Claudio Jacquelin
Javier Milei tuvo razón. Él, su Gobierno y su espacio político llegaron en pie a la elección de medio término, después de infinidad de tropezones, y salieron con la cabeza mucho más en alto de lo que nadie imaginaba.
La estrategia de polarizar al extremo e instalar la probabilidad de un resultado más exiguo o hasta de derrota para el oficialismo y, por ende, un eventual regreso del kirchnerismo, funcionó a pleno. Al final fue todo ganancia y con un rendimiento excepcional. Batacazo violeta.
Con el triunfo en casi todo el país de La Libertad Avanza (LLA) con el 40% del total de votos, mucho más de lo que sus últimos pronósticos fijaron como piso, pero sobre todo con la victoria que al cierre de esta línea obtenía en la provincia de Buenos Aires (un recorte de casi 15 puntos respecto de las elecciones provinciales de hace solo 50 días), más una licuación total de las opciones intermedias, los números no pueden ser mejores para que el Gobierno festeje, como ni siquiera lo había soñado en los últimos dos meses.
El rotundo apoyo del electorado, muy por encima hasta de los pronósticos más optimistas, es la foto de su domingo de gloria que Milei le muestra a los mercados antes de la apertura.
Esa es la primera gran interpretación de los números salidos de las urnas que a la Casa Rosada más le preocupaba en lo inmediato. Con esa imagen los integrantes del Gobierno se fueron a dormir anoche en paz, después de mucho tiempo de insomnio y pesadillas, alimentadas por los escándalos de corrupción que salpicaron a las principales figuras oficialistas, por el impacto del ajuste económico en los ingresos y la actividad económica, las corridas cambiarias y los enfrentamientos hasta con quienes estaban dispuestos a ayudarlos.
El miedo a que la advertencia o el castigo al Gobierno por algunos desacuerdos con sus políticas y formas terminara poniéndolo al borde del colapso y resucitara al kirchnerismo movilizó de manera extraordinaria a sus electores más blandos y más duramente antikirchneristas
Haberse asegurado el crucial tercio de la composición de la Cámara de Diputados con legisladores propios y de quedar, con la suma de los de Pro y de los radicales aliados, a menos de 15 diputados de la mayoría y del número para tener quórum, es la prueba más concreta que puede ofrecer Milei de que su poder real y no solo simbólico se amplió.
Queda ahora abierta, sin embargo, una pregunta clave que solo develará el paso del tiempo: cómo gestionará este contundente triunfo el Presidente, cómo ordenará su propio espacio estragado en los últimos meses por las disputas internas y cómo se vinculará con el resto de los sectores políticos no oficialistas con representación parlamentaria y a cargo de gobiernos provinciales.
La demanda de cambios de conductas, de composición del Gobierno y de búsqueda de alianzas que le den sustentabilidad y permitan avanzar con las reformas de fondo precede y excede a este resultado extremadamente positivo para la administración libertaria, y mantiene su total vigencia. El triunfo da derechos, pero también genera obligaciones.
Es esa una exigencia que ha sido formulada hasta por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, sobre todo, por el gobierno de Donald Trump, que con su potente intervención ha sido el gran rescatista que lo sacó del precipicio y lo depositó en esta luminosa cima.
La aparición en la noche del triunfo del Presidente vestido de traje y corbata, y no con las extravagantes capas de camperas negras, así como el discurso triunfalista, pero medido (para sus estándares) alimentó la expectativa de quienes esperan que abra su espacio, amplíe su base de sustentación, oxigene su gabinete y se amigue con dirigentes dispuestos a ayudarlo a los que se cansó de maltratar en el último año y medio.
La aparición de la palabra acuerdos
Por si fuera poco, la palabra acuerdos apareció por primera en sus labios triunfales. Toda una novedad. Esperar respeto y tolerancia para con sus contradictores puede ser una utopía apresurada. Pero no habrá que perder la esperanza, al menos todavía. Está ante su gran oportunidad.
No obstante, la imagen de la cuestionada Karina Milei dando un minidiscurso en la puerta del hotel-búnker, acompañada por el aún más cuestionado presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, de quien se retiró abrazada, antes de que se conocieran los resultados oficiales, pareció dar algunas pistas menos claras sobre la prometida renovación del equipo. “Todo eso podría indicar que solo cambiará para que muy poco cambie”, señaló un exégeta mileísta.
Que Milei, luego, haya puesto, otra vez, en un plano de igualdad a su hermana y al gurú Santiago Caputo, como una restitución del fracturado triángulo de hierro, después de la indisimulada disputa abierta entre ellos, refuerza esa impresión.
La tercera caída consecutiva del kirchnerismo en el plano nacional, que aumenta el número de derrotas seguidas en elecciones legislativas de medio término a cuatro (2009, 2013, 2017 y 2021) parecen dibujar un ocaso definitivo
Lo que la mayoría de ellos, incluido el también reivindicado anoche Guillermo Francos, consideraba que no podía mantenerse en el tiempo sin cambios profundos y sin la salida de alguno de ellos, ahora quedó en suspenso. El triunfo le permitiría a Milei prorrogar la resolución de un dilema esencial, que siempre ha evitado, aún en los momentos más críticos en los que karinistas reforzados y caputistas envalentonados se cruzaban agresiones en público.
Le da tiempo, pero no un cheque en blanco a la eternidad, el apoyo del electorado tan rotundo como inesperado por su magnitud.
En la búsqueda de las causas de ese respaldo asoman dos razones que habrían moldeado el comportamiento electoral mayoritario. Una, de rechazo, con la que estructuró la campaña: “Kirchnerismo nunca más”. Y otra de esperanza de volver a estabilizar la economía y empezar a crecer con la que Milei y su equipo económico revirtieron lo que parecía un irreversible camino al abismo.
La percepción aumentada después del 7 de septiembre, con la abrumadora victoria del perokirchnerismo bonaerense, de que el pasado podía volver logró que esa elección se convirtiera en una especie de primaria o de primera vuelta que movilizó y reunió el voto antiperonista y, más aún, el de los antikirchneristas para tratar de revertirlo en esta ocasión. Un revival de 2019 corregido, potenciado y, finalmente, exitoso.
“Los oficialismos que pierden primarias, en general, mejoran”, había advertido el director de la consultora Isonomía Pablo Knopoff antes de que se difundieran los resultados oficiales que pintaron el mapa nacional de violeta, con la excepción de apenas seis provincias.
Dicho de otra manera, el miedo a que la advertencia o el castigo al Gobierno por algunos desacuerdos con sus políticas y formas terminara poniéndolo al borde del colapso y resucitara al kirchnerismo movilizó de manera extraordinaria a sus electores más blandos y más duramente antikirchneristas. Los dolores del ajuste pasaron a un segundo plano.
Como señala con agudeza (y una buena dosis de ironía) el politólogo y consultor Federico Zapata: “El antikirchnerismo es hoy el principal movimiento social de masas en la Argentina”. Demasiado para lo que fue la etapa superior del gran partido nacional y popular del poder.
Ese rechazo al kirchnerismo no habría absuelto, pero sí habría hecho menos inhibitorios para muchos de los votantes mileístas, los escándalos de aparentes hechos de corrupción y algunas alianzas que pusieron en cuestión la prometida renovación de prácticas y figuras de la vieja dirigencia, no solo política. Lo que Milei llamó “la casta” y que en el último tiempo demostró que gozaba de buena salud y hasta tenía lugar relevante en la administración mileísta.
Tan potente parece ser el rechazo al espacio liderado por Cristina Kirchner como para que el gobernador santafesino Maximiliano Pullaro, en la noche de su propia durísima derrota y de la del flamante espacio Provincias Unidas, celebrara: “Hoy los santafesinos y argentinos volvimos a dejar en claro que el kirchnerismo ya no es opción”. Ese fue para él el gran hecho positivo de la jornada. Su consuelo. Aún cuando a él le quedan dos años de mandato con un peronismo renovado en su provincia, después de que sus candidatos ayer quedaran en tercer lugar.
Del lado positivo parece haber operado para Milei, con la potencia de una fuerza extraordinaria, el rotundo mentís a los análisis que, enmarcados en un supuesto orgullo nacionalista herido, pronosticaban un rechazo a la intervención trumpista en la economía, las finanzas, la política y las elecciones argentinas.
“La idea de que ahora con Trump por ahí se nos da, aún a pesar de los errores y excesos de Milei y su gobierno, habría obrado como un potente estimulante para revertir el estado de desesperanza y frustración que había empezado a instalarse en buena electores que llevaron lo llevaron a la Presidencia. Lejos de ser vistos como una injerencia indebida”, señala un analista cuyos números habían quedado muy lejos del resultado final, como los de la mayoría.
También, eso habla de la opinión que buena parte de la ciudadanía tiene sobre la dirigencia política nacional, incluida la que, al final, termina gozando de su voto.
El golpe recibido por el perokrichnerismo en su propio bastión después del imponente triunfo provincial del 7 de septiembre muestra ese resultado como una victoria de los intendentes peronistas, muchos de los cuales en el Gran Buenos Aires mantuvieron ayer su invicto, y a esta derrota inesperada como un mensaje de rechazo tanto a Cristina y Máximo Kirchner, como a Axel Kicillof, que había sido la figura emergente hace 50 días, en quien varios peronistas cifraban la esperanza de una renovación y un pase a retiro del cristicamporismo.
Ante la derrota todo indica -y ya hay evidencias- que recrudecerán las feroces disputas internas, congeladas por la construcción de una lista unificada que nunca fue una lista de unidad.
Los cuestionamientos cristicamporistas a Kicillof por haber desdoblado las elecciones provinciales eran desde la tarde de ayer el hit que sonaba atronador en San José 1111, el domicilio penal de la expresidenta condenada. Hasta en los rituales fúnebres suele haber algún momento para el regocijo en medio del pesar.
Un golpe mortal al viejo sistema
Así, la profunda reconfiguración del mapa político que empezó hace dos años con el triunfo de Milei alcanza ahora una cota todavía más alta e incierta.
Como afirma Federico Zapata, “es un golpe mortal para todo el viejo sistema. Queda tierra arrasada”, para la mayoría de la dirigencia que parió la crisis de 2001 y que se aproximaba a la jubilación.
En ese plano resalta la durísima derrota que sufrió a manos de los libertarios el cordobés Juan Schiaretti, fundador de Provincias Unidas junto con los gobernadores también fuertemente vencidos Pullaro, Ignacio Torres (Chubut) y Carlos Sadir (Jujuy).
De ese espacio solo salieron indemnes el correntino Gustavo Valdés y el santacruceño Claudio Vidal.
Demasiado poco y demasiado duro para lo que pretendía encarnar un espacio de renovación fuera del que inició el excéntrico mileísmo y que confinara al definitivo rol de minoría menguante al kirchnerismo.
La construcción de una oferta de centro moderado y racional deberá esperar. La polarización volvió a imponerse.
El desafío ahora para el Gobierno es transformar su nuevo triunfo en un proyecto mayoritario por méritos propios y no tanto por la amenaza de la existencia de un enemigo al que se ocupó de darle sobrevida para lograr este éxito.
La tercera caída consecutiva del kirchnerismo en el plano nacional, que aumenta el número de derrotas seguidas en elecciones legislativas de medio término a cuatro (2009, 2013, 2017 y 2021) para llegar a las dos décadas sin triunfos en esos comicios parecen dibujar un ocaso definitivo. Eso le quitará el argumento al oficialismo del miedo a su regreso.
La nueva etapa que se le abre al mileísmo ofrece la posibilidad de hacer una ampliación virtuosa, más consensual e inclusiva para lograr un futuro venturoso. Tanto como el riesgo de intentar convertirse en un espacio hegemónico, con la pretensión de imponer verdades únicas que repongan disputas estériles. Son las incógnitas de la hora.
(Fuente: La Nación)



