Hernán Rausch
Después de haber logrado quebrar y romper la cárcel del miedo, concediendo voz al silencio impuesto, dando el paso con coraje y decisión, dolor y esfuerzo sobrehumano para poder desenterrar circunstancias olvidadas pero que seguían ahí sumergidas en historias aterradoras de vida, en la niñez pasada, volver hacer carne y revivir, contar, detallar para así lograr primero romper nuestras propias pesadas cadenas de la culpa y el pánico generado por el impostor y sus secuaces.
Todo esto nos debe recordar, comprometer y hacer tomar conciencia de que el abuso sexual y el maltrato infantil, es un flagelo que persiste y golpea cruelmente en las familias e instituciones.
Hace unos años, Paraná y el mundo se veían sorprendidos por hechos sucedidos en la principal casa de formación sacerdotal, el pastor que sometía y abusaba de algunos indefensos niños internos.
No vale ya hablar de los hechos, enjuiciados y condenados, apelados y rectificados por diferentes tribunales, pero declarados prescriptos por el paso del tiempo, según el Excelentísimo Tribunal de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina.
Esto no implica que se debe olvidar, tampoco recordar para re victimizar. Significa que una situación pasada, aunque se haya perdonado o superado, no debe ser borrada de la memoria, más bien, realizar un proceso donde el dolor ya no es el centro, permitiendo avanzar en la vida sin que la experiencia pasada siga definiendo el presente.
Recordar para censurar y repudiar toda acción dañina contra las niñas y niños del planeta. Con los chicos NO.
Esta última y lamentable resolución de la Corte, nos debe obligar a mirar un futuro con nuevas leyes, sugiriendo e insistiendo cambiar el Código Penal, y así, esas necesarias y urgentes modificaciones, acompañen y generen confianza, seguridad y justicia a la hora de denunciar.
Tampoco en este contexto deja de ser importante hacer conocer la metodología que elabora el abusador para engañar y encantar a la futura víctima, familia y entorno, generando primera y principalmente suma confianza y maleficio, con admirable y perversa astucia, para entrar en la rueda como un “amigo” de la familia, o en el caso de un familiar, como un embustero “presente”, sin sospechar que en un futuro arrebataría y cambiaría la vida de un integrante, para siempre.
Es por eso que cada 19 de noviembre no debe ser una fecha más en la humanidad, nos debe servir de advertencia, para concientizarnos y responsabilizarnos como ciudadanos el celoso cuidado de la niñez, donde la familia debería y debe ser el lugar más protegido y seguro, sumado como organismo fundamental y ambiente propicio, el estado, siendo este una organización política que ejerce soberanía y regula la vida de su población a través de instituciones.
Para esto es imprescindible el abordaje de toda la esfera social y política, comenzando en el hogar, pero dándole continuidad y amparo en los distintos espacios sociales habilitados para el desarrollo de las capacidades y cualidades de cada persona, y así obtener una educación y formación seria y responsable, atenta y eficaz.
Los niños y adolescentes son las futuras generaciones, inmersas en estos veloces cambios tecnológicos, que llevan, en algunos ambientes, a saltear etapas indispensables y conocer de manera prematura ciclos personales y privados que, no ordenados y controlados, desestabilizan el normal y natural crecimiento, incinerando fases cruciales de la existencia.
Padres, familiares y amigos, cuidemos a nuestros chicos, levantemos la voz y no dejemos que nos roben y saqueen una de las más valiosas y marcadas etapas del regalo de la vida, niñez y adolescencia.
Todos merecen una vida plena y llena de buenos recuerdos, sanos y alegres.
Renovemos el compromiso social, sin diferencias ni marginalidad, aunando esfuerzos para cuidar y formar auténticos y valiosos seres humanos, para dejar huella y atesorar el saludable privilegio de vivir.
Involucrarte, vale la pena.
(*) Sobreviviente de abuso en la infancia. Denunciante en la causa Ilarraz.



