Por Luis María Serroels, especial para ANALISIS DIGITAL
No siempre debe atribuirse la responsabilidad directa a los dueños de los boliches, pero sí es importante advertir que el expendio a veces discrecional de determinadas bebidas y algunas mixturas de moda obran como base del descontrol.
El espacio temporal: último fin de semana. El escenario: cierto boliche. La víctima: un joven. Los victimarios: varios salvajes envanecidos por el número y formados en la técnica patoteril, que arremeten sin motivos aparentes estimulados por sustancias de uso corriente y con vía libre para retirarse muy campantes. Un cóctel peligroso que llevó al atacado artera y despiadadamente, a ser internado con un serio estado de conmoción y graves lesiones en su cráneo y rostro, cuyas secuelas todavía no pueden determinarse.
Estamos nada más que ante un “caso testigo” que puede ocurrir (y ocurre) cada vez que los salvajes que pululan en los sitios bailables mimetizados con quienes saben utilizar los frenos indispensables para la convivencia, optan por usar la peor cara de la diversión, la de la cuasi tragedia (no nos olvidemos del caso de Leandro Fornero).
A medida que se acrecienta la instalación de estos establecimientos, donde muchas veces el denominado “derecho de admisión” no funciona, crecen las hipótesis de conflicto social (el delito lo es) y los altísimos decibeles de los bafles suelen disimular los atropellos que, como el que sirve de disparador a nuestro comentario, deberían ser neutralizados de inmediato. Es una especie de vizcachera donde los animalitos van cayendo por las balas del cazador y los demás miran indiferentes. Es la antigua consigna del no te metás, con carta de ciudadanía argentina, que cultivan muchos olvidando que llegado un día vendrán por ellos y ya será tarde. Es el turno de la insolidaridad detestable. Es una rampa hacia la impunidad.
Convengamos que la autoridad policial no basta. Es imprescindible que todos se involucren (en especial los padres) para desterrar este flagelo que convierte una noche de pretendidamente sana diversión, en una noche de tormento. Hoy un joven sufre, mientras sus familiares y amigos comparten la vigilia. Un grupo de bárbaros siguen tranquilos porque seguramente en sus conciencias no hay sitio para el sentimiento de culpa y menos para el arrepentimiento. Estamos seguros de que finalmente deberán desfilar ante los jueces, pero es correcto preguntar: ¿quién o quiénes serán las próximas víctimas? Si dejamos que los malos se envalentonen y los buenos se desalienten, poco de bueno puede aguardarse.