Por Oliva Taleb
(Especial para ANALISIS)
Un niño de 11 años en la ciudad blanca, la ciudad iluminada, decidió morir. En horas donde se preparan para ir al colegio, ese lugar románticamente llamado segundo hogar, un niño en su hogar, se descerrajó un tiro.
Frente al suicidio difícilmente se encuentren respuestas. Probablemente no llegue a conocerse con certeza lo que atormenta a un niño, a una persona, que cree posible escapar definitivamente de qué o de quienes acorralan su cuerpo, sus pensamientos.
No castellanizar el término bullying es no llamar las cosas por su nombre. Es dar un rodeo para que quienes lo practican no sean conscientes del daño que provocan. De la tremenda responsabilidad que les cabe. De la violencia que ejercen disfrazada, de infantil ocurrencia, de la falta de respeto hacia otro ser humano. El prójimo, próximo, cercano, con el que también se comparten horas de vida. Juegos, pupitres, exámenes, rabonas, los recreos, y quizás los secretos del amor.
Se habla de los niños víctimas de acoso. Se puede llegar a reconocer los actores responsables. ¿Se puede saber si hubo testigos adultos cuando esto se producía? ¿Se sabe cómo reaccionaron?... ¿Se sabe si lo trataron de inmediato con ellos y con el resto de sus compañeros?... ¿Se convocó a los padres para informarles lo sucedido, y adelantarles el tratamiento que la institución sugería y tomaría? O con absoluta y honesta esperanza, ¿creyeron que era cosa de “chicos” que no llegaría a mayor drama?.... ¿Creyeron que ser “mansos” frente al acoso, era comprender una etapa superable? Quizás lo crean, porque saben por sí o por otros, historias particulares que lograron esa superación con dolor, con los años, con terapias, o simplemente porque la memoria ha elegido no almacenarlos en sus recuerdos?
Es difícil aceptar que ser mero espectador no libera de responsabilidad esa mirada. Es difícil comprender cuánto puede significar para la vida, mirar y actuar. No es una utopía impedir que avance la barbarie sobre otro ser humano. En esta tierra anestesiada a pesar que el poder impusiera sus miserias para convertir la vida, la de todos (aunque cueste aceptarlo) en tragedia, se han sembrado fértiles derechos, para que no tengan cabida la indiferencia, el desamor, la violencia.
El tiro de este niño nos atraviesa a todos. A la sociedad toda. Por él, por su familia, por todos las víctimas de acoso infantil y adolescente… Nunca más retroceder.
Nunca más… mirar para otro lado.