Luis María Serroels
(Especial para ANÁLISIS)
Aunque sin la euforia de otras internas electorales memorables –porque en definitiva se trató de internas y los triunfos consagratorios se producirán recién en octubre-, el acto que cerró la cadena de encuentros con las urnas que se vinieron dando este año en todo el país ha dejado material para reflexionar. Ganadores claros o salvados por milagro tendrán durante dos meses y medio el tiempo suficiente para enfrentar la gran final con estrategias diversas, nuevas alianzas, acuerdos programáticos, sin descartar cruces de vereda cargados de utilitarismo, donde la ética va a parar a algún viejo baúl.
Pero este acontecimiento tan feliz –toda visita al cuarto oscuro siempre lo será- requiere que sea revisado un aspecto esencial que hace a la transparencia, la verdad y la equidad que debe regir la puja electoral. Hay lugares donde se modernizaron los sistemas, tomando como modelo otros países, para que cada candidato haga valer sus virtudes y no se cuelgue del saco de nadie. Una de las principales víctimas de sistemas obsoletos –que sin embargo algunos defienden- es la celeridad exigible para determinar los resultados. El domingo 9 por la noche, hubo millones de argentinos que se fueron a la cama ignorando qué había pasado con su voto y cómo les había ido finalmente a sus candidatos predilectos. Es inadmisible que con tan legítimo derecho ejercitado en los últimos 32 años, el aparato electoral haya actuado con semejante amateurismo, desde luego no imputable a los esforzados fiscales y autoridades de mesa que debieron convivir hasta 20 horas en las aulas escolares.
Se impone una útil revisión histórica. La precursora Ley Sáenz Peña (Nº 8.871 del 10 de febrero de 1912) consagró el sufragio “universal, obligatorio y secreto” (aunque sólo para los varones, ya que las mujeres se incorporaron al padrón por la Ley 13.010 del 9 de setiembre de 1947). San Juan y Santa Fe en 1862 y en 1921 lo habían hecho, pero sólo para comicios municipales, siendo justo apuntar que hubo muchas mujeres que a través del tiempo se sumaron a la lucha por la igualdad de derechos cívicos y lúcidos legisladores que aportaron su esfuerzo. En el anecdotario aparece Julieta Lanteri, una hija de inmigrantes que en 1910 pidió y consiguió que un juez le otorgara sus derechos ciudadanos.
Pero hubo tramos de la historia donde maniobras fraudulentas alteraron la voluntad popular (llamarle cínicamente “fraude patriótico” a un avasallamiento de esa voluntad que incluía todas las artimañas sutiles o no, pero decididamente repugnantes a la democracia, fue un baldón vergonzante, tanto como la irrupción de las fuerzas armadas en la política a partir de setiembre de 1930). La proscripción fue una costumbre normal del facto pero a todas las trampas y abusos les colocó un candado la recuperación democrática de 1983.
Yendo al meollo del asunto, nos referiremos al sistema de boletas que el votante puede hallar en el cuarto oscuro y que puede utilizar íntegramente o cortarla y unir jurisdicciones con los nombres de quienes más capaces le parecen. Es una alternativa muy engorrosa y ha habido circunstancias donde el raro encanto y el valor de la tijera cobraron protagonismo. Pero en este domingo 9 de agosto de 2015 se batieron récords de ofertas, donde convivieron en el cuarto oscuro boletas de todo pelo y color, con variantes dentro de un mismo partido o alianzas cuyas listas exhibían números seguidos de letras y un menú que le dio a cada boleta una longitud desusada. En ciertos distritos, las boletas midieron 100 y hasta 120 centímetros. El juego de cortes convirtió la decisión final en un auténtico collage y el de por sí arduo desempeño de los fiscales en una agotadora labor.
(Más información en la edición gráfica número 1026 de la revista ANALISIS del 13 de agosto de 2015)