Historia de un rescate

Edición: 
827
Se presenta en Gualeguaychú el libro “Marta y Jorge, un amor revolucionario”

“Cuando en la noche del 6 de diciembre de 1977 los secuestradores se llevaron a nuestra hija Marta y a su esposo Jorge, su hijo de nueve meses –Matías– quedó provisoriamente en manos de una vecina y amiga.

“Al otro día, a las seis de la mañana, la policía se llevó al bebé.

La vecina puso en la muñequita del nene su nombre: “Matías Ayastuy”.

Nos hablaron de Buenos Aires los parientes: “Venga ya; ante todo hay que correr tras el nene; los bebés desaparecen, pierden su identidad, entran a integrar otra familia y, a veces, hasta cruzan las fronteras”.

“Fuimos Enrique y yo y comenzamos la búsqueda, incesante, angustiosa. Ni amigos, ni allegados, ni parientas sabían nada. No había rastros del bebé. Días amargos aquellos en que recorríamos infructuosamente los sitios adonde podían haberlo llevado...casas cunas...hogares de niños...guarderías...

“De pronto recordamos que en su última carta, Marta nos decía: “Está enfermito, hace días que tiene fiebre”. Se nos abrió una esperanza: ¡el Hospital de Niños! Lo recuerdo a Enrique recorriendo ansiosamente, cunita por cunita, sala por sala, guiado por el doctor que le había dicho: “A veces llegan con otros nombres”.

“Y me veo allí sentada, largas horas esperando entre una nube de chiquitos de toda edad junto a sus madres o abuelas y diciéndome: “¿Es posible que lo perdamos para siempre al nuestro?”. Tampoco estaba allí. Surge otra esperanza, un médico nos aconseja: “Vayan a la Secretaría del Menor y la Familia; a veces llevan ahí a chicos de padres desaparecidos”.

“Y de nuevo la decepción, un empleado nos contesta: “No, aquí no han traído ningún chico con ese nombre”. Y, entonces, el milagro. En ese mismo instante pasa por detrás una enfermera, e interrumpe: “Si, aquí llegó este mes un chico con el nombre de Matías Ayastuy, y está en un lugar de esta dependencia, a cargo de una ama externa”. Un momento inolvidable de nuestra vida.

“Hicimos los trámites requeridos, vino el médico del lugar, le mostramos la foto, nos dijo: “Si, es el chiquito que atiendo, pero lo van a encontrar muy disminuido”. Nos prometieron entregárnoslo pronto.

“Cuando volvimos al departamento de Tabita y Adriana, tras el grito de “¡Lo encontramos!”, vino el llanto. Pienso que si un minuto antes o después hubiera aparecido la enfermera, quizás nunca hubiéramos vuelto a verlo.

“Después, gestiones de todo tipo, y un día memorable llegó a la Secretaría, en brazos del ama que lo cuidaba. Estaba, si, enflaquecido y palidito, pero estaba allí… ¡Podíamos alzarlo, besarlo, llevarlo de vuelta a casa! Le pregunté a la cuidadora: “¿Cómo pasó los primeros días?”. “Lloró mucho y durante un tiempo apenas comió”. Era lógico: ese bebé vivía, de la mañana a la noche, pegado a su madre. Y luego pregunté a la Asistente Social: “¿Cómo llegó este nene aquí?”. Me contestó: “Lo trajo la policía con el parte de “abandonado por sus padres en la vía pública”. El “ama externa que lo custodiaba me contó luego que, por la fiebre, no se le había buscado todavía el nuevo hogar. La fiebre, otro milagro. Nos habían autorizado su tenencia como abuelos. Nos lo entregaron el 23 de diciembre, diecisiete días después del secuestro. El 24 volvimos a Gualeguaychú, Tabita, Adriana, Enrique y yo, con él en brazos. Junto al niño Dios, pusimos nuestro niño recuperado. Fue una Nochebuena distinta, con lágrimas.

“Todos mis hijos lo pidieron. Nosotros también lo hubiéramos querido criar, pero ellos adujeron que era mejor que tuvieran padres jóvenes, y hermanitos, y la elección, por fundadas razones recayó en el hogar Almeida-Bugnone.

“En la medida en que pudo ir recibiéndola, se le contó su historia, se le dijo que un día sus padres verdaderos vendrían a llevárselo. Otro día, supimos nosotros que ya nunca vendrían a buscarlo, y se lo dijimos: que sus padres habían defendido con sus vidas, su compromiso y su opción por los pobres.

“Matías tiene ahora 24 años. Estudia y trabaja. En esos días está preparando su tesis para graduarse de comunicador social. Es un muchacho reflexivo, maduro y muy querible.

Sabe que tuvo la suerte de criarse con los de su sangre, junto a sus raíces. A menudo toma la guitarra y canta, como tantas veces lo hiciera Marta con sus hermanos y con su marido. Y nosotros sentimos que recuperamos en él un poco de nuestra querida Marta”.

Esto escribió Elvira Cepeda de Bugnone, mamá de Marta, abuela de Matías, en el año 2001.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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