Por Selva A. Olivera*
Yo, en cambio, aprendí a encontrarte con la mente fresca y los ojos ávidos. Yo aprendí a descubrirte en cada página de realismo punzante, teñido de hambre, de despojo, de lejanías; yo aprendí a quererte por esos personajes que me habitaron en silencio, pero que gritaron tan fuerte su historia como para perpetuarse también en el tiempo del sonido; y así nada, nada de lo leído se me olvidara. Y yo era La mujer en silencio; yo era Los Aventados; era también Las Tierras Blancas; Papá José; Cuentos para la Dueña Dolorida; era Los Degolladores y Disparos en la Calle; Mayo del '69; Colinas de Octubre y El llevador de almas. Ahora apenas me quedo con ellos y en el otro plano, tu morada y la de Valerio, la de Juan L., la de Emma, y tantos otros, los del grupo de los rebeldes, los del "zurdaje".
Ahora sólo me quedo con ellos. Todavía por la calle ancha camina Odiseo, tintineando su bolsita de monedas, no tiene pesar en los ojos. Más allá la Celia, la Luisa, Don Teodoro, Miguel, Emilio y el Negro Aizcorbe, el Primo, la Madre, Angélica, Taco, Balín, el panadero. Todos, están todos esperando a Odiseo en el almacén La Paloma de Don Estévez. Desde allí, en jubiloso cortejo, todos marchan hacia el puente viejo, las tierras blancas forman remolinos delante de los pies descalzos. Llegan al puente pero nadie habla, aunque la emoción los trasunta. Ya se ve a lo lejos, de a poco, remo a remo, acercándose por fin. Odiseo deja la bolsita de monedas en el suelo polvoriento como ofrenda por el paso de su amigo. Ya baja de la balsa de "Don Eustaquio Bulloza que antes era responsable de la balsa nueva" y ahora ayuda a las almitas buenas a cruzar el río. Ya se vuelven con su amigo de siempre, van para lo Estévez a la farra. No todos los días un amigo cruza de la vida terrenal a otra eterna, la que ellos viven, en un papel perenne de ficción sempiterna.
A la memoria de Chacho Manauta, amigo y camarada de Valerio, el Patriarca.
*Directora de Cultura de la Municipalidad de Gualeguay
