Colado entre ricoteros

Por Gustavo Rivas*,
desde Gualeguaychú

Volviendo desde Urquiza al Oeste, debí sortear unos 6 km de autos uno pegado al otro que ingresaban. Indudablemente venían al espectáculo: marchaban en fila india. La avenida Pedro Jurado era, desde Urquiza hasta Artigas, una sola fiesta: grupos de jóvenes con sus carpas y “trapos”, haciendo su asadito, cantando y bailando al son de temas del Indio en sus equipos del alto volumen. En uno de ellos, yo tomaba la foto desde la moto y al advertirlo me invitaron a bajar para retratarlos más de cerca y para que salieran mas visibles lo chorizos de la parrilla, además de invitarme a compartirlos.

La amabilidad era multiforme: en Plaza San Martín, un grupo de puntanos de Villa Mercedes me invitó gentilmente a compartir su porro. Les tuve que decir con igual cortesía, que el médico me ha prohibido fumar….

Frente al Tribunal me detuve a charlar con unos montevideanos y llegar a la fuente, con un grupo de Corrientes, capital.

La franja de edad mayoritaria oscilaba entre los 20 y los 30 años; había de todos orígenes, condiciones sociales, nivel de estudio -varios profesionales-

Pero la nota común era la alegría y buena onda. No advertí ningún gesto grosero y ni me sentí incómodo. Con una sola excepción: en Plaza Ramírez, mientras fotografiaba a un muchacho que a torso desnudo dormía en el capot de un auto, de golpe se despabiló y se me vino encima. Pero para abrazarme y decirme que yo era “lo más grande que hay” unas siete veces. Me costaba libarme de ese “abrazo del oso”. No porque rechazara tan espontánea expresión de afecto, sino porque el pobre me estaba mamando con el aliento…

Después de la siesta di otra vueltita por la Plaza San Martín y ahí ya tomé la decisión de ir al hipódromo. Por qué? Y bueno, si todo este mar de gente ha venido a Gualeguaychú para ver un espectáculo, ¿cómo no ir yo que lo tengo a unas cuadras? Además mi mente se iba a la añorada década de los 50 con sus bailes de Independiente etc, en la que ni por asomo podíamos imaginar que algún día veríamos esto en Gualeguaychú. Claro, muchas cosas han cambiado: las comunicaciones, los puentes las rutas, la libertad de los jóvenes para viajar y fundamentalmente, nuestra privilegiada ubicación geográfica.

Toro Vera a las 20,30 me llevó en su auto hasta Alem y 3 de Caballería. Cuando me asome a Del Valle y, miré hacia el oeste, era literalmente un río humano que avanzaba con gran algarabía. Si bien la vista no me daba, estimo que esa corriente humana venía desde Rocamora y no era de vereda a vereda, sino de pared a pared ¡y muy compacta!. No había comprado la entrada, pero por suerte me encuentro marchando al lado de Juan Boari quien me indicó en Av. Parque había un puesto de ventas.

Sentí emoción al pasar por la Aduana: Un numeroso grupo de jóvenes se había encaramado en sus escalinatas y desde allí con sus cánticos hacían de “teloneros” con los temas de Los Redondos, que la multitud repetía. De golpe sentí que yo no era nadie; claro, era él único que no sabía las letras de los temas. Por suerte rápidamente me aprendí un estribillo que me sacó del paso y empecé a cantar de viva voz: vamos lo redoooo, vamos los redooo…. yo soy redondo hasta que me muera…

Al llegar al puesto y amablemente orientado por la guardia uniformada del lugar, compré mi entrada -$400- pero sorprendentemente, luego en los controles nadie me la pidió. Por otro comentario en este medio de Adrián Ovalle veo que eso ha sido general y francamente, no lo entiendo.

Al ingresar como viejo que soy, tuve la previsión de pasar por los baños químicos en forma “preventiva”. Después, no había necesidad de preguntar por donde seguir: la marea humana te llevaba. Llegué a unos 200 metros del escenario, pero no pude ver el indio ni la flecha: tuve la desgracia de que tres jirafas se estacionaron delante de mí. Es más, no veía ni las pantallas de led. Cuando la gente saltaba, pasé momentos de zozobra, no fuera que alguno cayera sobre mis ya sufridos pies.

Pese a los empujones, resbaladas en el barro, caídas, etcétera, no presencié ninguna escena de violencia, siquiera verbal. El humo de marihuana se enseñoreaba por entre las narices. Seguramente por ser petiso no aspiré tanto. Después de una hora, cuando ya había observado lo suficiente, emprendí la retirada. Como la gente ocupaba los sitios con tierra más firme, para poder avanza debí hacerlo por entre el barro y mis zapatos se enterraban hasta el empeine.

Lo sorprendente fue ver que por Avenida Parque, a una hora de iniciado el espectáculo, el río humano no cesaba de ingresar. Fabio Britos, que vino desde Santa Cruz, me contó que al estar taponado el acceso sur, su ómibus debió ingresar por la ruta 20 y al no poder avanzar más, debieron bajar todos los pasajeros con sus valijas frente a Carrefour y encima, sin remises.

Hoy me contaba un grupo alojado en Pueblo Belgrano, que desde ahí tuvieron que ir a pie hasta el hipódromo, ida y vuelta. Eso si: igualmente estaban chochos de la vida.

En resumen, creo que en general Gualeguaychú ha pasado bien esta prueba y habrá tiempo para corregir todo lo que faltó, en materia de accesos a la ciudad, lugares para contener tan multitudinaria concurrencia, etcétera.

Creo que los que se quejan por los asados en las veredas, etcétera., deberían también ser más comprensivos del fenómeno y aportar ideas positivas.

Sigo compartiendo las inquietudes del grupo “Convivencia”, no creo ser incoherente; sólo que entre todos debemos capitalizar estas experiencias. Pero lo de ayer, será para evaluar y meditarlo largamente.

Mientras tanto, me estoy estudiando las letras ricoteras, para ver si termino de entender todo esto.

(*) Abogado de Gualeguaychú. Ex candidato a gobernador de la UCedé. Extraído de su blog personal en internet.

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