Su prolífera obra abarca un amplio repertorio que contiene un fuerte compromiso social exaltando los valores de la libertad y en el que resume desde su niñez a la realidad social y política en la que se gestaron muchas de sus composiciones. Con la idea de que “probablemente Horacio Guarany decida retirarse de los escenarios para abocarse a las actividades del Teatro que tanto ha soñado con inaugurar en Luján donde reside”, no pocos entrerrianos no quieren perderse lo que consideran como la última oportunidad de disfrutar de esas canciones que conforman una parte importante de la identidad musical de nuestro país, y que en su voz adquieren una vibración y un sentimiento diferente a la de otros cantores.

Agradecido y generoso, a diferencia de aquel hombre polémico y no carente de coraje para irritar al poder que oprime, hoy ofrece su experiencia a los jóvenes y hasta comparte escenarios con ellos. Una de sus preferidas es Soledad Pastorutti con quien ofreció un inolvidable recital en el Luna Park. Horacio Guarany llegará un día antes a Paraná para disfrutar un tiempo con sus amigos, algunos de los cuales, en ese culto que practica de la amistad, fueron fuente de inspiración.

Eraclio Catalín Rodríguez, conocido en el país y en el mundo con el nombre artístico de Horacio Guarany, al igual que sus trece hermanos, tuvo una infancia en la que la adversidad lo fue modelando hombre a una edad prematura. A Eraclio Catalín Rodríguez, hijo de Jorge, un aborigen correntino, hachero de La Forestal, y de Feliciana Cereijo, oriunda de León, España, a pesar de haber pasado su niñez con el retumbar del hacha en el silencio del monte chaqueño, no fue esa música la que lo sedujo sino la de los seis rumbos sonoros de la guitarra del maestro Santiago Aicardi con quien aprendió los secretos del instrumento que acompañaría para siempre su destino cantor.

Tras el levantamiento obrero de los hacheros explotados en La Forestal, Jorge Rodríguez y Feliciana Cereijo con sus catorce hijos, debieron buscar otros horizontes en la vida. Aquel niño que fue modelando su canto hasta convertirlo en un grito de dignidad se radicó en el pago costero de Alto Verde que lo arropó, le dio cobijo y le puso alas para que echara a volar su mensaje hasta alcanzar la altura universal.

Con la marca imborrable de esa explotación que se mostraba ante sus ojos aún de niño, a los dieciséis años dejó la costa santafesina y partió a Buenos Aires donde, como tantos otros provincianos, buscó albergue en una pensión. Aunque trabajó de cocinero y hasta de foguista del ferrocarril, no abandonó jamás su vocación de cantor, oficio con el que despertó admiración en el barrio de La Boca y en el boliche La Rueda hasta que en mil novecientos cincuenta y siete, la vieja Radio Belgrano le abrió sus puertas. A partir de aquella presentación, todas las radios de Buenos Aires comenzaron a difundir su interpretación de El mensú de Ramón Ayala y Vicente Cidade, una obra magistral en la que se denuncia el ultraje que los “capangas” de los yerbatales ejercían a rigor de látigo sobre los “mensuales”. Su historia de privaciones y padecimientos, la esperanza que al fin nunca muere, y su destino se habían reunido para gestar para siempre en la letra de esa galopa un canto cuyo compromiso social no supo jamás de claudicaciones.

Ya conocido artísticamente como Horacio Guarany, pocos años después, fue pionero del Festival de Cosquín, hoy Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sus canciones Guitarra de media noche, La guerrillera y Si se calla el cantor ya se habían prendido en el corazón de miles de argentinos.

Sin embargo, y como un estigma de su propia vida, el canto con fundamento no le resultó a Horacio Guarany un lugar de comodidad. Su mensaje y el contenido de las películas Si se calla el cantor, que protagonizó con Olga Zubarry y La vuelta de Martín Fierro con Onofre Lovero, molestaban a quienes ostentaban el poder despótico y pagó por su lealtad a las causas populares el alto precio de las amenazas y los atentados como el que sufrió en su casa de calle Manuel Ugarte donde una bomba lo obligó a marcharse a un largo exilio que transcurrió en España desde mil novecientos setenta y nueve hasta la recuperación de la democracia en mil novecientos ochenta y tres.

Conciente de que esa fue la misión que le encomendó la vida, no se quejó jamás de las adversidades que pusieron a prueba su estatura de traductor cabal del pueblo oprimido y hasta escribió su propio manifiesto: “Que no calle el cantor porque el silencio, cobarde apaña la maldad que oprime, no saben los cantores de agachadas, no callarán jamás de frente al crímen…”

Con sus ochenta y seis años, recién cumplidos y que viene a festejar en la canción con los entrerrianos, Horacio Guarany no busca reconocimientos ni fama. Cuando el once de junio se levante su voz en el estadio del Club Echague, solo se repetirá un ritual conmovedor entre el cantor y su gente. No será tampoco la despedida porque ello ocurrirá solo cuando a su voz la silencie otro ritual, el que no lo asusta porque en sus más de sesenta años de trayectoria, supo como pocos, construir una “una historia que lo recordará siempre”.