
Por Mauro Federico (*)
A fines de 1952 Inglaterra comenzaba a mostrar los primeros indicadores de recuperación tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su economía empezaba a reactivarse y los ciudadanos podían volver a quemar carbón para enfrentar el frío invernal que se avecinaba. La recuperación era consecuencia –entre otros factores– de las exportaciones, la más importante de las cuales era justamente el carbón de buena calidad. Por eso tanto los vecinos londinenses como sus industriales debían conformarse con uno menos puro, con mayor contenido de azufre, que era utilizado para el consumo interno, sin el más mínimo parámetro de cuidado ambiental.
Una mañana de diciembre de ese mismo año se produjo sobre la capital británica un fenómeno que los climatólogos denominaron: “inversión térmica”, por el cual el aire caliente quedó por debajo de la densa masa de aire frío que se posó sobre Londres. Y esa atmósfera, viciada por el humo de miles de chimeneas saturado de dióxido de carbono, azufre y otras sustancias tóxicas, se metió en los pulmones de miles de ingleses. El aire se hizo más espeso y más negro y la visibilidad en las calles se redujo a pocos metros.
Inicialmente, el por entonces primer ministro británico Winston Churchill minimizó el conflicto y efectuó una declaración pública que despertó mucha polémica: “la niebla es niebla y ya se va a disipar, como pasa siempre en esta ciudad”. Hasta que un hecho desgraciado obligó al Premier a visitar uno de los hospitales públicos atestados de víctimas y pudo comprobar con sus propios ojos la magnitud de la catástrofe, que en tan solo cuatro días, costó la vida de 12 mil personas.
Aproximadamente para esas mismas fechas, Buenos Aires fue epicentro de tres brotes epidémicos que generaron la máxima alerta del gobierno del general Juan Domingo Perón. Entre 1947 y 1953 la peste bubónica, la viruela y la poliomielitis asolaron la capital de la república. A diferencia de Churchill, el por entonces ministro de Salud de aquellos dos primeros gobiernos peronistas, el santiagueño Ramón Carrillo, tomó el toro por las astas y condujo personalmente los operativos para el combate de estas enfermedades infectocontagiosas cuya aparición generaron pánico entra la población. Entre las medidas adoptadas por el titular de la cartera sanitaria se destacó el notorio incremento de las partidas presupuestarias para todas las áreas que requirieron refuerzos monetarios y un trabajo mancomunado con todos los trabajadores de la salud, a quienes se los dotó de mayores recursos y capacitación específica.
Setenta años después, el mundo enfrenta una pandemia cuyo número de contagios y víctimas fatales crece día a día a un ritmo tan vertiginoso que no tendría sentido colocar en este artículo a cuánto asciende al momento de su redacción porque seguramente cuando ustedes lo lean, ya habrá crecido. Y también en esta oportunidad se pueden ver los contrastes entre las formas que los diferentes gobiernos han enfrentado la guerra contra el coronavirus. Así, la mismísima Inglaterra –hoy, al igual que entonces, en manos de un conservador como Boris Johnson–, los Estados Unidos, Italia, Francia o España, no logran contener el avance de la enfermedad a pesar de su enorme poderío económico, básicamente por dos razones: la primera –tal como lo explicábamos hace dos semanas en esta columna– es por la desinversión de sus sistemas sanitarios; y la segunda causa es por la enorme subestimación que los responsables políticos de estas naciones hicieron de la gravedad del escenario.
En Argentina ocurrió todo lo contrario. El recientemente asumido presidente Alberto Fernández, al igual que Perón, decidió tomar medidas drásticas y con la suficiente anticipación como para evitar que el pico de los contagios sorprenda a una estructura asistencial que viene golpeada tras cuatro años de un gobierno que desmanteló y redujo a la mínima expresión el plantel sanitario. “Empezamos antes y lo hicimos con medidas drásticas, con el claro objetivo de estirar todo lo que se pueda el período previo al pico de contagios”, explicó a Puente Aéreo el infectólogo Tomás Orduna, asesor del equipo que trabaja en el Comité de Crisis.
Para comandar esta difícil tarea, Fernández eligió a uno de los sanitaristas más prestigiosos de la Argentina, con vasta experiencia en el manejo de crisis (acompañó a Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner durante la reconstrucción de la Argentina post 2001) y formado con la matriz técnica e ideológica del enorme Ramón Carrillo: el doctor Ginés González García. Además de su trayectoria, el ministro cuenta con consenso político local e internacional, el reconocimiento de sus colegas en todo el mundo y el respeto de todo el personal de salud y los sindicatos que los representan.
Dicho todo esto, podrá sonar inexplicable lo que estamos a punto de contar. Pero lamentablemente no lo es. Hay en marcha una campaña orquestada por diferentes sectores ligados al negocio de la salud con el objetivo de desplazar al timonel de este barco, en medio de la tormenta. ¿Por qué? ¿Quiénes están detrás de la operación?
Bajen a Ginés
El 23 de enero de 2020 los argentinos poco sabíamos sobre el coronavirus. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), ese día había 581 casos reportados a nivel global, de los cuales 571 pertenecían a China. En tanto la región de las Américas sólo contaba con un caso confirmado en Estados Unidos, que estaba relacionado con un viajero proveniente de China. Y un caso sospechoso en territorio brasilero, que aún no había sido confirmado. Esa mañana, Ginés González García fue entrevistado por el periodista Luis Novaresio en su programa de Radio La Red y al momento de ser interrogado acerca de la posibilidad de que se pudiera producir algún caso en Argentina, el ministro declaró: “no, hasta ahora no tenemos ninguna posibilidad que no sea un caso importado, lo que ha pasado supuestamente si se confirma lo de Brasil, es que es un caso que viajó desde la ciudad china donde esto surgió. Pero concretamente siempre que aparece un virus respiratorio grave, aunque aparentemente la letalidad de este virus no es tan grande como fue la del SARS, usted recuerda (…) la alarma mundial que también hubo con el SARS en nuestro país, aunque no tuvimos demasiado problema, y hoy estamos en alerta todo el mundo”.
Ni bien concluyó el reportaje, la mayoría de los medios efectuaron una edición de la declaración del ministro que obviaba la aclaración efectuada por González García en relación con la “importación”. Así, el textual en los portales y noticieros colocaba al ministro afirmando que no había ninguna posibilidad que el virus llegue a la Argentina, algo que estaba muy lejos del real sentido de su declaración, en la que el titular de la cartera sanitaria había afirmado que, de producirse un contagio, sí o sí tendría que estar relacionado con un caso importado ya que, en aquel momento, el nuevo coronavirus no circulaba en Argentina.
A partir de esta descontextualización, gracias al accionar de varios comunicadores comenzó a instalarse la idea de que el ministro negaba la gravedad de la pandemia y que no estaba a la altura de las circunstancias. Uno de los colegas que con mayor énfasis formuló sus análisis críticos fue Eduardo Feinmann desde su programa en la señal de noticias A24, asistido en sus diatribas por el doctor Claudio Zin, un médico que supo ocupar el cargo de ministro de Salud de la provincia de Buenos Aires durante la gestión de Daniel Scioli, pero al que históricamente siempre se lo ligó con la industria farmacéutica. “Lo conocemos bien a Zin, toda su vida hizo lobby para los laboratorios y las corporaciones sanatoriales”, recordó un dirigente médico-gremial de la ciudad de Buenos Aires. En medio de los bombardeos mediáticos contra el ministro, se agitó fuertemente la versión de que el Gobierno impulsaba la constitución de un Consejo Asesor que estaría presidido por el mediático profesional y tendría línea directa con Olivos. Mal que les haya pesado a sus entusiastas impulsores, afortunadamente el rumor nunca llegó a transformarse en noticia.
Desde comienzos del año, varias organizaciones empresariales que tienen intereses en el sector privado de la salud, efectuaron reclamos muy airados a las autoridades para que se revea la decisión de congelar las cuotas de los planes de medicina prepaga que el gobierno adoptó en el marco de la crisis que atraviesa la Argentina, con el objetivo de beneficiar a los sectores medios y de menor poder adquisitivo. Uno de los empresarios más críticos ha sido el titular de Swiss Medical Group y presidente de la Unión Argentina de Entidades de Salud del sector privado, Claudio Belocopitt: “no alcanza la actualización de las cuotas para cubrir los gastos de salud, hay infinidad de enfermedades que la semana pasada no se curaban y esta semana sí. Nuevos medicamentos que aparecen en los congresos médicos que hay que apoyar, a precios exuberantes”, señaló en una de sus tantas apariciones televisivas. “Le hemos dado muchos beneficios, exenciones, reducciones significativas de los aportes patronales, le bajamos a la mitad el impuesto al cheque, o sea le hemos disminuido presión tributaria y hasta estamos analizando permitirles descargar IVA, pero no podemos en este momento autorizar aumentos a las prepagas porque sería atentar contra los bolsillos más golpeados”, le contestó un funcionario del ministerio de Producción que dialogó con este portal.
Con la pandemia ya instalada y el virus en circulación, varios medios procuraron instalar en el debate la necesidad de adquirir unos tests rápidos para determinar la presencia del COVID-19 en el organismo con mayor celeridad, en vez de los tests de PCR de tiempo real que el ministerio de Salud decidió instrumentar. En relación a este punto, varios especialistas consultados explicaron que “los PCR de permiten diagnosticar con certeza la presencia o ausencia de genoma viral y han sido recomendados por OMS y OPS como las herramientas gold standard para el diagnóstico de COVID-19 y resuelven un caso de manera completa en 4 a 5 horas”. Según explicó el Dr. Pedro Cahn, de la Fundación Huésped, el otro tipo de prueba, conocido como test rápidos, sólo detecta anticuerpos, es decir, servirían para saber cuántas personas estuvieron expuestas al coronavirus, información que sería de utilidad para una encuesta epidemiológica. Cahn explica que no son más rápidos en la detección sino en el método, ya que se pueden realizar a partir de una gota de sangre y sin necesidad de gran equipamiento. El problema de este método es que no muestran claramente si en ese momento una persona tiene la infección, como sí lo hace la técnica PCR y además tienen una alta tasa de falsos positivos. Además, han mostrado una sensibilidad extremadamente baja (30%), con lo cual la tasa de falsos negativos es extremadamente alta e inaceptable para una herramienta diagnóstica.
Un especialista en el análisis de la industria farmacéutica explicó que “hubo un erróneo intento de algunos medios que afirmaron que el laboratorio Roemmers sea beneficiado por la compra de tests para COVID-19 pero realmente esta empresa no produce este tipo de kits diagnósticos”. El experto aclaró: “Pero sí existen otros laboratorios que producen los que el ministerio desestimó y eso provocó el enojo de algunos empresarios que no paran de cuestionar a Ginés por lo bajo y motorizan campañas para desprestigiarlo”.
A este escenario de fuertes lobbies empresariales con respaldo mediático, también se sumó la colaboración de miles de usuarios de redes sociales –la mayor parte de los cuales tienen dudosas identidades– que durante varios días motorizaron campañas con hashtags insidiosos del tipo #chaugines o #dondeestagines que se repitieron insistentemente en twitter e instagram. “El equipo que Marcos Peña organizó para trabajar desde la Jefatura de Gabinete, hoy sigue activo, pero trabajando para los intereses de quienes los contratan, detrás de muchos ex funcionarios de Mauricio Macri hay importantes intereses relacionados con el negocio de la salud”, explicó un analista de redes del ENACOM.
En la maquiavélica cabeza de quienes urdieron la operación para desgastar al mejor ministro de Salud que tuvo la Argentina en los últimos cincuenta años, subsiste la peregrina idea de que Ginés González García pueda ser el fusible de la crisis que desatará la pandemia. Es evidente que la situación no es fácil. Y que los resultados de este proceso sólo podrán ser analizados con la retrospectiva necesaria que arrojará el paso del tiempo. Pero es dable suponer que el Presidente no cambiará en medio de la tormenta al mejor timonel que él mismo eligió para pilotear durante la tormenta. Si esto sale mal para la Argentina, el desastre no distinguirá responsabilidades individuales. No es tiempo de mezquinos. Estamos en el mismo barco.Con un capitán y un timonel que saben muy bien lo que hacen. Cuidémoslos. A ambos.
(*) Este artículo fue publicado en Puente Aéreo, revista digital para lectores con espíritu cosmopolita.