D. E.
Nadie quiso decir nada. Nadie intentó hacer algo. Fue mejor dejarlo así; sin olas, sin comentarios, con la misma cara de todos los días. Esos mismos empresarios que se “preocupan” porque las políticas oficiales no son lo suficientemente duras para combatir el narcotráfico, que se escandalizan por el avance del paco o la forma en que la droga “avanza en las escuelas”, premiaron a un narcotraficante y su séquito en Paraná. El mismo que maneja de 200 a 300 kilogramos de marihuana por semana; el mismo que se llena los bolsillos a costa de matar en vida a numerosos jóvenes; el mismo que paga a policías y gendarmes corruptos para que llegue sin problemas su “mercadería” a la capital entrerriana.
Fue más importante apoyar a un narco y tener por algunas horas a modelos de la farándula a quienes importa un bledo lo que sucede a su alrededor, siempre y cuando esté el dinero por adelantado, sin preguntar su procedencia, que marcar alguna distancia.
Esa misma actitud lamentable fue la de padres, hermanos y amigos de jóvenes inocentes que hace dos meses cedieron a las luces ficticias de un séquito de personajes con graves antecedentes delictivos –salvo algunas pocas excepciones– que les prometieron el oro y el moro y un futuro de ensueño en las pasarelas del mundo. Promesas parecidas les hicieron también, alguna vez, a dos jóvenes argentinas –una de ellas oriunda de Basavilbaso– que terminaron pasando cocaína en un par de valijas de su promotor y pasaron más de un año en una cárcel española. “Nosotras no sabíamos nada”, dijeron hasta el hartazgo, pero a la justicia española no le importó ese clamor.
“Nosotras no sabíamos nada”, repitieron algunas madres entre el jueves y el viernes, cuando salió la nota de tapa de ANALISIS. Pero nadie hizo nada. El glamour, la supuesta pertenencia a un sector al que nunca pertenecieron; el engaño de empresarios truchos; de comunicadores hipócritas, que se golpean al pecho en las iglesias y despotrican contra el crimen organizado, pero no dudan en transar con el delincuente por segundos de publicidad, fue más fuerte.
El club Echagüe se llenó de fiesta el sábado a la noche; de aplausos, de alegría, en el cierre del espectáculo. A un costado, estaba el señor narcotráfico, con una sonrisa irónica, disfrutando de lo que había logrado con dinero sucio, de ese que mata, que aniquila, que destruye. Pero a nadie le importó. Ese aplauso fue también un reconocimiento para su trabajo; para su constancia en el negocio; para su forma de vivir y pensar. Y esos señores empresarios de firmas locales; de clubes con historia en Paraná –donde se inculca todo el tiempo el “no a la droga”–, cuando aplaudieron el final del espectáculo del desfile, también lo estaban aplaudiendo a él y sus socios narcos. Así estamos, en una ciudad de la hipocresía y el absurdo.