Las malas compañías

Por Osvaldo “Coni” Cherep (*)

 

Daniel Enz, que es mi amigo además de colega, me pidió que fuera el moderador de una charla en la que participaron Nicolás Wiñazki y Diego Cabot. Desde que algunos se enteraron, no pararon de llegarme mensajes con chicanas, burlas, descalificaciones y cosas de ese estilo. No deja de asombrarme la soberbia con la que algunos simplifican la vida de los demás, sin autoridad alguna.

Sí, claro. Obvio que sí. Esas fueron mis palabras cuando Daniel, un periodista casi sin comparaciones en el interior del país y que está celebrando 30 años de existencia continua de su Revista ANÁLISIS, me pidió que los presentara a los dos. ¿Cuál sería el motivo para decirle que no? ¿Cuál es la razón por la que me hubiera negado a hacerlo?

“Son de la corpo”, me dice uno. “Al final sos un macrista escondido”, apunta otro. “Con esos nunca”, apunta un colega que evidentemente se siente en condiciones de elegir con quiénes se sienta y con quiénes no, en una mesa. Bravo. Qué manejo tan extraordinario de la coherencia ideológica. Qué límites morales. Cuánta grandeza que me rodea.

No tengo registro de que alguno de los que opinaron, tengan alguna publicación premiada con el “Rey de España”. Tampoco reconocí entre los críticos a algún Konex. Menos, creo, que hayan sido autores de investigaciones periodísticas que desnudaron el hueso de algunos mecanismos de corrupción. ¿O sí? Si así fuera, sería bueno que las hagan públicas, así las conocemos.

¿Desde dónde se paran los que cuestionan a periodistas que han demostrado la existencia de delitos? Acá vale una aclaración que no es menor: no son ellos los que deben condenar o absolver a los funcionarios o ex funcionarios investigados por la justicia. Ni puede recaer sobre ellos los efectos que generan sus publicaciones.

Diego Cabot es un periodista que tuvo los cojones de aportar una documentación que involucra, no sólo a algunos funcionarios del kirchnerismo, sino a gran parte del empresariado argentino. Y también a familiares del presidente Mauricio Macri. Sí, a los dueños de las empresas que pagaron coimas en las obras públicas durante un período determinado. ¿No hubo otras coimas, en otras gestiones? Claro que sí, pero… ¿Eso es culpa de Cabot? ¿O se supone que Cabot -en tanto periodista- debe esperar a que aparezcan los cuadernos del chofer de un secretario de Macri, contando cómo llevaban y traían el efectivo los empresarios, para que su investigación tenga valor?

¿De qué se lo acusa a Nicolás Wiñazki? ¿De operador periodístico? ¿Hablamos en serio? Guste o no, el desprolijo Nicolás se cargó una investigación que mostró el enriquecimiento inexplicable de Lázaro Báez. Aportó la información que demuestra cómo un ignoto cajero bancario se convirtió en pocos años, en uno de los empresarios más poderosos del país. Y dejó en claro las sociedades que tuvo (y tiene) con la familia Kirchner. ¿Cuál es el reclamo, ahí? Lázaro Báez está procesado y en prisión. ¿Las elecciones legitiman ese enriquecimiento? ¿La voluntad popular borra esas cuentas? No. Pero para algunos parece que sí.

Cabot no sólo publicó los cuadernos, o las fotocopias, y después los cuadernos de Centeno. Antes había investigado a Julio De Vido. Y sus aportes lo llevaron a prisión. Descubrió, junto a Francisco Olivera, la historia del primer gran caso de corrupción de la era K: Ricardo Jaime. Y después, publicó una gran historia sobre los modos de actuar de Guillermo Moreno, en su apogeo.

Información. Eso aportaron y aportan ambos. Pero se los ridiculiza desde la ligera mirada de que “son cómplices del macrismo” o “rentados por el monopolio”, o “empleados de Magnetto”, o en el caso de Wiñazki, de ser “un agente de Lanata”.

A propósito: Lanata es ¿áquel que hacía periodismo denunciando a los torturadores cuando eran jóvenes y tenían poder? ¿Era ese que cambió la historia del periodismo argentino fundando Página/12? ¿Ese que enfrentó, como nadie, al menemismo denunciando todos y cada uno de sus ilícitos? Sí, es ese ¿no? Porque sus discutibles últimos años parecen haber borrado esa historia, y resulta gracioso que quienes la borran, sean los mismos -en muchos casos- que trabajaron durante la dictadura, o se abrazan a Milani con devoción. O sea, ¿esos que recortan la parte de la historia que les conviene, a la hora de juzgar a los demás?

Hacer periodismo es meterse en problemas. Y entre esos problemas, está la locura generalizada en algunos, que se creen dueños de la verdad y eligen, como si fueran pastores religiosos, qué está bien y qué está mal investigar. Cuándo está bien y cuándo no. A quién sí y a quién no. Quiénes tienen valor y quiénes no ¿Y los hechos? ¿Y la “verdad”? ¿Y el Código Penal? ¿Y la corrupción en la administración de los bienes públicos? Eso parece no tener ningún valor, porque el valor superior de la pertenencia a un esquema o un pensamiento político, termina justificando todo.

Un resultado electoral no cambia absolutamente nada. O no debe cambiarlo. Lo que importa es si lo que los periodistas cuentan, es cierto o no. Si al momento de ser requeridos, pueden fundar sus afirmaciones. Lo del juzgamiento, ya es asunto del Estado. De uno de los Poderes del Estado, y de su buen funcionamiento. Mientras tanto, a todos les cabe el beneficio de la duda y el principio de inocencia. Mucho más, sin dudas, a los periodistas que investigan y publican.

Vergüenza me daría presentar una mesa debate con De Vido, con Báez, con Boudou, con el difunto secretario multimillonario de Néstor Kirchner, Muñoz. Más bochorno sería sentarme a elogiar a Milani. O tener que defender el inexplicable enriquecimiento de decenas de funcionarios.

No entiendo los escrúpulos selectivos de algunos. Ni las condenas, ni la estúpida convicción de que la verdad sólo es un valor, cuando conviene. No entiendo a quienes defienden a los ladrones en nombre de una presunta “ideología del bien” y en condenar, sin juicio algunos, a otros porque son “el mal”.

Eso ni es política, ni es periodismo. Es religión. Y entonces, no hay discusión posible.

Finalmente. Y lo aclaro por una necesidad personal: fui y soy crítico del modo en que Lanata, Wiñazki y muchos colegas abordaron algunos temas. He sido testigo de algunas arbitrariedades y algunos errores. Sin embargo, no tengo la menor duda de que todos nos equivocamos. De que todos tenemos contradicciones y de que todos, absolutamente todos los periodistas, alguna vez fuimos víctimas de nuestros deseos antes que de la información.

Pero eso no invalida la información, ni les quita valor a los aciertos.

En el caso de Cabot y Wiñazki -a quienes conocí anoche- no me cabe la menor duda de que esa balanza está claramente inclinada hacia el ejercicio virtuoso del periodismo. Y que muchos que los señalan con el dedo, nunca fueron capaces, ni lo serán, de tomar la decisión de publicar y correr los riesgos que ellos corrieron. Y corren, todos los días.

¿No te da vergüenza haber presentado a esos dos?, me dice por Facebook un lector. No, no me da vergüenza. Me honra. Del mismo modo que me honra ejercer el pluralismo y no quedarme en su invocación.

Dicen “Todos”, ¿no? Bueno. Empecemos por distinguir las cosas. Que nadie se adjudique el monopolio de distinguir cuáles son las malas o las buenas compañías. Y si lo hacen, háganlo con todos de la misma manera. Sino, es pura rabia, puro prejuicio y pura soberbia. Y no son tiempos para eso. Nadie construye nada desde esos pilares.

 

(*) Osvaldo “Coni” Cherep es periodista y es parte del equipo de Cuestión de Fondo (Canal 9, Litoral).

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