (El trabajo que hacen la Armada y la Prefectura Naval es de un esfuerzo fenomenal y lo testimonió Infobae hace pocas semanas), pero como bien dijo Piñeyro, no hay suficientes recursos disponibles para la tarea.

¿Como saber entonces si un pesquero está explotando aguas nacionales o internacionales? Difícil tarea, lo habitual es que los barcos se muevan según su conveniencia, entrando y saliendo de la Zona Económica Exclusiva, persiguiendo los cardúmenes. Pero si se los puede ver en fila al acecho de la milla 200 es justamente porque hay mayor y mejor actividad dentro de las aguas argentinas. De todas formas, la cuestión de la jurisdicción es solo uno de los debates. Acaso el principal sea si son sostenibles los modos de explotación del mar, no importa si nuestro o de cualquiera.

Sin embargo, para la industria pesquera nacional la cuestión de las aguas y la milla 200 sí es de gran importancia. Muchos de estos pesqueros extranjeros -lo denuncia el mismo Piñeyro en su tuit- se llevan luego los calamares, langostinos, merluza a su país de origen y desde allí nos los venden después, ofreciéndonos como importado algo que en realidad es propio.

Piñeyro conoce del tema, no por su faceta de piloto sino por su costado de empresario gastronómico. Lo es desde el 2018, cuando inauguró Anchoita, un restaurante en el barrio de Chacarita en el que trabaja de un modo extraño: uno de sus chefs, por ejemplo, es investigador del CONICET, y se la pasa viajando por el país conociendo productores locales de alimentos. Así, saben perfectamente de donde llegan los productos que compran.

“¿Querés langostinos argentinos? No, los pescan todos y se los llevan. Y no hay forma de competirles. Después vas por España o esos lugares y venden con un cartelito que dice ‘langostinos argentinos’, y acá terminamos comprando los ecuatorianos. ¿Entonces? Es un recurso bestial el de nuestro país, tenemos 5 mil kilómetros de costa, tenemos costas interiores, hay cooperativas de pesca artesanal (nosotros trabajamos con una de ellas)... Y después autorizan 16 toneladas de exportación de peces de río… Pará, la pesca artesanal no es la depredación: esto es la depredación”, dice a Infobae.

Poco después el vuelo llega a su fin. Itinerario: despegamos del aeropuerto de Ezeiza a las 20.30 horas, volamos rumbo sur hasta la altura de Comodoro Rivadavia y regresamos, aterrizamos aproximadamente a las 00.30 del recién comenzado viernes 2 de abril. Cuando se hicieron las doce estábamos en la línea de vuelo que nos podría haber llevado a las Islas Malvinas, justo en el día en que se cumplen 39 años de la guerra. Pero estábamos ya emprendiendo el regreso.

Las luces sobre el mar, conforme sentimos el ascenso del Boing, van desapareciendo, pero sabemos que siguen allí, atrayendo a los peces para capturarlos. Seguirán allí después de este vuelo y después de muchos más. Uno se puede preguntar: ¿habrán sentido el avión pasar sobre ellos? ¿Habrán imaginado que estábamos a cinco mil pies mirándolos, azorados?

La respuesta la imagino aun en medio de la noche, mientras escribo estas líneas después de aterrizar. Miro al cielo del que acabo de volver. Pasa un avión, a lo lejos, pero sigo con mi vida. Lo mismo -me digo- los pesqueros en la mar. Todos con luces en la oscuridad. Todos produciendo para el mismo sistema.

Fotos: Franco Fafasuli.

 

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