Por José Carlos Elinson
Especial para ANALISIS

Un presidente designado por su vicepresidente, una especie de Chirolita elegante y un ex gobernador con nueve causas pendientes en la justicia entrerriana nos representarán a la Argentina en distintos actos a llevarse a cabo en Israel.

Alberto Fernández participará del “Foro Internacional de Líderes en Conmemoración del Día Internacional de Recordación del Holocausto y la Lucha contra el Antisemitismo” que se realizará en el Museo de Yad Vashem. En tanto, el designado embajador en Israel, el exgobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, será el representante argentino en el homenaje anual a las seis millones de judíos asesinados por el nazismo, que se llevará a cabo los próximos 22 y 23 de enero en Jerusalén, Israel, y que coincide con los 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz.

Podemos mirar el problema desde dos ópticas: el de la dignidad –o falta de ella- de dos funcionarios argentinos ante el mundo, o el de la dignidad de un pueblo golpeado por la falta de respeto a su presente y a su pasado.

El sueño del abuelo se convirtió en pesadilla, perdón por el lugar común pero cuando venían en busca de la paz y el trabajo que te robaron lejos y muchos de tus hermanos perecieron en el intento, los lugares comunes suelen ser más ilustrativos que cualquier grandilocuencia.

Y ya que hablamos de lugares comunes, vamos con otro: se rompieron el lomo laburando, no había sol ni sombra que los corriera de la meta de crecimiento que soñaban en noches muy cortas y jornadas extensas. El secreto era el trabajo, algunos todavía no lo descubrieron.

Sobre el judaísmo en América Latina se habla mucho y se sabe muy poco. Hablar desde el desconocimiento es contaminante para la narrativa y aún no se ha desterrado, me decía un amigo judío, el mote de “judío de mierda” que, agazapado, espera el espacio para instalar el desencuentro arbitrario más allá de los discursos que humillan la historia y denostan el presente.

No, el sueño del abuelo no fue este. Enviar para participar de actos centrales del pueblo de Israel al presidente Fernández ávido de estrechar vínculos con el gobierno de ese país como escala política hacia los Estados Unidos y a Sergio Daniel Urribarri como embajador designado ante el gobierno israelí, no puede aportar más que desconcierto, y de hecho lo hace.

No, este no era el sueño del abuelo; ni siquiera su peor pesadilla.