Luis María Serroels

(Especial para ANÁLISIS)

No debió pasar. Nunca debió pasar. Todo lo que puede ser evitado, ya deja de ser un accidente. En todo caso, se traduce en desidia y esa desidia siempre está asociada al pueril argumento –cuándo no- de la falta de partidas. Aún así, esa carencia de fondos no puede ser argumento válido, porque pasa a convertirse en responsabilidad exclusiva de quien o quienes dibujan los números del municipio, donde se deben encolumnar prudente y sensatamente los capítulos del presupuesto previo a la aprobación del Concejo.

Destinarse fondos para financiar ciertos acontecimientos de altísimo costo, anexándole la exención del pago de las tasas a los artistas participantes (aunque las partidas estén flaqueando) puede resultar materia discutible. Pero lo que está en juego y llama la atención, es algo que se denomina orden de prioridades. Y allí puede estar parte de los argumentos vigentes cuando los capitales provenientes de las tasas se agotan mucho antes del cierre de las cuentas anuales. Es como aquel matrimonio al que se les casa la nena y ganado por la emoción y la alegría firma cuanta boleta de gastos le ponen por delante, pero al otro día de la boda es el turno de revisar cuentas pendientes. Acabada la fiesta, empieza la angustia por las cancelaciones.

Pero en el manejo de las finanzas, se quedaron en un cajón las reiteradas demandas del preocupado vecindario de la calle Manuel Gálvez, que no reclamaban por obras suntuarias de discutible prioridad, sino de añadirle metros a unas barandas, tanto hacia arriba como hacia los costados, dotándolas de mayor seguridad y por ende tranquilidad a conductores y habitantes, esté o no lloviendo.

El trágico episodio del sábado 14 a la tarde, le terminó poniendo rúbrica a los pedidos de muchas personas quienes, que se sepa, no han perdido derecho alguno. No deberían descartarse acciones judiciales, porque una mirada retrospectiva permitiría identificar a los responsables y que la verdad surja con la diafanidad y certeza suficiente.

Ya nada ni nadie le devolverá su joven vida a Fiorella Furlán. Sus proyectos se fugaron entre los tubos de un arroyo que, como la lluvia, son ajenos a la inercia de ciertos despachos comunales. En todo caso, ella desde algún lugar donde esté, interpelará a los que hicieron del sentido común un valor optativo.

Fiorella tenía un apellido que ganó la calle y los medios expandiendo hacia todo el mundo un caso de esos que nadie se explica. Y generó un sentimiento tan fuerte que sacudió los corazones sensibles. Todos, desde el sitio y en la función que fuere, nos transformamos en Fiorella.

Un funcionario del flamante gabinete municipal, con extrema honestidad reconoció que la basura amontonada en las calles incidió en el desborde de arroyos (una cuestión que tiene responsables por otro lado y que hace caer incursos a los responsables en los delitos de que da cuenta el art. 41º de nuestra Ley Suprema). El problema de la basura hizo desbordar un arroyo, pero si se hubiese dado satisfacción a los vecinos, no se estaría hoy llorando la pérdida de una joven brillante, valiosa y muy querida.

El nuevo gobierno hereda la enorme responsabilidad de darle solución definitiva a problemas de añeja data –varias administraciones de distintos signos ideológicos alguna culpa tuvieron- pero el imperativo es hacer las cosas ya. Los vendavales no conceden esperas. El cambio climático mundial demanda respuestas precisas y urgentes. Municipio y pobladores deben sumar esfuerzos. Quizás por allí pase el impactante mensaje de Fiorella. Seamos todos Fiorella.

Cuando pudo y debió ser evitado, dejó de ser un accidente. Las irresponsabilidades funcionales nunca son un accidente. Son voluntarias. Los escritorios no saben lavarse las manos; quienes los utilizan sí.