Escribe: Coni Cherep
Los «Escándalos» de Alberto Fernandez vienen a consolidar una sensación que la sociedad advirtió mucho antes que la dirigencia política, los analistas, los intelectuales y los periodistas. La mayoría de la ciudadanía se hartó de una manera de gestionar la cosa pública y reordenó, con altos riesgos, el mapa político. No es Alberto, es todo lo que pasó antes, que le abrió el paso a la Rosada.
La idea de que «lo de Alberto es un asunto que le cabe a Alberto» es de un cinismo insultante: el ex presidente no salió de un repollo, ni fue la consecuencia de ningún consenso. Era un gris hombre de consulta mediatica, había sido funcionario de Carlos Menem, de Eduardo Duhalde y de Nestor Kirchner. En sus antecedentes no había motivos suficientes para que se lo considerara «un estadista» que tuviera condiciones para conducir un proceso complejo. Alberto fue sólo una salida electoralista que propuso Cristina Fernandez de Kirchner, sin ninguna responsbilidad. Todo lo que hizo, lo hizo gracias a la puerta que ella le abrió y le sostuvo durante los 4 años de mandato.
Nada de lo que ocurrió con Alberto es ajeno a Cristina. Y quien insista con separarlos, está autoengañandose o pretende engañar a otros.
El Kirchnerismo, no sólo es Alberto. Su violencia y su tilingueria.
Es Alberto y la fiesta en Olivos, con su «querida Fabiola», mientras miles de argentinos no podian despedirse de sus familiares muertos.
Es la propia Cristina que no pudo nunca explicar el nivel de enriquecimiento personal. Ni sus alquileres fantasmas de los hoteles a el amigo de Néstor, Lázaro Baéz.
Es Insaurralde, paseandose en plena crisis económica en un yate de lujo en España, con una mujer que fotografiaba los regalos de lujo que le daba el entonces ministro de Axel Kicillof.
Es Oscar Centeno, y sus cuadernos, relatando los retornos que recibían en efectivo Néstor y la propia Cristina. El mayor pago de sobornos de la historia argentina, que involucra a las empresas argentinas y extranjeras, que dejaban el peaje para poder participar de la obra pública entre 2008 y 2015
Es la protección de dos años de fueros del Senador Jorge Alperovich, condenado por haber violado a su sobrina en un despachop oficial.
Es Daniel Muñoz, amigo intimo de Nestor, y todos documentos que revelan dos empresas ‘offshore’ utilizadas para blanquear dinero de origen ilícito. Sus propiedades inexplicables en el exterior y su temprana muerte.
Es el temerario silencio general sobre las acusaciones de abuso sexual y de poder del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, que no sólo sigue en su cargo sino que acompaña públicamente al gobernador en casi todos los actos oficiales en el conurbano.
Es Antonini Wilson entrando valijas con dólares provenientes de la dictadura de Maduro en Ezeiza, en calidad de diplomático.
Son los «sueños compartidos» de Schoklender y Hebe de Bonafini, malversando los dineros públicos con obras que no se hicieron o se hicieron por la mitad, sin explicar adónde fue el dinero.
Es Amado Boudou, poniendo como domicilio legal un médano, falseando un 08 y pretendiendo quedarse con la impresión de billetes durante su mandato como Ministro.
Es la Tupac de Milgaros Salas, en Jujuy, que violentaba a los que se interponian en su camino mientras se desviaba el dinero de las viviendas sociales para destinos inciertos.
Es Gildo Insfrán en Formosa y su feudo del 80 % de votos constantes. Es Jorge Capitanich en Chaco, con sus Emerencianos y sus desapariciones como Cecilia Strzyzowski.
Es el Acuerdo con Irán, para dejar impune el atentado a la AMIA.
Son los negocios transversales, la causa Vialidad, el «accidente» de ONCE, Ricardo Jaime, Julio De Vido, Sergio Urribarri,Felisa Miceli, la AFIP de Ricardo Echegaray, Romina Picolotti, los cuatro millones de dóalres en efectivo que tenía Florencia K en su casa, las ganancias imposibles de las inmobiliarias de Máximo K en Santa Cruz.
Es Pablo Moyano, Baradel, el Pata Medina, Eduardo Belliboni, Emilo Pérsico, Menendez y todos los dirigentes sindicales y sociales que no pueden explicar adónde están los fondos que salieron del Estado para sus obras sociales, comedores o planes de viviendas.
Es Vicky Donda, pagando a su niñera con los fondos del INADI.
Es la confusa muerte del Fiscal Alberto Nisman, con Sergio Berni pisando las pruebas en el departamento, cuando todavía no habian pasado horas del hallazgo del cuerpo.
Son las utilizaciones malversadas de las causas nobles, como las causas contra los genocidas, que terminaron partidizadas y funcionando como modo de señalar al «enemigo».
El despilfarro de los recursos públicos, el ensanchamiento inútil del Estado.
La falta de políticas que nos condujeran al progreso. Nada de inversión en políticas energéticas, nada de desarrollo industrial , nada de incentivo a la inversión extranjera.
La falta de plurarlidad en el mensaje público. La división constante, el enfrentamiento como modo de construir poder.
Y podría seguir hasta volverlo insoportable.
Alberto no es una casualidad. Es la consecuencia final de una manera golfa de sostener el poder a cualquier precio. Sin que importen los resultados. Fue el modo que encontraron La Campora y similares, para mantenerse a cargo de las cajas públicas y financiar la militancia, y enriquecer a sus lideres.
Fue la destrucción sistemática de toda oposición, promoviendo con eso la destrucción de la confianza de toda la sociedad en el sistema de partidos políticos y en la propi política tradicional. Entonces, la sociedad se hartó. Mucho antes que los analistas, los militantes, los dirigentes políticos y los periodistas.Y nació Milei, con todo lo que significa.
Este combo de corrupción, tilinguería, incapacidad y especialmente de cinismo discursivo, abusando del relato progresista, terminó con una era en Argentina. Y el Kirchnerismo, con la ominipresencia de Cristina Fernandez y todas sus expresiones, debe hacerse cargo de su enorme cuota de responsabilidad en el presente económico y moral de los argentinos.
Insistir con las justificaciones del FMI, el Lawfare, y todos los lugares comunes del excusadero habitual, no sirve más. A ese cuento, ya no se lo cree nadie. Ni ellos mismos.
El ojo morado de Fabiola es, también, la sintesis de una época y una épica, que llegaron a su fin, habiendo desperdiciado dos décadas completas de poder absoluto, para cambiar la realidad de los argentinos.