Memoria Frágil: historias de una cárcel en dictadura

UP2

Historias en la UP2, en épocas de dictadura.

De ANÁLISIS

La cárcel de Gualeguaychú fue uno de los lugares más duros y emblemáticos para todo detenido político, en la última dictadura en Entre Ríos. El viejo edificio, donde hoy existen cientos de detenidos por causas federales y provinciales, inició su construcción en 1888. Pero recién se inauguró cómo cárcel penitenciaria de Gualeguaychú el 16 de julio de 1891.

Jaime Martínez Garbino, ex preso político en la última dictadura cívico militar, contó: “Era abogado de las Ligas Agrarias Argentinas. Estaba en Goya, Corrientes. Había un oficial del Ejército de acá, de Gualeguaychú, que era amigo. Nos avisó que les había llegado una lista donde figuraba yo, así que tenía que esconderme. Me fui a las colonias con campesinos y desaparecí de escena. Primero nos fuimos a la casa de un cura amigo, después de Goya a La paz nos llevó un vecino. Y de ahí nos tomamos un colectivo hasta Paraná donde estaba la hermana de mi esposa. Caímos a Gualeguaychú y quedé escondido acá a la espera. Papá averiguó mi situación con los militares, le dijeron que haga buena letra y no iba a haber problemas. Eso hizo que yo saliera a la superficie. Un día vinieron y nos detuvieron a Emilio y a mí. Nos llevaron al Ejército. También fueron a la casa de Ino y Melón Ingold. A los tres nos llevaron al Ejército, nos hicieron simulacro de fusilamiento. Nos llevaron a la Unidad Penal 2. Ya la mayoría de los presos políticos habían sido trasladados. Nos pusieron sobre el patio en hilera. Nos llevaron al segundo o tercer piso. Los tres en la misma celda: Emilio, Melón y yo”.

Ino Ingold recordó el día que lo llevaron a la celda de castigo. “Para entrar parado tenías que quedarte pegado a la puerta. Logré llevarme un atado de cigarrillos. Podíamos hablar con otros que estaban en otras celdas de castigo porque no había nadie. Ellos tenían fósforo así que nos dejábamos fósforos y cigarrillos cuando íbamos al baño”, relató. “Estar en un penal era una tranquilidad porque te blanqueban, más en Gualeguaychú porque mi familia estaba acá. Me encontré con Daniel Irigoyen”, agregó.

El ex agente penitenciario Miguel Ángel Geromel dijo que él cumplió órdenes. “Cuando cayó Perón cambiaron la dirección. El trato mío era con todos iguales, el que robaba una gallina y el que había sido gobernador. Para asearse y el desayuno tenían 15 minutos”.

La cárcel de Gualegauychú siempre fue considerada de máxima seguridad en Entre Ríos. Sus dos manzanas amuralladas fueron testigos de buena parte de la historia dolorosa de la última dictadura, en medio de confesiones, torturas, duras golpizas que fueron la antesala de desapariciones y hasta muertes extrañas que nadie quiso explicar.

Héctor Gaucho Rodríguez, ex detenido político recordó que “el jefe de regimiento de Gualeguaychú fue temprano a buscarme el día del golpe. Cuando me estaban revisando la casa me puse al lado del teléfono y sonó. Atendí. Era Cacho Gustavino, un muchacho del gremio de la carne que era concejal. Me preguntó si me había enterado del golpe y le dije que sí. Tenía a un milico apuntándome la cabeza. Después me llevaron a la cárcel de acá donde estuve un tiempo y luego a Coronda”.

El ex detenido político Aldo Bachetti contó que previo a su detención, un mes antes, secuestraron a Ramón Pichón Sánchez. “Yo me iba a encontrar con él y lo esperé en la vereda de la Catedral. Él se dio cuenta que lo venía siguiendo una estanciera celeste de investigaciones. Siguió de largo y cuando llegó a la esquina de Corrientes y Uruguay lo intercedieron y lo metieron a la estanciera.  Tuvimos una reunión en la casa de la juventud y le comuniqué a los compañeros. Terminó la reunión y fuimos con el doctor Raúl Barrandeguy a pedir que lo liberen. Lo negaron y tres días después apareció el cuerpo de Pichón flotando en el río, cerca de Diamante. Hicimos responsable de su muerte al gobierno de la provincia. Un mes después me detuvieron y me llevaron a la comisaría. A los cinco días me llevaron a Gualeguaychú. Me encontré con otros compañeros allá. Faltaban unos cinco meses para el golpe del 76”.

Emilio Martínez Garbino también expuso su experiencia. “Fuimos detenidos con mi hermano Jaime el mismo día, en el mismo lugar y la misma hora. Estuvimos desde noviembre del 76 hasta marzo del 77. Cuando el golpe cumplía un año, nos trasladaron a Chaco. Conocíamos el penal de Gualeguaychú. Nos tocó estar en planta baja junto con Raúl y Víctor Ingold, y con ex gobernador Enrique Tomás Cresto. Estuvimos los cinco en celdas diferentes pero el mismo pabellón. En un primer momento había cierto margen para salir a recreos y patio pero después todo se fue endureciendo, ya sea recibir información de afuera, vistas”. “Te levantabas temprano, limpiabas, leías si podías leer y estabas ahí, almorzabas temprano, cenabas temprano”.

Había que transitar esos días de violencia en el país en esos calabozos fríos y lúgubres que nunca cambiaron su escenografía, pese al paso de décadas. Eran jornadas de dolor, ausencia y demasiadas preguntas que nadie podía ni quería responder. El poder era también silencio.

“El 23 de marzo, antes de medianoche, viene la guardiacárcel, me sacan de la celda y me dicen que tengo una visita en la dirección. Estaba el entonces obispo de Paraná y su vez vicario general castrense (Adolfo Tortolo), a quien yo le había dicho el cuarto comandante porque era un consejero de Jorge Rafael Videla más. Nos vino a comunicar que se estaba produciendo un golpe el que quedaría al mando de Videla que es oro en polvo. Y que si nosotros nos portábamos bien y no flameaba la bandera roja, primero iban a tirar a matar y después al aire. Te imaginás el vestido de obispo, pastor de la Iglesia diciendo eso”, recordó Bachetti.

Agregó que también “se decía que el golpe no se iba a dar. Cuando trasciende eso, un sector del ejército comandado por Luciano Benjamín Menéndez dice que si el golpe no se da, lo da él. Eso es lo que sabía el círculo del peronismo. Se quedaron tranquilos pero no tuvieron en cuenta la posición de Menéndez. Tortolo había ido a componer esas partes. Te imaginás su proyección que era el mediador entre los dos grupos. Terminada la entrevista con Tortolo, llamamos al director de la cárcel y le explicamos lo que iba a pasar. Nos dijo que estaba todo arreglado, que no habría golpe, que el cura estaba equivocado. Cuando amaneció vimos entrar al director de la cárcel esposado”.

Los Derechos Humanos

La cárcel de Gualeguaychú siempre fue el peor lugar de Entre Ríos para todo detenido político. No había comunicación ni forma de saber qué sucedía del otro lado de la muralla. Y había que organizarse para sobrevivir día a día en esa fortaleza. Organizarse entre el dolor, la impotencia y la soledad.

“Hay que tener fuerza espiritual. Encima los datos que venían de afuera eran malos, murieron mucho. Te levantaban a las 2 o las 3 de la mañana. Si te querías sacar una muela, te la sacaban pero sin anestesia”, acotó Rodríguez.   

Emilio Martínez Garbino reflexionó: “Esta es una situación que he evitado por todos los medios sacarle algún rédito mediático. Los derechos humanos son un tema transversal, nos pertenece a todos y todos debemos luchar, no tiene nombre apellido, ni pertenencia política, forma parte de la lucha de una sociedad. Es lo que habla bien de una sociedad, cómo están sus derechos y cómo se reconocen. Y además entiendo que los derechos humanos no son solo lo que a uno le sucedió sino que pasan porque la gente tenga asegurada la sobrevivencia: que tenga un techo, un mínimo de posibilidades educativas. Y estamos lejos de eso”.

Salidas clandestinas, torturas e incomunicación

“La comida era bastante deficiente. Emilio tenía una novia en esa época que le llevaba cosas ricas por demás, para compartir. También comíamos la comida del penal. Quizás el recuerdo más fuerte que tengo de la UP2 es que a mí me sacaron clandestinamente del penal”, introdujo Jaime Martínez Garbino. “Una vez en enero del 77 me llevaron a aislamiento, donde iban los castigados. Me metieron al pabellón de aislamiento. No había nadie. Sacaron a todos los castigados. A la noche cayó el jefe de Seguridad del penal. Me dijo que me habían ido a buscar del Ejército. Le pedí que le avise a papá pero nunca le avisó. Apagaron todas las luces de la pasarela. Me metieron entre el asiento de adelante y el de atrás. Me pusieron una frazada encima. Me llevaron a un lugar cercano al aeroclub. Me desnudaron, me ataron a una cama común con elástico de metal. Me ataron las manos y me esposaron las patas. No sé cuántos días estuve. Me torturaron. Había venido gente de Corrientes porque las cosas que me preguntaban eran por datos que los de acá no manejaban”, relató.  

Nadie sabía cómo terminaría la historia negra de los dictadores. Todos desconocían cuánto tiempo más iban a estar en la Unidad Penal del sur entrerriano si iban a ser enviados a Paraná o el camino seguía para alguna de las cárceles más duras del país como la de Devoto. Eran momentos de demasiada incertidumbre.

Bachetti añadió: “No teníamos contacto con los que entraban detenidos desde el 24 de marzo. Tal es así que hubo una división en la cárcel de Gualeguaychú. Nos distribuyeron para que no tuviéramos contacto con los presos del golpe, pero eso se fue morigerando. Mi suegro pidió venir a la celda con nosotros donde estaba encerrado las 24 horas. Estuvo varios meses encerrado con nosotros”.

“Una comisión decidió trasladarnos porque nos pedían desde Paraná. A Richardet, Jorge Obeid que fue gobernador de Santa Fe y a mi nos trasladaron a Paraná. En el trayecto pararon el móvil con el supuesto que vayamos a orinar. Cargaban las armas como intento de fusilamiento. Fue una tortura psicológica. Estuve en Paraná tres o cuatro días. Me llevaron a investigaciones para interrogarme y golpearme para que relacione al derrocado intendente de Paraná, Juan Carlos Esparza en nuestras actividades en la Juventud Peronista. Cuando me sacaron de la cárcel para llevarme de Gualegauychú me enteré que a Esparza le habían dado la libertad”, contó.

“Todo fue encapuchado. Pero por precaución, cuando nos ponían la funda de una almohada en la cabeza cerrábamos los ojos para no ver nada. Porque si veías al torturador no contabas el cuento. El instinto de defenderte si te amagaban significaba que estabas viéndolo. No obstante hay personas que ví que fueron denunciadas y procesadas. La cárcel de Gualeguaychú, en febrero del 77, en un avión Hércules nos trasladaron a 130 a la cárcel de Resistencia. Fuimos a ocupar los lugares que dejaron los compañeros asesinados en Margarita Belén”, manifestó Bachetti.

El periplo penitenciario comenzaba con una detención ilegal y sucedía a altas horas de la noche entre golpizas y capuchas. Finalizaba con el paso por otros lugares para interrogatorios que en Gualegauychú eran casas clandestinas o alguna dependencia lejana del Ejército para luego retornar a la cárcel. No había que hablar ni contar nada de lo sucedido.

“Cuando había alguna noticia importante se escribía. Se encanutaba en papeles para armar cigarrillo. Eso circulaba. Venía la requisa y no lo encontraban. Es más, teníamos un compañero que tenía parte de una radio encanutada y la tenía desarmada. Era a pilas y con unas pilas estuvo meses haciéndola funcionar. El penitenciario sospechaba que estábamos informados. Nunca la pudieron encontrar a la radio. El día que nos trasladaron dejó la radio armada y funcionando”, expresó Emilio Martínez Garbino.    

Jaime Martínez Garbino contó qué cosas le hicieron en su salida clandestina. “Me dieron con picana, me metieron un palo en el traste. Todo esto lo conté en la causa Harguindeguy. En determinado momento, en la situación límite me insistían en el interrogatorio si teníamos armas les dije que sí. Me sacaron para que los lleve. Pero no era verdad. Avanzamos por caminos que ni sé cuáles fueron. Avanzábamos y no aparecían las armas. Había una zanja les dije ahí, se metieron y embarraron todo. No encontraron nada. Se volvieron con una gran calentura. A la vuelta les dije que en realidad el depósito estaba en la casa de mis padres para que me lleven. Se avivaron y no me llevaron a la casa de papá. Me llevaron otra vez al mismo lugar. Alguien me caminó encima. Lo identifiqué por la voz. No lo vi nunca. Era un oficial y di nombre y apellido. Por eso a éste lo absolvieron. Nos fuimos a la Corte, pero la Corte ratificó la absolución. No podía decir que lo había visto físicamente”.

Las historias de esperanza y solidaridad

Los ex detenidos no olvidan el dolor y la impotencia que vivieron cada día. No olvidan rostros de ejecutores pero tampoco olvidan a quienes les dieron una luz de esperanza y solidaridad en medio de los abusos de poder.

Los ex detenidos políticos recuerdan el vínculo del cura Fortunato en el penal. “También estaba Jeannot (Sueyro) pero no había ese ‘feeling’. Pocas palabras tengo para agradecer todo lo que hizo Fortunato. A nadie le preguntó si era de izquierda, derecha, este u oeste. Se sacaba las cartas de debajo de la sotana. Se portó como un hombre de bien en toda la extensión de la palabra”, recordó Jaime Martínez Garbino.

“Gualeguaychú es una experiencia que puedo contar con alegría y tristeza. No todo era tristeza. Aprendimos lenguaje de las manos para pasarnos noticias. Tuvimos compañeros analfabetos en Chaco que aprendieron a leer las manos. Es la necesidad del ser humano de comunicación”, contó Bachetti. “Cuando me detuvieron mi hijo tenía meses y se quedó con mis padres. Mi señora volvió a tenerlo en brazos cuando empezó la escuela primaria, siete años después. Lo importante es que la totalidad de los detenidos políticos salimos sin rencor. Paraná es muy chico y hasta hace muy poco me crucé con el último torturador. Él agachaba la cabeza. Nosotros creemos en Memoria Verdad y Justicia. Por eso hay cientos de condenados y cientos por condenar, los que robaron nuestros hijos. Lo que hice, lo volvería a hacer porque creo en la justicia social. Todavía hay mucho por hacer, no puede ser que haya tanta desigualdad. La grieta tiene que ser entre el pobre y el que está del otro lado y puede ayudar pero no ayuda. Las cárceles tienen que ser dignas. Y el que sale de la cárcel tiene que ser reinsertado. Un ex preso que cumplió la condena me dijo que ahí te recibís de delincuente”, reflexionó Bachetti. “Hay que hacer más cárceles, pero se reducen con trabajo. ¿Por qué el 95 por ciento de los presos son pobres?”.

La unidad penal 2 de Gualeguaychú está próxima a ser historia. En no mucho tiempo se convertirá en un Museo de la Memoria de lo ocurrido a fines de 1800 hasta estos días. Un lugar donde transitó el dolor, la violencia y la muerte. Pero también la solidaridad y la esperanza, lo que no siempre se ve porque la oscuridad del lugar siempre lo ocultó.

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