Por Guillermo Alfieri
Las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, se abrevian en la fonética sigla PASO, compatible con el propósito que las anima. En efecto, son un paso en el camino hacia los comicios generales que, de hecho, suplantan a las arduas internas partidarias. Las intenciones deben ser buenas, pero debió advertirse que la cantidad de precandidaturas, en las fuerzas competidoras, era capaz de perturbar el trámite operativo, al amontonar las jurisdicciones.
Cada elector recibió un sobre compatible con el tamaño de las boletas, colocadas sobre pupitres escolares, a modo de góndolas de supermercados, con atractivas ofertas de colorido diseño. El votante se explicó porqué la cola de espera avanzó con lentitud. Ahora era su turno de cumplir con el derecho ciudadano y confió en que los que estaban afuera aplicaran la virtud de la paciencia.
Revisó con atención los larguísimos papeles, para no equivocarse. Lamentó no tener a mano un GPS orientador. Seleccionó, dispuesto a cortar y reemplazar. Con la colaboración de la tijera casera, realizó la ablación y el trasplante electoral. Plegó y ensobró su sufragio. Al salir del aula escuchó aplausos, que le sonaron irónicos, por la tardanza.
El domingo 9 de agosto de 2015 hubo padrones engrosados a último momento, provocando la molestia del plantón, la aglomeración de personas y la falta de espacio. El horario de recepción de votos fue ampliado hasta que se hizo de noche.
Autoridades de mesa y fiscales partidarios se ganaron parte del cielo de los buenos ciudadanos, al empeñar sus sentidos en la clasificación de los variados tramos de la boleta, cuantificarlos y volcar los datos del escrutinio en planillas que exigen claridad, precisión y concisión.
Cabe el detalle de la tarea. Los nueve cuerpos de la boleta se desagregaron y se apilaron por categoría: aquí presidente y vice; allá gobernador y vice y así de seguido. Nada menos que quince fueron los precandidatos a intendentes. Como referencia llamativa se notó la presencia de un número infrecuente de voto en blanco. Quizá influyó que, por norma electoral, un sobre que contuvo ocho cuerpos significó el sufragio en blanco en el rubro ausente. Es decir que pudieron combinarse la voluntad y el error para justificar el desusado número.
El votante preparó y sirvió el asado en familia. Durmió la siesta, tomó mate y barrió el patio para que las hojas no le taparan los desagües, si llovía. Su mujer lo invitó a mirar un par de capítulos de la serie “Roma”. A las seis y media de la tarde se instaló frente al televisor, con las imágenes del canal de noticias preferido. Vio a panelistas formular conjeturas sobre el resultado electoral, pese a que no había ni un dato al respecto.
Se acostó a la una de la madrugada, tenso por la incertidumbre. Se levantó a las cinco. El escrutinio continuaba en pañales. Navegó por internet, sin hallar la respuesta que buscaba. En el mediodía del 10 de agosto de 2015, el recuento iba por la mitad. “Pensar que íbamos a viajar a la estratósfera y en el tren bala”, le escuchó musitar a su compañera de vida.
Nos parece que no sólo se trata de modernizar el sistema. También habrá que asumir que no hay tecnología que aguante la desmesurada asignación de labor. El 9 de agosto de 2015, en Entre Ríos hubo 30 ofertas electorales. ¿Podrían ser 35, 40 o 50, con una máquina digital? Y si la eficiencia mecánica derrumba los escollos, ¿qué ocurrirá con el abrumado votante? Bienvenido será el renovado aparato logístico, a condición de que la decisión política no apiñe elecciones de modo irrestricto y apabullante.
(Más información en la edición gráfica número 1026 de la revista ANALISIS del 13 de agosto de 2015)