Welcome to the jungle

Tibu

Días atrás autos de los futbolista de Aldosivi fueron vandalizados por barras de la entidad marplatense.

*Por Diego H. Fernández

(Especial para ANÁLISIS)

La imagen que ilustra mi columna semanal bien podría ser una captura del final de la serie Breaking Bad o alguna otra con la que los amantes de Netflix pasan las horas frente a la pantalla, sentados en el sillón del living o acostados placenteramente en la cama. Pero lamentablemente esto no es así. La imagen es la cruda prueba de como autos estacionados dentro del predio de un club de fútbol, pertenecientes a jugadores y miembros del cuerpo técnico son devorados por las llamas. Cuantas veces he dejado mi auto en esos lugares cuando nos íbamos de viaje, muchas. Pero también muchas veces nos hacíamos dejar por algún amigo o familiar porque la mano venía jodida y no vaya a ser cosa que entren si nos va mal y nos rompan todo.

O sea que hace mucho tiempo que esto ocurre o por lo menos está latente en todos los que formamos parte de este mundo del fútbol. Y lo peor es que lo naturalizamos, damos ese tipo de pensamientos y acciones como algo que ya está, que es así. Uno puede suponer que esto produce miedo, sin embargo el único temor que nos invade a los protagonistas es lo que tiene que ver con la familia ¿Por qué, como sigue esto? Si hay gente capaz de incendiar autos por qué no puede lastimar en forma física a algún ser querido o acaso no se lastiman entre sí, o acaso no murió hace poco un chico de 18 años en un partido de la primera C.

Pero lo que produce a esta altura no es miedo sino tristeza, esa que te hace plantear hacia donde hemos llegado, ya no hacia dónde vamos. Y esto que quede claro no es cuestión de camisetas porque esto hoy sucedió acá y mañana en otro predio o en otro estadio. Y sería muy fácil para mí hablar de connivencia que seguramente la hay en algunos casos, pero cuando esta se da también se da por la coaccionada por miedo.

Hace un tiempo hablaba en una de mis columnas del monstruo que se va creando, sin darse cuenta que ese engendro se vuelve en un momento indomable, en esta situación pasa exactamente lo mismo, cuando a los vampiros los invitas a entrar a tu casa, dice la leyenda de Bram Stroker, en Drácula, ya dentro de ella pueden hacer cualquier cosa. Con la diferencia que en los libros y en las películas siempre hay alguien que se anima a clavarle una estaca en el corazón al intruso y de esa manera acabar con el problema, acá en la realidad tal vez no alcanza con la estaca, pero el problema mayor es que nadie está dispuesto a agarrarla para probar si tiene efecto.

Decadencia, esa es la palabra que nos define. Decadencia moral, ética, educativa, de seguridad, de organización, de responsabilidad, de justicia y así podríamos estar un largo tiempo. Claramente es imposible separar el fútbol de la sociedad en la que vivimos. La violencia diaria a la que asistimos nos demuestra que algo indudablemente anda muy mal. Lo que sucede que este deporte que forma parte del ADN cultural de todos nosotros tiene la caprichosa excusa de hacernos creer que la pasión puede defendernos de todo.

Entonces vemos a personas que llegan a una cancha de fútbol y como por arte de magia se transforman y empiezan a insultar fuera de sí, a gritar desaforadamente a los rivales y a sus propios jugadores si estos vienen en una racha mala de derrotas, ni hablar si el equipo tiene la terrible maldición de estar a punto de perder la categoría, algo que por estos lados está catalogado de fracaso estrepitoso, sin reflexionar de que así es el deporte del fútbol, unos ganan, otros pierden, unos salen campeones otros no y otros por la lógica del reglamento se van al descenso. Si cambiáramos las reglas y todos salieran campeones y ninguno descendería ¿Esto cambiaria? Yo particularmente no lo creo.

Cuando hablo de decadencia educativa no estoy haciendo referencia a escalas sociales por el contrario, las plateas están repletas de a simple vista gente con mucha educación, algunos hasta profesionales en su vida diaria, pero sin embargo es el lugar donde se ven enorme cantidad de enardecidos y algunos hasta con sus pequeños hijos al lado. En fin todos abrazados a la pasión, esa que como nos gusta decir nos convierten en otros seres. A mí me gusta encasillar la pasión en otro lado y en eso la violencia créanme no tiene lugar.

Este episodio reciente no hace más que mostrarnos una realidad esa que todos vemos pero que nadie quiere decir, esa que escondemos debajo de la alfombra hasta que la misma genera una montaña que no se puede disimular. Ahora los barras con cara de inocente dirán que no tienen nada que ver y hasta tal vez alguno balbuceara que los autos fueron prendidos fuego porque se le escaparon los dragones a Daenerys Targaryen de la serie Game of thrones, otros responsables argumentaran que no saben cómo entraron al predio y los otros máximos responsables dirán que no los conocen a los barras que es como decir que no conoces al paseador de perros que dos veces por semana viene a buscar a tu mascota.

Y así la pelota seguirá rodando. No hace mucho tiempo las canchas eran solo esqueletos fríos, incoloros, insípidos y mudos. Solo el ruido de los regadores y el vuelo de los teros más su característico sonido rompían el sepulcral silencio, la pandemia era el motivo. De a poco volvió el fútbol dentro del campo de juego pero no afuera, las tribunas seguían vacías, los hinchas ausentes por prohibición sanitaria empezaron a descubrir palabras nuevas como “streaming” para seguir a su equipo. Esto que pasaba hacia presuponer que iba a ser un antes y un después en el comportamiento de la gente, porque vivía en carne propia como nunca el no poder estar ni siquiera de local, porque claro debido a los actos de los violentos los visitantes en nuestro país están vedados hace rato, pero el ferviente seguidor podía aliviar sus penas por lo menos alentando de local cuando jugaba su equipo.

Bueno, el público volvió y la violencia también siguió, o sea que de aprendizaje no quedó nada, y aunque siempre los violentos parecieran pocos cada vez parecen más o por lo  menos la ola de violencia, al igual que el Covid-19, se pronuncia como contagiosa. Entonces abrazados a la frase de que pagan santos por pecadores debemos decir citando a William Shakespeare que el infierno está vacío porque todos los demonios se encuentran aquí en la tierra. Y entonces nos debemos preguntar para qué sirve el fútbol si no es para emocionarse, alegrarse, iluminarse, enamorarse o para simplemente pasar un buen momento. Déjenme responder a mí que  si no sirve para nada de eso entonces no sirve para nada, si el fútbol argentino es sinónimo de violencia, angustia y tristeza, lo hemos matado. O lo han matado si quieren dejar de ser parte de lo que estamos viviendo. Aunque ninguno de nosotros debe sacar los pies del plato.

“Show must go on”, cantaba Freddy Mercury en un estadio Wembley colmado, el show debe continuar dicen los artistas cuando suben al escenario a pesar de un sufrimiento. La pregunta que me hago es hasta cuando en el fútbol el show debe continuar ¿cuál es el límite? Hace poco escribí un cuento que trata de la vida de un futbolista goleador que cae sin querer en el entramado mundo de las apuestas futboleras y deseo de todo corazón que el límite para parar el show no sea el mismo que el final de mi cuento.

* Ex arquero profesional. Actual director técnico.

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