Antonio Tardelli
Tiene mala prensa, sí, el populismo. Ser populista, inscribirse como tal, no es redituable. El populismo es mirado con desdén. Ha habido en la historia notorios conservadores cuestionados más por su costado populista que por su propensión al orden establecido. Hay también izquierdistas que presumen de populistas. Pero en general no cotiza.
En verdad, la palabra “populista” funciona admirablemente bien como adjetivo. El político que sea tildado de populista sabrá que no está siendo celebrado. Podrá sentirse de derecha o de izquierda, pero será conciente de que no se está hablando bien de él. Tampoco importa quién califica: el que define como populista en general está desaprobando.
Pero en tanto sustantivo el término “populista” no define mucho. No dice, de entrada, nada específico. O lo resume todo. ¿Qué cosa es un populista? Es un concepto que confunde. Si reaccionarios y progresistas pueden atacar a sus adversarios calificándolos de populistas, sean a su vez esos adversarios reaccionarios o progresistas, el mote de populistas opera entonces como un extraordinario comodín: puede emplearse en todo momento en cualquier parte para cualquier cosa.
Tiene lógica, entonces, que se huya del apelativo. Sin embargo, hay excepciones. Existen –particularmente notorios en el último tiempo– movimientos políticos que se reconocen populistas. Admiten serlo. No lo toman como una denigración. Incluso alardean de su condición. Pero, ¿qué es tal cosa?
Para Umberto Eco, el semiólogo y novelista italiano, un populista es alguien que se crea una imagen virtual de la voluntad popular. Y, desde ya, presume ser su intérprete.
Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social y candidata a gobernadora de Santa Cruz, viene de hacer la semana pasada en Santa Cruz una llamativa referencia al asunto. Acompañada por la Presidenta de la Nación, la hermana del fallecido Néstor Kirchner admitió: “Nos encanta ser populistas”.
(Más información en la edición gráfica número 1031 de ANALISIS del 22 de octubre de 2015)