¿Es correcto suplantar al Niño Dios?

De ANÁLISIS Digital

Es posible estimado lector que estas reflexiones lejos estén de abundar estos días tan especiales. Pero es necesario revisar ciertos fenómenos que poco a poco han venido dejando de lado el sentido y el motivo central de la celebración, ignorando la presencia de ese humilde establo elegido para nacer, muy distante de riquezas y comodidades. No hay nada que prohíba darle un pequeño espacio al pesebre de Belén en donde fuere.

Quizás no proceda reprocharlo en un ataque de fundamentalismo pueril, pero sí observar que, amén de las coníferas a veces cubiertas de nieve advertibles en algunas vidrieras, se sumen empleados o promotoras en la vía pública luciendo la indumentaria de Papá Noel (el gorro es todo un clásico). La figura del Niño Dios queda sólo para el pesebre hogareño. Y en paralelo, San Nicolás, Santa Claus, Viejito Pascurero y otros nombres dados a través de los tiempos al anciano barrigudo, con traje rojo y longa barba blanca, asumen un rol protagónico.

Nicolás de Bari nació en el seno de una familia italiana muy rica y acomodada, cuya fortuna heredó al quedar huérfano siendo joven, destacándose por su generosidad para con los pobres. Dedicado al sacerdocio se convirtió en obispo y santo Patrón de Turquía, Grecia y Rusia, habiendo sido señalado como hacedor de milagros. Tras fallecer en tiempo cercano a la Navidad, se consideró que era la figura perfecta para repartir regalos y golosinas el día de la gran celebración.

En el siglo XII la tradición católica de San Nicolás creció por Europa y hacia el siglo XVII emigrantes holandeses llevaron la costumbre hacia los Estados Unidos. El nombre de Santa Claus surgió a raíz del nombre del santo en alemán: San Nikolaus.

Se sabe que el aspecto físico de San Nicolás Bari distaba de su figura actual: era de complexión delgada y de elevada estatura. El que prevaleció entre los norteamericanos lo muestra obeso, con una bolsa al hombro, una campanilla y pronunciando un repetido “ho-ho-ho…”.

Papá Noel es una leyenda y las leyendas no se discuten. Se toman o se dejan. Por añejas que fueren se conservan vivas en las zonas nórdicas del planeta, donde se lo observa surcando los cielos o transitando cerros nevados en un trineo tirado por renos. Pero esta postal más difundida responde a un invento estadounidense. Una creencia popular le asigna residencia en el Polo Norte acompañado de la señora Noel y de un grupo de duendes que se encargan de fabricar los juguetes para los niños de todo el mundo, que serán depositados la noche del 24 de diciembre al pie de cada arbolito.

Pero entre nosotros, el camino correcto es decirles a los niños que ese regalo que se les coloca debajo del árbol, se hace en nombre de Jesús de Nazareth, sin intermediarios exóticos.

Hasta aquí las referencias sobre este personaje que proviene del fondo de los tiempos y cuya presencia no resulta criticable en tanto se lo tome como un hecho anecdótico. Pero lo que no se puede entender es que su figura pase a primer plano, dejando de lado que esta fecha es herencia legítima de la Natividad del Niño futuro Salvador del mundo. Por ignorancia, desidia o lo que fuere, su figura y su trascendencia suelen ser quizás lo menos mencionado en la cena navideña. Afortunadamente El siempre se las ingenia para estar entre los comensales.

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